El último duelo (The Fencer)
Por Javier Tapia Sierra.
Nacido en las heladas tierras finlandesas, el apasionado por los dramas históricos Klaus Härö, nos entrega un relato agridulce basado en la historia real del esgrimista Endel Nelis. Como casi todas las películas basadas en una historia real, “El último duelo” (The Fencer) se mueve peligrosamente sobre una espada de doble filo y en más de una ocasión pareciera que la cinta está a punto de salir herida de gravedad para otorgarle un último respiro que la salva en el momento indicado.
Härö es un director obsesionado con la historia de la zona nórdica, teniendo un particular interés por los tiempos de la segunda guerra mundial y el despliegue de las fuerzas soviéticas que aconteció al terminó de está. Toda su filmografía se encuentra empapada tanto de un profundo amor al pasado como de historias hechas con mucho corazón. Esta fórmula que tiene el riesgo de convertirse en repetitiva, en manos del finlandés se transforma en oportunidades para explorar el lado más luminoso del alma humana.
En “El último duelo” el director dirige su mirada a los estados bálticos, sumergiéndonos en una Estonia de principios de los años 50’s ocupada por los soviéticos, en donde nuestro protagonista Endel Nelis (Märt Avandi), es un joven esgrimista que ha huido de Leningrado para escapar de la policía secreta. Durante su huida, Endel termina convertido en profesor de esgrima de un grupo de niños que asiste a la escuela local del pueblo dónde se oculta. Con el paso del tiempo los niños y el profesor van creando un vínculo que va más allá de la relación alumno-maestro y el esgrimita pasa a convertirse en la figura paterna que parece ser la gran ausente en la vida de los niños.
El relato que exuda ternura y cariño tiene su parte siniestra con la presencia del director de la escuela (Hendrik Toompere), un burócrata estereotipado que ve en la figura de Endel una amenaza a su poder e influencia dentro del sistema y que está dispuesto a utilizar cualquier método para librarse del problema. Si bien la figura del director de la escuela no tiene mucho peso en la historia, sin él no se sería capaz de comprender el conflicto que se origina cuando el grupo de niños tiene la oportunidad de viajar a Leningrado para concursar en un torneo estudiantil de esgrima. Es en ese momento en donde Endel, deberá decidir entre correr el riesgo de viajar a Leningrado o huir para mantener a salvo el pellejo aunque eso signifique defraudar a los niños.
Härö dota a la película de una particular vibra de esperanza e ingenuidad a través de la bella fotografía de Tuomo Hutri, que sin llegar a retratar los paisajes estonios con maestría cumple y permite que el espectador se adentre en la atmosfera del lugar. Lograr que un grupo de niños actué de forma natural siempre representa un reto y este es uno de los puntos en los que el realizador no lograr cerrar el círculo. A pesar de los intentos falta cierto brillo en el manejo actoral infantil y es notoria un poco de tensión en las acciones de los pequeños, situación que logra cierto equilibrio con la sobria interpretación de un Avandi contenido y que sin embargo se adueña por completo del personaje de Endel.
Quizás el eslabón más débil de la cadena sea el poco desarrollo de personajes secundarios que terminan por volver planas las sub-tramas que podrían dotar de más realismo la historia del profesor de esgrima. El realizador nunca pierde vista cual es su objetivo final, pero de tanto ver la meta se olvida de contemplar los detalles que harían del viaje una experiencia más rica y entrañable. Un acierto que no sale victorioso del todo es la forma en como la construcción del relato intenta alejarse de las formulas cursis del cine hollywoodense de época, situación que se mantiene a flote aunque de vez en cuando parece naufragar.
A pesar de estos pequeños detalles, “El último duelo” deja un buen sabor de boca y es una excelente opción para aquellos fanáticos de la historia que buscan alejarse de los cada vez más comunes dramas históricos que abusan de la violencia en nombre del espectáculo. Al final un poco de luz en medio del abismo no le cae mal a nadie.