Por Manuel Cruz
“El Último Elvis” se presenta en la 56 Muestra Internacional de Cine, en la Cineteca Nacional y sedes alternas.
Al igual que “The Who” y su difícil transición entre Keith Moon y Zak Starkey, “El Último Elvis” (2012) no sabe a donde va. La cinta del argentino Armando Bo empieza como una divertida visita al mundo de los imitadores musicales, con Carlos Gutierrez (John McInerny) interpretando al mismísimo Rey del Rock . Hay una combinación de humor entre el shock de ver a Kiss y Elvis Presley en la misma sala y descubrir al mismo tiempo que ninguno de ellos es real, y la meticulosa obsesión de Carlos porque todo su mundo pertenezca a la leyenda de Memphis – llamando Priscilla a su esposa semi-divorciada (Griselda Siciliani) y Lisa Marie (Margarita López) a su hija pequeña.
Sin embargo, parecería que el juego de imagen no dura mucho: cuando su mujer e hija sufren un accidente automovilístico, Carlos debe interpretar al padre que nunca fue antes. Esta transición llega a la mitad de la historia, después de que su humor inicial se gasta velozmente y la película deambula en búsqueda de una dirección: a veces coqueteando con el retrato de los fracasados en la misma línea que “Balada de un Hombre Común” (Hermanos Coen, 2013), se transforma bruscamente en una historia familiar: bien ejecutada, mientras dura. McInerny debuta en pantalla con esta película, y ciertamente sabe dividir la pose de un buen imitador con un personaje inconsciente de lo que ocurre en su vida y finalmente empático. Ayuda que Lisa no interprete a un estereotipo; es un personaje astuto y sarcástico, cualidades interpretadas a la perfección por, Margarita López
“El Último Elvis”, al igual que “Tierra de Sangre” (James Katz, 2014) y “My First Movie” (Manuel Villaseñor, 2013) sufre un proceso de descomposición: una idea inicialmente ingeniosa que pierde su camino en la ejecución, una vez más por causa del obstáculo mayor en el proceso de creación cinematográfica: el vil guión. Uno con puntos a rescatar y trayectorias que podrían culminar en momentos interesantes, pero nunca despegan.
La cinta pone todas sus oportunidades de trascender en el aire, acabando en un final inverosímil y apresurado, que el director Bo no consigue rescatar con cámara lenta y música del Rey acompañado de coros celestiales. Lo más triste de estas situaciones es ver los buenos puntos – las actuaciones de McInerny y López en su breve encuentro de padre e hija – perdiéndose en la marea. Si Bo vuelve a enfocarse en la música, quizás su siguiente guión considere hacer otra escala en el mundo de la imitación. Yo voto por Keith Moon. Aunque, desde luego, no hay ni imitador o baterista real que se acerque a su grandeza.
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