Por Javier Tapia Sierra.
Los dictadores son conocidos por las infamias y atrocidades con las que reprimen a la población. Los métodos que utilizan para infundir el miedo son variados y perversos. Uno de los más comunes y muchas veces observado de manera indiferente es la destrucción de la cultura de sus sociedades. La eliminación de símbolos logra que los habitantes sean más susceptibles para bajar los brazos y ser dominados. El documentalista chileno Bruno Salas, nos muestra parte de ese proceso de destrucción cultural con su película “Escapes de gas”
En los años setenta, Chile era observado por todo el mundo. Primeramente por ser un país en el que un gobierno abiertamente de izquierda era elegido democráticamente y después por el golpe de estado comandado por Augusto Pinochet que en 1973 derrocó al presidente Salvador Allende. Durante la dictadura, la junta militar persiguió y desapareció a miles de los simpatizantes de Allende, incluyendo construcciones emblemáticas construidas durante su gobierno.
En 1971, el gobierno de Allende propuso a Chile como sede de la tercera “Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo” conocida como UNCTAD por sus siglas en inglés. El evento fue utilizado como una oportunidad de mostrar al mundo lo que el pueblo de Chile aspiraba a convertirse durante el gobierno de Allende, demostrado en la construcción de un edificio que cumpliera con las exigencias del evento construido en un tiempo record. Al finalizar la conferencia las autoridades decidieron abrir el espacio al público y lo rebautizaron como el centro multicultural Gabriela Mistral. Tras el golpe militar el edificio fue poco a poco arruinado. Desde el color de algunos elementos como una mítica chimenea construida por el escultor Félix Maruenda hasta la destrucción total de muchas de las obras que decoraban el inmueble, cada rincón fue transformado por el régimen. El edificio se convirtió en uno de los lugares clave de la dictadura, dejando en sus paredes voces atrapadas que no pudieron ser silenciadas a pesar de miles de intentos por hacerlo.
Bruno Salas va tejiendo el documental a medio camino entre la expresión lúdica y un misticismo. Las entrevistas se alejan de los convencionalismos y el historicismo para mostrarnos seres de carne y hueso que con sus palabras buscan mantener viva la revolución. Una revolución que va más allá de la figura del presidente y se ve materializada en el inmueble. Desde los faraones, la construcción de grandes edificios es una forma de volver tangible al poder. En este caso, el poder que buscaba ser tangible con esaa construcción no era el de una figura presidencial sino el de un espíritu comunitario creativo de trabajadores, arquitectos y artistas que participaron en la obra, es decir el espíritu del pueblo chileno.
La música de Marcelo Espíndola de corte minimalista nos sumerge en un ambiente de misticismo pragmático que combinando con las imágenes tanto de archivo como contemporáneas del edificio dotan al filme de gran emotividad.
Más allá de lo anecdótico, Bruno Salas busca mostrarnos el espíritu optimista que permeaba en la época así como el deseo de lucha para preservar el monumento y su significado contra cualquier intento de demolición. En una época oscura, el edifico se convirtió en un recordatorio de una luz continuamente olvidada por la violencia y la muerte. Hoy los protagonistas de “Escapes de gas” nos dicen claramente que esa luz no se ha perdido.
“Escape de gas” fue parte de la programación del Festival de la Memoria, celebrado en Cuernavaca.
ESCAPES DE GAS Trailer from TRAMPA films on Vimeo.