Por Javier Tapia Sierra.

En la cultura popular la figura de Sigmund Freud se encuentra estereotipada como la de un hombre para el cual todo giraba en torno al sexo. Sea correcta o no esa aseveración lo cierto es que su trabajo, sea interpretado de forma tergiversada o fidedigna, ha sido inspiración para muchos realizadores cinematográficos. Desde los fieles acérrimos al psicoanálisis como el neoyorquino Woody Allen hasta los que le giñan el ojo al psicoanalista intentando parecer atrevidos para después mostrarse como tibios gatitos. En esta segunda categoría entra el realizador canadiense Jeremy Lalonde, con su más reciente producción: “Hagamos una orgía” (“How to plan an orgy in a small town”).

Lalonde, que en el 2013 tuvo una campaña exitosa en una plataforma crowdfunding para lanzar su film: “Sex after kids”,  se aventura de forma desangelada en las vidas sexuales de los miembros de una comunidad típicamente norteamericana. Jugando superficialmente con los traumas, deseos prohibidos y obsesiones de una población acostumbrada a vivir en la inhibición y pendientes del que dirán más que de sus impulsos y sentimientos reales.

La premisa de la trama nos mete en la vida de Cassie Cranston (Jewel Staite) columnista especializada en sexo que regresa a su pequeño pueblo natal tras la muerte de su madre, una exitosa escritora de libros infantiles llena de prejuicios que refleja el espíritu pueblerino conservador que impulso a Cassie a intentar liberarse por medio de la palabra escrita. De una forma inverosímil Cassie, termina por organizar una orgia para los mojigatos del pueblo que incluyen a Heather (Lauren Lee Smith), una antigua rival de la columnista; Adam (Ennis Esmer), el amor juvenil de Cassie por el cual todavía siente algo; Bruce (Mark O’Brien), un hombre frustrado sexualmente y Polly (Tommie-Amber Pirie), una vendedora con baja autoestima y una vida romántica problemática; junto a ellos aparece un cast de personajes olvidables que terminan por hundir el bote.

El problema de “Hagamos una orgía” radica en que en el fondo es una comedia-romántica más del montón que utiliza la excusa de una orgía en un pueblo de tendencias derechistas, para intentar darle originalidad a una trama desgastada con el tiempo. No le ayuda mucho que el trabajo de dirección y guion se note forzado, poco inspirado y en general descuidado reflejándose sobre todo en la baja calidad de las actuaciones y lo plano de la historia que termina por parecer monótona. Los eventos retratados son vistos con curiosidad clínica siguiendo los clichés típicos de la comedia romántica, ajustándose demasiado a la formula y dejando sin corazón a la película.

Los puntos fuertes se ven reflejados en los valores de producción que dotan de algo de vida al frío ambiente que rodea a los protagonistas, una edición cuidada que sin ser poderosa cumple con su cometido de forma valiente y la sutil crítica, más chismorreo que auténtica crítica, a los patrones de conducta hetero-normativos  que permean a la sociedad.

Quizás sea el humor canadiense tan alejado del cachondeo latino o la (en teoría) apertura de la sociedad hacia temas tabúes, hasta puede ser que “Hagamos una orgía” sea la versión edulcorada de una hipotética “American Pie: Orgy Camp” que la película pasa muy por debajo del radar, dejando un amargo sabor de boca en lo que prometía ser una excitante bacanal, perversa sí pero divertida.