Por Ali López
La emigración del cineasta chileno Pablo Larraín a las ligas hollywoodenses representó, como suele serlo, un arma de dos filos. La creencia popular de que la industria cinematográfica otorga ganancia, pero resta talento, amenazaba a una sólida carrera cinematográfica, que con “Neruda” (2016) se consagró con público y crítica. Pero el paso ya estaba dado, y Larraín se aventuró a tomar el guion de Noah Oppenheim (escritora de títulos para adolescentes como “Divergente: Leal” [2016] y “Maze Runner” [2014]), contratar a Natalie Portman, y dar vida a la mítica y desconcertante Jacqueline Lee Kennedy Onassis, Jackie.
La historia se concentra en lo relatado por Jackie Kennedy a un reportero sobre los momentos anteriores, y posteriores, al asesinato de su esposo, el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy. El trauma personal, social y político que cae sobre esta mujer, que se convierte en el rostro y máscara de una sociedad a punto de colapsar. Pero ella tiene que ser un robot que contenga el llanto, que resista en su rostro el sufrimiento de dejar un hogar, la Casa Blanca, que más que un derrumbe económico significa el derrumbe de un proceso amoroso y humano.
Jackie intentó, durante varios años, humanizar la presidencia; abrir las puertas del paraíso a todos los que quisieran asomarse dentro. Pero la carne y la sangre le recordaron lo fatídico que puede ser el mundo, y que la traiciones están al orden del día. Para la vieja escuela política sólo basta con dar un carpetazo y archivarlo todo. Ella y su esposo pasaban a ser parte de la estadística ¿Qué podrá hacer para revertirlo? ¿Cómo hacer para que JFK se asiente en los libros históricos? La ex primera dama toma la historia por su cuenta, y como buena esposa, utiliza sus dones creativos y amorosos para hacer de su esposo más que un presidente muerto.
Poco se le puede reclamar a Larraín en su cinta. La manera en que Natalie Portman lleva las emociones y sensaciones de Jackie por una montaña rusa, son realmente insuperables. Pero no sólo es ella; la cámara de Stéphane Fontaine nos entromete en un mundo opresivo que, a pesar del colorido, es gris y melancólico; a punto del llanto. El vestuario de Madeline Fontaine, con un chiste irónico final, muy certero, en donde la tragedia se viste a la moda, y no hay algo que venda más que el morbo. Todo es estruendoso, y rimbombante, made in Hollywood, pero no para función de ventas, sino como crítica misma al alboroto kitsch y espectacular en el que se convierte cualquier evento de los Estados Unidos, hasta la muerte de un presidente.
Por fortuna la cinta no vende el morbo del asesinato, juega con el morbo y la sangre que el magnicidio ha conferido por tantos años, pero no concentra su atención en tomas quirúrgicas o subtramas conspiracionales. Pero hay en la acciones que rodean al hecho todo un rompecabezas invisible de pequeñas acciones que muestran la razón del suceso; no se señala a los culpables, pues a ciencia cierta nadie los conoce, pero sí las posibles causas.
Sin embargo, hay un punto de vista de la película que plantea algunas interrogantes. Todo el tiempo se habla de Jackie, y tras ella vemos el mundo y los hechos, pero Jackie nunca deja de ser Jackie Kennedy, la mujer que convertida en esposa pierde su identidad. Nunca más volvió a ser Jacqueline Lee Bouvier; y parece que no nos importa cuando lo fue. Si Jackie es Jackie, es gracias a John, y a él le debe pleitesía. Jackie es la primera dama que convierte la Casa Blanca en un sitio acogedor, y que hace de un funeral un proyecto de vida. A pesar de ser la protagonista, y poseedora de una gran fortaleza, ella no deja de ser mujer sumisa, pues sólo como buena madre, y buena esposa, trasciende en su curva dramática. Las traiciones políticas son veladas por Larraín, y en ese velo termina ejerciendo una crítica sutil y necesaria; pero las (malas) costumbres machistas de la época, aquella y ésta, son exhibidas y poco criticadas.
El paso de Larraín a las ligas de Hollywood no demeritó su calidad, pero si interpuso un punto de inflexión, en donde quedaron exhibidas algunas de las condiciones no tan sólidas del director. “Jackie” no será el punto más alto en la carrera del cineasta chileno, pero hay en la cinta suficiente material como para que no pase desapercibido.