Por Pedro Paunero
Hay una hermosa escena en “Jay Kelly” (Noah Baumbach, 2025), cuando el actor de ese nombre, interpretado por George Clooney, realiza una gira por Italia, a bordo de un tren que parte desde París, con el propósito de tener contacto con gente “real”. Apenas entrando al vagón, le llama la atención una mujer que se pone lápiz labial valiéndose del cristal de la ventanilla como espejo, una anciana que se prepara un sándwich de pepinillos, a los que agrega sal, y una chica que lee un libro. La cotidianidad, tan ajena al artificio de los estudios de cine -capaces de crear mundos ficticios convincentes-, le conmueve. “¿Cómo puedo interpretar a gente si no toco a la gente?” Se pregunta. Lo acompañan Ron Sukenick (Adam Sandler), su mánager y Liz (Laura Dern), su publicista, que se escabullen al fondo, mientras las personas quedan encantadas de la amabilidad y sencillez de Jay, que termina por invitar a todos los viajeros al homenaje que le espera en la Toscana, comprometiendo a Liz para que arregle sus pasajes y entradas al evento.
Jay tiene sesenta años y una vida profesional aparentemente exitosa, pero su pasado está marcado por una herida, el “haberle robado” el papel a su amigo Timothy (Billy Crudup), cuando este audicionara y Jay, quien pidiera la oportunidad de interpretar las líneas de Timothy, dejara a los directores de la audición maravillados, condenando a Timothy al olvido. La historia de Jay se parece sospechosamente a la de Clooney, no solo porque ambos sean de Kentucky, sino porque Baumbach, y su guionista, Emily Mortimer, logran construir un espejo entre actor y personaje, entre la imagen pública del astro y la intimidad del hombre, en una película expiatoria y catártica para una estrella de Hollywood que, un día, quiso ser actor, involucrándose en proyectos tan arriesgados como la más reciente adaptación de la novela de Stanislaw Lem, “Solaris” (2002), dirigida por Steven Soderbergh, que parecía una locura en su tiempo, teniendo como precedente la obra maestra de Tarkovski, que el propio Clooney protagonizó, con el tema del doble, de la conciencia y de la imposibilidad de escapar de uno mismo, que vuelve a ser central en la película de Baumbach.
Durante el viaje, Ron y Liz abren su corazón, se declaran amor, y en un momento de sinceridad casi cruel, admiten que, representar a un actor como Jay, implica el someterse a un acto de vampirismo que tanto los invisibiliza como sacrifica sus propias vidas. Jay, en tanto, visita su propio pasado, reviviendo cada pasaje significativo de su vida “como una película en la que se ve a sí mismo”, en un ejercicio de purificación, liberador, a la vez que Ron considera que su familia la pasa horrible, con él lejos para atenderlos, con tal de servir a Jay. Toda esta puesta en duda reafirma su ambigüedad cuando un ladrón le roba el bolso a una anciana, y Jay corre tras él, habiendo parado el tren, recuperando el bolso en un viejo cementerio, sólo para descubrir que el ladrón es paciente psiquiátrico. La heroicidad de los personajes de Jay, pues, se apoderan del Jay actor, bajo una falsa premisa. Baumbach, fiel a su estilo, destruye la frontera entre interpretación y vida, evidenciando que Jay es una especie de niño necesitado de atenciones y que estas, sólo Ron, una especie de padre ajeno, es el único que puede prodigarlas, en detrimento propio.
Es interesante que 2025 sea el año en que dos estrellas hayan decidido convertirse en actores, Dwayne Johnson en “The Machine”, y Timothée Chalamet en “Marty Supreme”, dirigidas, cada una, por uno de los hermanos Safdie, y que “Jay Kelly” nos recuerde el proceso de estrellato de Clooney, en un papel de madurez, acompañado, por cierto, por Adam Sandler, que lo reafirma como un actor capaz de abarcar un registro amplio de actuaciones, pasando naturalmente de la comedia al drama, después de conmovernos con una película como “El astronauta” (Spaceman, Johan Renck, 2024), y que convence en cada una de estas.
“Jay Kelly” no es solo la historia de un actor en crisis; es una parábola sobre la dificultad de ser uno mismo en un mundo que confunde identidad con representación. Baumbach propone una mirada profundamente humana sobre el arte y el desgaste de vivir bajo el ojo público. Clooney, en uno de sus papeles más vulnerables, se desnuda simbólicamente frente a la cámara, revelando que detrás del ícono hay un hombre que, como todos, busca comprenderse y encontrar la paz consigo mismo.
La película se convierte, así, en una meditación sobre la proximidad de la vejez, la culpa y el anhelo de autenticidad. “Jay Kelly” nos recuerda que la actuación -como la vida- es un acto de fe, y consiste en la convicción de que, entre tantas máscaras, aún es posible encontrar un rostro verdadero.

