Por Ali López

ACTO 1

He de empezar con un poco de historia, y he de advertir, que es historia personal. Corrían los años preparatorianos y era un entusiasta del cine, veía  todo lo que podía ver; todo lo que llegaba a mis manos, ojos u oídos. Llegó Jodorowsky, de manos de un buen amigo que decidió convidarme un poco de su fanatismo. Cuatro DVD estuvieron ente mis manos, cuatro films místicos y mágicos que me prendieron de inmediato; “Fando y Lis” (México, 1968), “El Topo” (México, 1970), “La Montaña Sagrada” (México, 1973) y “Santa Sangre” (México, 1989). El cine cambió para mi, a primera vista no se puede decir que aprendí el camino metafísico que el director pretendía enseñarme, ni siquiera puedo decir que mi cerebro comprendió por completo los mensajes semióticos y/o psicológicos de las películas; pero había comprendido algo, algo dentro de todo lo que era había cambiado. Entré al pequeño grupo de culto Jodorowskiano, donde deambulábamos por tianguis, y centros culturales (he de mencionar que por ese entonces las películas del autor chileno aún no eran editadas en original) buscando las joyas extraviadas, “Tusk” (Francia, 1980), “The Rainbow Thief” (Gran Bretaña, 1990) y “La Cravete” (Francia, 1957) todos films de Alejandro, todos films grabados fuera de México, y todos considerados films menores. Casi imposible encontrarlos, como también lo era encontrar su cuatro films mexicanos.

Jodorowsky era un director de culto, oculto y underground, un ente que causaba revuelo, que fomentaba ciclos de cine en su honor, lecturas de sus textos, y cursos y conferencias entorno a él. Se hablaba de su arte, de sus cómics, sus novelas y cuentos, su música, su teatro y su cine. Se habla del movimiento Pánico, el cual fundó junto a Roland Topor y Fernando Arrabal, poco se hablaba de él, como ego, como nombre propio, como ser. Pero las cosas cambiaron, de boca en boca el apellido ruso del cineasta chileno comenzó a tomar fuerza. Llegaron las reediciones y las cintas comenzaron a exhibirse en aparadores, al igual que sus libros, ya no novelas, que cambiaron de la zona de ficción a la de superación. Jodorowsky comenzó a volverse un ser, un ego, un ente popular. Un maestro, un guía, un escritor de libros de psicomagia que ayudaban a sanar. Las nuevas generaciones ya no veían lo subversivo en aquellos DVD originales, ni en ese viejo que twitea palabras de amor. Para muchos, Alejandro Jodorowsky se convirtió en un astrólogo, o en el papá de Adanowsky; se comenzaron a desinflar los cineclubs, los cursos, y el movimiento pánico. Sólo la vieja guardia recordaba los avatares que había que vivir para poder ver una copia de mala calidad del Topo, conseguir ejemplares de sus libros, o encontrar en un rupestre youtube entrevistas con el maestro. Sólo esa vieja guardia entenderá lo que digo, y sabrá que me falta mucho más por decir, porque Alejandro, Alexandro, Jodo, Ojo de Oro, o las mil maneras que teníamos de llamarlo quedaron perdidas en un pasado que parece exagerado.


ACTO 2

Estoy en un sala en el IFAL, es 10 de Junio de 2014, después tanto esperar, y hasta hacerme del rogar, por fin veré “La Danza de la Realidad”, film con el que Jodorowsky regresara a las andanzas cinematográficas. Todos sabemos, o eso creo, que es un film autobiográfico, precisamente extraído de la novela de mismo nombre y mismo autor; aunque con algunos toques nuevos en el guión y la conjunción de otros textos. La historia se sitúa en los paisajes onírico-desérticos del norte de Chile, ahí, de donde Jodorwsky es originario. Pero él mismo se descubre extranjero en su tierra, ajeno e impropio. La familia no ayuda a facilitar las cosas para el pequeño Alejandro; su madre, Sara (Pamela Flores),  lo ve como la reencarnación del padre de ella, y lo sobreprotege y amanera. Su padre, Jaime (Brontis Jodorowsky) trata de enseñarle, muy a su manera, lo que significa ser hombre. La misma comunidad simbólica del pequeño pueblo no deja a Alejandro tranquilo, y a punta de golpes, le enseña lo que es la vida. Alejandro, Jaime y Sara tendrán un camino conjunto, pero también otro paralelo, donde aprenderán de todos y de ellos mismos, donde la magia es parte importante de la ciencia, y la lógica es azarosa. Se habla de todos los dioses, y de que Dios no existe. La muerte, la vida, el amor, el odio, todo juega, todo se conjuga en la visión infantil del personaje protagonista, pero también la visión madura del autor que escribe de su propia vida. “La Danza de la Realidad” es un camino, como todas las películas del cineasta chileno, donde uno entra con dudas y sale con respuestas, sin que estas dejen de plantarnos más preguntas.

Jodorowsky inicia la película hablando de lo que, últimamente, parece ser lo más importante para él: el dinero. Lo exhuma, lo glorifica, lo hace parte importante de la vida, el autor se excusa con sus seguidores, justifica la moneda. Jodorowsky se observa, se refiere a si mismo, y nos regala imágenes basadas en sus antiguos films. Jodorowsky no pierde el toque, el arte y la fotografía tienen su marca, su sello. Jodorowsky parece ser el mismo, pero no, algo ha cambiado. Intercambió las imágenes fuertes por imágenes poéticas, la manufactura sangrienta por los efectos especiales. Cambia la apertura de mente por la apertura de corazón. Jodorowsky nos habla desde su ego, desde su yo, su súper yo y su ello. La crítica a la religión sigue vigente, la crítica la gobierno, a la gente, a la conciencia. Pero los tiempos han cambiado, y se ve un director menos subversivo, menos hambriento de cambio. Jodorowsky ya no quiere  comerse al mundo de un bocado, ya no quiere confrontar a los espectadores contra su realidad. Quiere que lo escuchemos, que sepamos, que entendamos al autor que nos entregó tanto por tantos años.

La película no peca por ningún lado, la actuación de Brontis como Jaime es suprema, los personajes exóticos jamás se sobrepasan, y el guión fluye como un sueño. “La Danza de la Realidad”, como cualquier film del director, hay que verla una, dos tres o más veces, hay que desmenuzar cada segundo en los miles de fractales que nos va dando. Jodorwsky termina hablando de la vida, de su significado, del tiempo, y de su paso. Jodorowsky se burla, nos sigue diciendo que es humano, que el dinero no lo cambia, ni la fama, ni el arte, ni los años. Nos entrega al niño que fue, nos da a sus padres, a su pueblo, nos permite abrir el libro de su psique, y nos permite que lo leamos.


ACTO 3

Termina la función, hay aplausos. Se prometió una conferencia vía Skype con Alejandro, pero no se llevará acabo, lo que si sucederá, es que Brontis Jodorwsky entrará en cualquier momento al recinto. Un ser sencillo de traje azul se presenta como el protagonista de la película, Brontis se sienta sobre un sofá rojo, y se dispone a responder nuestras preguntas. Pero las preguntas giran entorno a su padre, en su relación y en lo que significó haber trabajado como su abuelo. Él advierte que no tocará temas personales, pero es casi imposible. Confiesa que hubo una limpieza familiar al hablar de los secretos guardados, que la relación padre-hijo había cambiado, y que tanto él como Alejandro aun no sabían bien a bien que es lo que había pasado; se encontraban aún en la resaca emocional de la experiencia autobiografica. Brontis nos cuenta la magia que llevo a su padre a recontarse con el cine. El recuentro con el que hubiera sido el productor del proyecto más ambicioso de ciencia ficción del siglo XX, Dune, Michel Seydoux. La nueva experiencia cinematográfica que encontró el propio Brontis en México, y que le enseño una nueva forma de producción y realización más libre e inmediata. Y la aparición de Javier Guerrero, un ángel chileno, que tocó a la puerta del maestro, decidido a llevarlo tras las cámaras.

Tres factores casi mágicos, tres operaciones algebraicas del destino, que dictaminaron el sonido del primer claquetazo. Pero Alejandro se dejó llevar siempre por su instinto, eligió al actor infantil que lo interpretaría sólo con mirarlo, y encontró las locaciones prácticamente con el corazón abierto y los ojos cerrados. El hijo nos cuenta como fue que interpretó al abuelo, resumiéndolo en una frase contundente: Alejandro necesitaba un actor que no pudiera odiar. La conferencia está apunto de terminar, pero se extiende en un momento jodorowskiano, donde Brontis nos da su interpretación del Génesis, reivindicando el papel del hombre, de Dios y la mujer. La última pregunta sale: ¿Está Alejandro preparando otro film? La respuesta es seca y llana: Sí. La risa y la tensión se liberan, y Brontis tiene que confesar el secreto. Alejandro prepara una película sobre Juan Solo, personaje creado por el autor para un cómic.

Brontis Jodorowsky se despide, los flashes acaban, el micrófono calla. Hay algo indescriptible en al aire, algo que sólo puede saber alguien que ha visto un film de Jodorowsky, ha leído sus historias, o ido a sus puestas en escena. Un perfume diferente, un aire más liviano, un regocijo latente. Me dirijo a la salida, satisfecho, y a la vez exhausto, con un texto en mente, pero a sabiendas que para hablar del chileno de origen ruso, acarreado en México pero fincado en Francia, se necesitaran bastantes palabras. Pues Jodorowsky no es un apellido, es una diccionario por si mismo.