Por Lorena Loeza

Podríamos empezar por resumir esta película titulada “La sustancia” (The Substance, 2024) en una sola frase: La obsesión por la belleza eterna no produce más que monstruos. Y, sin embargo, aunque de entrada pueda parecer contundente, esas palabras en sí mismas no son suficientes para dar cuenta de la compleja experiencia que representa acercarse a esta película.

Empecemos por la historia, que es una muy dura crítica al mundo del espectáculo y los grandes medios, que por décadas se han dedicado a vender un modelo de belleza aspiracional, falso e inhumano. A manera de fábula, de cuento con enseñanza, la directora Coralia Fargeatn lleva al espectador por un terrorífico y trágico cuento, donde las consecuencias de las obsesiones se verán en la pantalla a manera de sangre, vómitos verdes, heridas infectadas, pieles destruidas y finalmente monstruos con malformaciones.

Tan sólo esta descripción sería suficiente para advertir al público que se prepare para una experiencia incómoda, pero la verdad es que es mucho más la cinta es mucho más que sólo asco y desgrado visual.

La historia nos presenta a Elisabeth Sparkle -interpretada por una muy valiente Demi Moore- la reina de los aeróbicos y la venta de espejismos para la mujer común, en el momento de llegar a los 50 años y sr despedida de su trabajo sin consideración ni miramientos.

Elisabeth encuentra en medio de la desolación, lo que parece ser la solución al deseo de la eterna belleza y juventud: una extraña sustancia que la dividirá en dos personas, una versión suya más joven, hermosa y perfecta y otra ella misma, la de siempre.

El juego se antoja como una suerte de Dr. Jekyll y Mr Hyde, perverso y extraño o una versión humana de Fiona de Shreck: “de día soy una, de noche soy otra”. Pronto sucede lo que se podía preveer.  La versión joven – interpretada por Margaret Qualley) ansía el control, aunque eso signifique ir devorando a la versión original.

El duelo entra las dos versiones de sí misma, es quizás lo que encierre el verdadero terror de la historia. Las obsesiones, el miedo irracional a envejecer, a ser relegada, a no ser famosa, va tomando forma, convirtiéndose en una moral avalancha de nieve dispuesta a arrasar con todo.

La pregunta central no solo consiste en responder lo que estarías dispuesta a pagar con tal de no envejecer nunca, sino los oscuros deseos que hay detrás de esa repuesta.

La autora a demás no duda en plantear la férrea lucha de una mujer consigo misma, pero en este escenario, el lado masculino, no sale tampoco bien parado. Dennis Quaid logra un repugnante retrato de productor sin escrúpulos, acompañado de otros personajes que ven en las mujeres, incluso las más hermosas un objeto desechable.

La espiral sin fondo de las mentiras y las vanidades termina con un final, quizá excesivo, ya que lleva muy poco de realidad, pero sí mucho de espectáculo grotesco. Sin embargo, puede parecer excesivo en alargar una premisa que ya nos había dejado en claro que tendría un fin trágico.

“La sustancia” en cuestión es algo así como un elixir mágico, con el que han soñado las personas desde tiempos muy antiguos. La cinta nos devuelve esa oscura reflexión de desear lo imposible desafiando a la naturaleza y al propio dios. Quizás no resulte original en su planteamiento, pero lo es sin duda en su hechura.

Si bien se reconocen las influencias de otras películas dentro del género de “body horror”- hay un poco de Cronenberg, de Nicholas Winding Refn, y hasta de Julia Ducornau-  la directora logra una voz propia, perfectamente coordinada con Demi Moore que no duda en parodiarse a sí misma, y Margaret Qualley que lleva su perfección a niveles sublimes.

No es apta para estómagos débiles, tampoco para quienes consideran exagerado que las mujeres abramos fuego contra un sistema que nos ha vuelto esclavas de la apariencia y la banalidad. Pero se agradece este nuevo giro donde el terror está en los monstruos de los falsos ídolos y las estrategias de consumo.