Por Pedro Paunero
“I have a purpose. You don’t. And if you think that’s some kind of blessing, it’s not.”
Marty Mauser
Timothée Chalamet deja atrás su papel de mesías inmaduro en soporíferas épicas espaciales para interpretar a Marty Mauser, un vendedor de zapatos bastante terrestre de Nueva York, que sueña con convertirse en campeón mundial de tenis de mesa. En la zapatería, Marty tiene sexo con su vecina y amiga de la infancia Rachel (una maravillosa Odessa A’zion) que en realidad está casada con Ira (Emory Cohen), un tipo zafio que ignora que su mujer está enamorada del manipulador Marty, poniendo en acción una serie de consecuencias que no necesariamente tienen que ver con el destino, sino con el azar que lo ancla al suelo, bajándolo, una y otra vez, de las nubes donde suele evadirse.
Estamos en los años ‘50s y, si bien esta nueva épica americana, dirigida por Josh Safdie, sostenida por las aspiraciones de su protagonista, se inspira en la biografía real de Marty Reisman, se atreve libremente a contarnos una ficción que, en parte, es una picaresca, en otra parte una comedia y un drama y, finalmente, la biopic antiheroica de un deportista. Tan cerca, y tan lejos como se pueda estar de la película “La máquina. “The Smashing Machine” (2025), por cierto, dirigida por Ben Safdie, hermano de Josh, y protagonizada por Dwayne Johnson quien, como Chalamet mismo, quiso transformarse de estrella en actor de verdad, con su película sobre la lucha de estilo mixto.
Cuando por fin logra ser admitido en un campeonato de ping pong, Marty pone en juego todas sus artimañas para que Ram Sethi (Pico Iyer), uno de los organizadores, se sienta culpable por haberlo hospedado en un hotel de baja categoría, y ser trasladado al Ritz. En el vestíbulo conoce a Kay Stone (Gwyneth Paltrow), una estrella apagada de los años ‘30s por la cual Marty se siente atraído de inmediato. Kay, alentada quizá por la consciencia de su brillo desvanecido, se deja embaucar y termina acostándose con Marty, que logra venderse como una estrella en ciernes del deporte y, casi de inmediato, trata de convencer a Milton Rockwell (Kevin O’ Leary), esposo de Kay y dueño de una fábrica de bolígrafos, de ser su patrocinador. Cuando Rockwell se entera de la “condición de judío”, de Marty, lo culpa de formar parte de ese pueblo por el cual su hijo dio la vida, para liberarlo de los Campos de concentración. Aunque, sin duda, Marty posee un perfil mitómano, jamás resulta un personaje repulsivo y, tanto Safdie como Chalamet, se cuidan de poner empáticamente de su lado al espectador, con todo que este mienta, sea capaz de convencer al otro que tiene la culpa cuando la tenga él, que robe a mano armada (aunque para cobrarse una deuda), estafe y manipule una y otra vez, incluso a un personaje como Dion (Luke Manley), el hijo “limitado” del señor Galanis (John Catsimatidis) su jefe en la zapatería. De esta forma, Marty convence a los Galanis de fabricar pelotas de ping pong de color anaranjado, para que no se confundan con los uniformes blancos de los jugadores -a las cuales se les conocería como “Marty Supreme”, nombre que le dará el título a la película-, en uno de los tantos juegos de destreza mental que ejerce sobre los demás, pero que no es capaz de aprovechar él mismo.
Marty logra llegar a Japón, donde pierde el campeonato ante el estoico -y sordo- Koto Endo (Koto Kawaguchi), por lo que tiene que volver a Nueva York sin un centavo en la bolsa, donde tendrá que ingeniárselas para vivir el día a día como mejor sabe hacer, anteponiendo su ego inflado ante cualquier situación, por mucho que le cueste que se lo derriben, y negando que el bebé que Rachel espera sea suyo. Pero la muchacha, absolutamente ciega ante el “Campeón derrotado”, antepondrá incluso su propia vida para ayudarlo, como en la escena en la cual resulta herida de bala, durante el enfrentamiento del mafioso Ezra Mishkin (Abel Ferrara, en un papel caricaturesco que recuerda a los villanos de “Dick Tracy”) que ha perdido a su perro, con un granjero (George J. Katsiavos) que lo retiene en su casa. La escena en la cual Marty se da un baño de tina, en la habitación de un hotel de mala muerte, con el suelo cediendo ante su peso y cayéndole encima al mafioso, que a la vez le daba un baño a su perro, retrata perfectamente el caos por el cual los personajes se mueven, un tapiz igualmente diverso, por el cual la película amenaza en perderse en varias ocasiones.
Por necesidad, Marty se ve obligado a actuar en los entreactos de los espectáculos, al lado de artistas del entretenimiento como los Harlem Globetrotters, a los cuales desprecia, incluso tiene que jugar al ping-pong con una foca. Pero su humillación está lejos de terminar. Al haber rechazado la propuesta de Rockwell de iniciar una gira por Japón, promocionando su marca, mientras juega partidos con Endo y dejándose ganar para solaz del publico asiático, no ve otra opción que bajarse los pantalones y someterse a una azotaina con raqueta de ping pong, delante de los millonarios amigos del empresario. De vuelta a Japón, Marty decide tomar las riendas de los acontecimientos cuando, habiendo perdido ante Endo, le suplica que hagan a un lado la farsa, y acepte el reto de un juego real. Para entonces, Rockwell le ha lanzado una última advertencia, si gana, no lo admitirá en su avión privado, mismo que los ha llevado a Oriente, dejándolo solo y abandonado a su suerte en Japón. Allí, en medio del bullicio extranjero y de su propia derrota, Marty comprende que nunca fue un campeón del mundo, sino apenas el mejor impostor de sí mismo.
La película, para la cual Chalamet se preparó durante siete años, aprendiendo tenis de mesa, goza de la fotografía de Darius Khondji (responsable de la fotografía de “Eddington”, “Bardo”, “Amor”, “Medianoche en París”, “Muero por ti”, o “Delicatessen”), que nos acerca varias veces a los interiores del neorrealismo italiano, con una banda sonora de Daniel Lopatin y música de Peter Gabriel hasta Tears for Fears, que ambientan atemporalmente las escenas de una historia que, igualmente, se narra en una película de esas de las que quedan pocos ejemplos actuales, en un cine ambicioso, grandioso al estilo clásico. Por disparejo que este sea.

