Por Matías Mora Montero
David Bowie se estableció como uno de los mayores iconos artísticos de la historia. Su rechazo a la monotonía continúa inspirando a millones, moviendo así a la humanidad hacia una inclinación más andrógina y, por ende, más libre. Sus letras penetraron en aquello con lo que el ser humano más sueña: la relación entre el exterior y el interior. Sin llegar a absolutos, Bowie siempre logró interrogar la vida y la muerte, la Tierra y el espacio exterior, lo masculino y lo femenino, el ying y el yang. Bailando entre todo aquello que la sociedad nos propone, rompiendo las barreras de esto al poder mezclarlo y experimentar con ello, y convirtiendo a la expresión, en casi todos sus sentidos, en su propio cubo Rubik personal.
Bowie fueron muchos, no podemos clavarnos en un lado suyo. La línea entre la interpretación y la claridad se vuelve borrosa, ante la diversidad de alter-egos que nos presentó a lo largo de décadas de trabajo creativo, expandiendo al mismo tiempo desde la música, la actuación, la pintura, la escultura, la escritura, el videoarte y muchos campos más, por los cuales Bowie no dejaba atrás la bella búsqueda que provoca cada impulso creativo imaginable e inimaginable.
Es con esto que debe de quedar claro que la tarea de poder retratar a tal identidad tan llena de bello enigma dentro del cine resulta una tarea verdaderamente titánica e incluso imposible. El poder narrar la historia y visión de un ser que fue muchos seres, de un ser que alcanzó comprensiones tan profundas y conmovedores que nos evocan reflexiones al respecto del arte, la cultura, la propia vida y la relación entre dichos conceptos, a la par de su importancia, el poder concretar una visión cinematográfica que le haga justicia a tal figura, requeriría que el propio Bowie regrese a la vida para poderlo lograr. Y, en cierto sentido, es precisamente por ello que “Moonage Daydream”, de Brett Morgen, alcanza el título de una de las mejores, sino es que la mejor película sobre un músico que me ha tocado ver.
Tras su estreno en Cannes, por fin nos llega este documental a las pantallas nacionales y prueba ser no sólo un retrato fiel de todo aquello que fue Bowie, sino también de todo aquello que nos captura de la cultura y del por qué sentimos el impulso de unirnos a la misma. La película de Morgen es una explosión de colores, en donde los grandes autores y las grandes obras del cine, la música y la literatura se alinean ante la propia esencia de la superestrella definitiva. Vistazos de obras de Fellini, Kubrick, Buster Keaton, Murnau y más se nos presentan, a la par de explosiones espaciales y temporales, una sinfonía tanto de la música de Bowie como de su iconografía y filosofía. Todo unido, causando un montaje que, si bien con toques psicodélicos, logra una contundencia conmovedora gracias a aquellas palabras que Bowie otorga a la audiencia, un manifiesto hacia la expresión y la evolución de un artista que siempre se encontraba en búsqueda de nuevos horizontes. De hecho, en un maravilloso segmento de la película Bowie nos habla sobre esto de una manera que resuena mucho conmigo: cuenta cómo el artista persigue la búsqueda, y que en caso de que éste crea haber llegado a un descubrimiento, esto sería hasta miserable. Es cierto, la búsqueda es lo que otorga un crecimiento espiritual, mientras que los resultados fáciles no nos hablan mucho de la verdadera profundidad de una pieza ni de un artista. Aunque claro, hay una cierta veracidad en decir que tal concepto de “resultados fáciles” no es algo cierto dentro del arte, pues como la película y la música del propio Bowie nos recuerdan constantemente, el arte es un universo en constante expansión, donde todos los colores conceden vida a nuevas formas, tonalidades y movimientos. El arte es subjetivo, no por la manera en cómo experimentamos nuestro gusto o disgusto hacia el mismo, sino por el poder que éste contiene de transformación.
Inevitablemente, la cinta se adentra en lo que significa esta búsqueda, es decir, nuestra relación con el arte. Bowie viaja, conoce culturas y explora todas aquellas filosofías por medio de las cuales el humano ha buscado significado, transmite esta revolución en su arte, experimentando con maneras de evolucionar el lenguaje tanto musical como escrito. La palabra escrita como un dominio de la evolución humana, el arte como el crecimiento espiritual. Por eso, el acercamiento de Morgen al montaje se mantiene como una sorpresa brillante, además de explosiones de tiempo y espacio, llevando así a la filosofía de Bowie al nivel de verdad absoluta, pues todo aquel que vino antes, durante y después de él, en forma cultural, se vuelve un testigo estrella, en su caso de vida. Uno en donde cada personaje conformaba secciones de una identidad desarrollada, uno donde la escapatoria de la monotonía era, justamente, el ampliar el conocimiento cultural y, por ende, la propia identidad abarcaría una forma universal, la cual no tendría opción alguna más que resonar en generaciones por delante, que tomarían todo aquello que un hombre construyó como el camino a una nueva verdad, ascendiendo a Bowie a la montaña de los grandes artistas, de aquellos atrevidos que cuestionaron e hicieron temblar al estado de las cosas. Ver “Moonage Daydream” me trajo de regreso a alguien, quien por obvias razones se ha encontrado invadiendo mi mente toda la semana, Godard, que en paz descanse, otro titán del arte por muchas razones similares a las de Bowie, la reinvención, la anarquía ante lo ya acomodado. Patrones indiscutibles que llevan a reflexiones sobre qué es aquello que le permite a ciertos artistas dejar una huella permanente.
David Bowie habla en el documental de la falsedad del artista, una construcción del público, testimonio que parece agarrar más verdad mientras escribo esto, creando una percepción de todo aquello que fue Bowie sin ser Bowie. Por ende, quizás Bowie tenía razón al decir que Bowie no existió. Lo brillante de la película, aquello que la diferencia de la gran mayoría del cine que retrata a algún artista icónico, es que quien narra la visión de Bowie es el propio Bowie. Morgen es un conducto para una sinfonía ya existente, posibilita que, aún en muerte, Bowie sea el que cuente su propia historia. Permite que Bowie exprese todo aquello que le da a la audiencia un vistazo a todos los Bowie que hubo. Bowie como un referente cultural que se diversifica en una variedad de fragmentos de expresiones, donde el desarrollo de una condición humana se desenvuelve ante el pincel, la nota, la palabra. El permitir a Bowie contar su historia es rendirse ante algo muy cierto: no es que haya un solo Bowie, es que fueron muchos, capturarlo es limitarlo, hay que dejar que haga lo que siempre logró en vida: expresarse.
La película no se va sin algunos detalles confusos, dada su estructura, la cual es explosiva. Constantemente puede sentirse que se encuentra varada en una introducción o un desenlace, pero, al terminar, sí te da un círculo completo donde su forma agarra sentido. El hecho es que Morgen explota todo aquello que Bowie persiguió estéticamente para crear una experiencia verdaderamente inolvidable. El cine no se ha sentido tan vívido en un largo tiempo, mientras navegamos por el espacio en una gran canoa de referencias culturales y aprendizajes universales. No sólo es una de las mejores películas del año, también es una experiencia trascendental que no dudo pasará a la historia dentro de su género. El cineasta danés Lars von Trier, en una reciente entrevista, decía que aún se encontraba en un estado de enojo hacia Bowie por el hecho de que hubiera muerto. Lars, con todo respeto, estoy en desacuerdo, Bowie no murió, regresó al espacio exterior. El ‘Starman’ vive.
“Moonage Daydream” se encuentra ahora en cartelera.