Por Pedro Paunero

“Si vas a glorificar a alguien, mejor infórmate sobre esa persona”
Citado en “El mochilero del hacha”

El día primero de febrero de 2013, en Fresno, California, un accidente de auto provocó que una persona quedara atrapada entre dos autos. La víctima, Rayshawn Neely, un hombre de color, había sido atropellado por un conductor racista, Jett McBride, que vociferaba ser Jesucristo, y que tenía la misión de librar al mundo de los negros.

Cuando una mujer, Tanya Baker, que intentaba ayudar a la víctima, fue agredida por el conductor, apareció un mochilero de aspecto indigente, que golpeó por tres veces, con un hacha, la cabeza del racista. El suceso fue cubierto por Jessob Reisbeck, de KMPH News, que entrevistó al mochilero. La noticia duró un minuto y medio al aire pero, al llegar a casa, tras percatarse lo carismático que resultaba el personaje ante las cámaras, que tan sólo había herido al agresor y librado a la mujer, decidió subir el resto del vídeo a YouTube, y se retiró a dormir. Al día siguiente, en un canal con un promedio de 20 visitas diarias, el vídeo había sido visto y compartido por medio millón de visitas.

El mochilero, un chico de largo cabello rubio y rizado, recogido con una pañoleta, que decía llamarse Kai, sin apellido, se había convertido en un meme, en un ente viral, y su frase “Smash, smash, smash!” (“¡Golpeo, golpeo, golpeo!”), gesticulando con los brazos, cuando recordara su buena acción, le había ofrecido una entrevista exclusiva a Jesobb, rechazando la de otras televisoras, lo que provocara que Internet estallara. Kai era requerido no sólo por los medios estadounidenses, sino por los de muchos lugares alrededor del mundo. Pero la naturaleza errante -de “homeless”, de Kai-, lo volvían una persona evasiva, buscado ansiosamente, incluso por los productores del programa de Kim Kardashian que, para entonces, había reemplazado el de Paris Hilton, y que buscaba, desesperadamente, un nuevo icono pop.

El buen corazón de Jesobb, único que tenía el correo electrónico del mochilero, cedió. Realmente interesado en convertir en una auténtica persona célebre y, sobre todo, millonaria, a Kai, lo contactó con el programa de Jimmy Kimmel, conductor de la Cadena ABC, que sabía lidiar, en vivo, con personajes raros, incluyendo a un Kai, convertido en un héroe de la noche a la mañana, literalmente, con tintes de un hiper moderno Diógenes, que ayudaba a sus compañeros sin hogar, y que alegaba detestar a los ricos y, sobre todo, el desear un techo, por no hacerle falta, y ser feliz viviendo en las calles, catapultó la fama del chico, dueño de una indudable simpatía.

Kai, que ahora vivía su vida soñada como surfista -Kimmel le había obsequiado la anhelada tabla de surf, y el traje de neopreno-, fue contactado por el equipo de Justin Bieber, mientras la investigación se enfocaba en detalles que el tsunami mediático había opacado. Se supo que, en realidad, Kai iba a bordo del vehículo de McBride, que ambos iban drogados y que, cuando McBride, bajo los efectos de la droga, se descontroló contra Tanya Baker, fue entonces cuando intervino violentando al violentador. Se supo, incluso, que el mismo Kai -igualmente drogado-, había sido quien alentara a McBride a embestir el auto de Neely, porque eran fantasmas y podían atravesarlo limpiamente.

Como un Jim Morrison, quien le mintiera a la periodista Patricia Kennealy en “The Doors” (1991), la película de Oliver Stone, se supo que Kai, sí tenía tanto una madre como amigos que lo querían, pero también que, desde niño, había mostrado una inestabilidad mental -quizá  TDAH, diagnóstico que, no obstante, nunca se efectuó- y que jamás le impidió aprender a cantar y tocar la guitarra.

En un incidente -que recordaba de forma escalofriante el asesinato homofóbico  de la súper estrella del cine mudo,  Ramón Novaro-, sucedido el día lunes 13 de mayo de 2013, en el cual el abogado Joseph Galfy, de 73 años, había aparecido asesinado con la cabeza destrozada a golpes, en su propia casa, Kai se vio implicado, y toda la historia dio un vuelco, apenas tres meses después de iniciada.

El documental “El mochilero del hacha” (The Hatchet Wielding Hitchhiker, Colette Camden, 2023), resulta sumamente inquietante al ilustrar la manera en la cual, ingenua y fanáticamente, el público, ávido de figuras heroicas, diviniza fácilmente a alguien sin indagar más en su vida. El proceso de apoteosis, y caída, de Kai, es fácilmente reconocible y repetido, y ya fue retratado de manera espectacular y atrapante, en la película de ficción “La leyenda de Billie Jean” (The leyend of Billie Jean, Matthew Robbins, 1985), que advierte, así mismo, sobre la frivolidad de la gente y su capacidad de creación y destrucción de una figura en la era de las redes sociales. Es, igualmente, un buen ejemplo de la propia capacidad de Netflix para producir documentales atractivos e, incluso, controvertidos, como “Dahmer” (Ryan Murphy, 2022) que, irónicamente, a la vez que exponen, parecen -equívocamente-, recalcar esa divinización del criminal y el asesino.

“El mochilero del hacha”, parece -sin serlo-, la respuesta a la demanda que hiciera la madre de una de las víctimas de Dahmer, a los Golden Globe Awards, por premiar a Evan Peters al interpretar al asesino.

La plataforma de streaming, como el uroboros,  se muerde a sí misma la cola.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.