Por José de Jesús Chávez Martínez
Con el suceso del narcotráfico en México, el cual comienza a adquirir fuerza y notoriedad a finales de los 70’s y se establece seriamente en la década siguiente, se creó una serie de elementos sociales, económicos, políticos y culturales que cambiaron definitivamente la vida en el país. A partir de entonces, esta actividad se convierte en tema de interés nacional y se apunta como prioridad en la agenda política mexicana. Los gobiernos priistas de aquellos tiempos tuvieron que comenzar a lidiar con esa actividad y a entender y protagonizar una nueva dinámica (entiéndase negociación, combate y prevención) con el crimen organizado.
La situación se volvió muy grave en el nuevo siglo porque los cárteles de la droga adquirieron armamento de alto poder y encontraron un mercado, ilegal desde luego, cada vez más amplio. La producción también se diversificó con drogas sintéticas y las ganancias se dispararon, pero también la violencia por la lucha por las plazas de control. El fenómeno es cada vez más complejo como para explicarlo en unas líneas, pero lo que afecta a toda la población es sin duda la inseguridad y el peligro ante la intimidación y el fuego cruzado.
Numerosos han sido los productos mediáticos que se han producido para referir esta realidad y el cambio del México distribuidor al México productor de estupefacientes, en algunos géneros: videohomes, telenovelas, películas, series y miniseries. Unos con más calidad y/o éxito que otros, unos más idealizados y hasta involuntariamente caricaturizados y otros abordando el fenómeno con mayor seriedad.
De estos últimos ejemplos es la miniserie mexicana “Somos.”, la cual consta de seis capítulos que progresivamente avanzan en una narración tipo mosaico hasta llegar a una tragedia que azota a un pequeño pueblo de Coahuila, al norte del país. La historia remite a un hecho real tristemente célebre acontecido en 2011: una masacre que prácticamente exterminó a la población de una pequeña comunidad llamada Allende, a cargo del grupo criminal “Los Zetas”. Aunque no es una versión muy apegada a los acontecimientos registrados, sí ofrece un panorama de la brutalidad que caracterizaba a los Zetas y cómo una organización de este tipo es capaz de imponer sus condiciones en un estado, una región y un país entero, a pesar de las instituciones (ejército y policía básicamente) de seguridad y de combate al crimen.
En la trama se narran los días previos a la matanza, con gente de los Zetas operando y cobrando derecho de piso en Allende, y los habitantes pasando sus vidas sin presagiar lo que vendría. Héctor (Armando Silva), uno de los lugartenientes, constantemente adquiere teléfonos móviles BlackBerry y los manda a sus jefes, el Z40 y el Z42, para que estos cambien de aparato y no sean localizados, a la vez que va introduciendo al negocio a su hermano a quien después le comisiona una entrega de mercancía en Texas a “El Diablo” (Josué Guerra), un distribuidor mexicoamericano que vive camuflado en un suburbio típico, acompañado de esposa e hijo.
Se ve así la vida de pobres y ricos en el polvoriento pueblo, jóvenes estudiantes de una universidad privada, jóvenes trabajadores de escasos recursos, un cuerpo de bomberos que apaga fuegos provocados deliberadamente en locales comerciales, un burdel con sufridas sexoservidoras, mafiosos de poca monta que hacen trabajos sucios en el lugar, y un hacendado, Don Isidro (Fernando Larrañaga), que simplemente es un intranquilo testigo de la violencia. Es decir, un pueblo sin esperanza y sin ley, acorralado y sentenciado por el narco.
El acierto de esta serie está en el tono pesimista que cubre la muy tensa espera mientras el cártel se apodera del pueblo, de su gente, y que estalla cuando el odioso lugarteniente mayor y jefe de Héctor, César Molina (Antonio López Torres), ordena la aniquilación cuando se entera que la DEA ha ubicado la célula del cártel en Allende, pues ha conseguido los PINS de los BlackBerry. Héctor huye junto con el Diablo, ya que es indirectamente uno de los responsables tanto de la matanza como de la acción de la DEA, por la decisión de involucrar a su inexperto hermano.
El ritmo in crescendo es manifiesto al transcurrir de los capítulos y el terror irremediablemente va impregnando la sensación del espectador que poco a poco sospecha lo que se viene. No parece haber escapatoria ante tal desamparo, sin protección de nada ni de nadie.
Hay mucho que destacar de esta obra, pero basta con resaltar la producción desplegada en el pueblo, la apariencia de los personajes, sus diálogos, sus expresiones faciales; un reparto sin grandes estrellas, pero sí un numeroso grupo de actores y actrices que desempeñan con verosimilitud sus respectivos roles. Los jóvenes pudientes inquietan por su indefinición ideológica y comodina, igual los jóvenes pobres preocupan porque enfrentan un futuro incierto, los y las que trabajan en algo sufren porque se ven amenazados (as) y uno sufre con ellos. La violencia descrita en imágenes es fría pero penetrante y por tanto muy realista.
Destacan un joven actor, Jesús Sida, que interpreta a Paquito, el inocente nini (casado y con un hijo) que lo es no porque quiera sino porque no hay nada para él; Mercedes Hernández que encarna a Doña Chayo, vendedora de hot dogs y suegra de Paquito, convertida después en “halcón” de los Zetas; Jero Medina, hijo de Isidro, peligrosamente involucrado con los matoncillos; y el veterano Don Fernando Larrañaga, muy convincente como el valeroso hacendado que debe actuar, al final, durante la masacre. Pero en general la puesta en escena, la imagen y la narración alternada de los hechos nos permiten armar el rompecabezas y morir aterrados porque “Somos.” es México. Muy recomendable esta obra basada, bien hecha y bien estructurada. Tal vez ya la vio, pero puede volver a verla. De lo contrario, véala. En Netflix.
País: México. Año: 2021. Creada por James Schamus. Dirección: Álvaro Curiel, Sandra Solares, Mariana Chenillo. Guion: James Schamus, basado en el artículo “Anatomía de una Masacre” de Ginger Thompson. Productora: Jaibol Films. Producción ejecutiva: Sandra Solares, James Schamus. Fotografía: Ignacio Prieto. Edición: Soledad Salfate. Diseño de producción: Ana Solares. Música original: Víctor Hernández Stumpfhauser. Intérpretes: Armando Silva, Alejandro Ruiz, Jero Medina, Arelí González, Iliana Donatlán, Everardo Arzate, Caraly Sánchez, Mercedes Hernández, Fernando Larrañaga, Jesús Sida, Martín Peralta, Jimena Pagaza, Jesús Herrera, Mario Quiñones, Ulises Soto.