Por Pedro Paunero

Mejor es que sucedan injusticias que eliminarlas
de un modo injusto.
Goethe. Máximas y reflexiones

El pueblo de Eddington, en Nuevo México, quizá no figure en el mapa, pero libra sus propias batallas, en reflejo de las situaciones nacionales y hasta globales de los tiempos que corren. El Sheriff Joe Cross (Joaquin Phoenix), se ve como un representante del liberalismo y los valores más rancios que conforman el “ser” americano, se niega a usar cubrebocas durante la pandemia del Covid 19, alegando que esta medida de prevención viola la libertad de elección, y se opone a toda medida impuesta desde “fuera”, aun tratándose del estado mismo. Su negacionismo, en realidad, no es sino una postura política. Un acto de oposición al alcalde Ted García (Pedro Pascal), que busca la reelección y promete el desarrollo de la región siempre que se apruebe la construcción de un Centro de Datos. Como contramedida, el Sheriff se postula como candidato, e inicia su propia campaña. Para esto, se vale de dos de sus más fieles oficiales, Guy Tooley (Luke Grimes) y Michael Cooke (Michel Ward) que lo secundan como perros guardianes. Mientras la atmósfera se va enrareciendo -Cross asesina a un vagabundo y, en un acto desesperado, dispara contra la casa de Ted, culpando al movimiento Antifa y se ve abofeteado por el alcalde en plena fiesta de recaudación de fondos-, la película atraviesa tanto alzas emotivas, de acción pura, como profundas caídas en el tedio.   

Si hemos de creer en la tesis de la Microhistoria, que pone en igualdad de importancia lo sucedido en cualquier pueblo (o aldea) a los eventos más importantes, sucedidos en escala mucho mayor, por ejemplo, al nivel de un país completo, Eddington anuncia -y advierte- que el colapso final de una nación sucederá desde dentro, en lo profundo de sus entrañas.  

Los tantos westerns

El género Western, auténticamente estadounidense (como el género de zombis caníbales), fue desarrollándose en la literatura primero, con autores como Bret Harte, que aportaron una serie de constantes (el forajido maligno, el comisario heroico, el aventurero valiente, la esposa abnegada) que tendrían influencia en el cine, un auténtico medio de masas que tanto construiría una identidad como una forma de promoción de un tipo de vida, el “americano”, exportándolo al resto del mundo.

Todos los géneros envejecen, o cambian. Si el “spaghetti western”, apropiación italiana de los modelos del western americano, refinaron y perfeccionaron el género (véanse las filmografías de “los tres Sergios”: Corbucci (“El gran silencio”, “Django”), Sollima (“El halcón y la presa”) y Leone (Trilogía del dólar, “Hasta que llegó su hora”), con sus filmes arquetípicos), el “western psicodélico” asimiló las corrientes (que son varias) del existencialismo, una forma de filosofía tremendista aparecida hacia la segunda mitad del Siglo XX, demostrando que el género no sólo había entrado en decadencia, sino que aspiraba a reformularse y perdurar, con títulos como “El tiroteo” (The Shooting, 1966), una extrañísima cinta del realizador Monte Hellman destinado, lamentablemente, sólo al circuito de funciones para especialistas o entusiastas de un cine artístico o, de plano, marginal, hasta exageraciones sobrevaloradas e, irónicamente, populares, como “El topo” (1970), de Alejandro Jodorowsky.

Hacia fines del Siglo XX, el western se vuelca hacia un revisionismo que, empero, ya tenía títulos relevantes que anunciaban el viraje del género, como “Llegaron a Cordura” (They Came to Cordura, Robert Rossen, 1959), para entregar películas que, estas sí, a partir de los años sesenta, se inscriben en esa nueva etapa, como “El hombre que mató a Liberty Balance” (The Man Who Shot Liberty Balance, 1962), dirigida por uno de los padres y máximos exponentes del género, John Ford, en un ambiente crepuscular, que ya se percibe nostálgico como una despedida. La irrupción del “Weird West” (subgénero extraño donde los haya, que hace honor a su nombre en inglés: “weird”), en una fecha tan temprana como el año 1935, cuando la humilde productora Republic lanzara el serial de bajo presupuesto, “El imperio fantasma” (Phantom Empire, Otto Brower y B. Reeves Eason), nos parece ahora toda una declaración de intenciones. El vaquero cantante Gene (interpretado por Gene Autry, estrella refulgente de aquellos años) es el popular protagonista de un programa de radio, emitido desde el paradigmático Radio Ranch. Los estereotipos del Cowboy se encuentran presentes, pero exagerados para divertimento de un público juvenil, al cual estaba destinado. Así, los niños Frankie (Frankie Darro) y Betsy Baxter (Betsy King Ross), amigos de Gene, mantienen un laboratorio secreto, donde realizan experimentos sobre los anómalos fenómenos geológicos que se suceden en el rancho, a la vez que, brotando de las entrañas de la tierra, unos misteriosos jinetes encapuchados, caracterizados con atuendos estilizados, que recuerdan al vestuario griego o romano, según lo entiende el Hollywood más barato, invaden la aparente placidez de la campiña. Se trata de los “Jinetes del trueno”, la élite guerrera de la civilización subterránea de Murania (una tribu de la desaparecida Mu, que encontró refugio bajo la tierra, hace cien mil años, durante la última glaciación y no pueden respirar el aire de la superficie), donde las tareas pesadas son llevadas a cabo por robots y los edificios futuristas caben en profundas cavernas y es, precisamente, a través de un portal de piedra, en una caverna, que su mundo se conecta con el nuestro, en un eco de la memorable puerta de roca que se abría ante la orden mágica de “¡ábrete sésamo!”, del cuento “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, de “Las mil y una noches”. La rareza de su trama se debe a Wallace MacDonald, actor y productor mientras, según él, alucinaba bajo los efectos de la anestesia durante una extracción de muelas.

No es de extrañar esta hibridación de géneros. La Sci Fi, también tan “americana” en su vertiente pop (¿no es Flash Gordon, el cadete espacial de la Space Opera más primitiva y, a la vez, más encantadora, un jugador de fútbol americano en la adaptación camp de los años setenta?), no podía sino mezclarse en un mestizaje (ironía de ironías para un género tan yanki) con otros géneros nacionales e hiper nacionalistas. No sólo la Sci Fi es materia del “Weird West”. Lo sobrenatural literario, ese sí, hijo del gótico y, por lo tanto, de lo europeo, se adueñó y reclamó espacio en el Western. Una película como “Purgatorio” (Purgatory, Uli Edel, 1999), donde todos los viejos pistoleros, asesinos y leyendas oscuramente gloriosas del XIX estadounidense, viven en el pueblo de Refuge, en paz, en un limbo donde puedan expiar sus pecados, antes de alcanzar el cielo, no es sino un viejo resabio cristiano del Viejo Mundo, en el país que inventó a los Mormones y Testigos de Jehová.

Hay acontecimientos históricos que marcaron el fin de una era y el surgimiento de otra. Si la Caída de Constantinopla en 1453 o, para otros, el descubrimiento de América, en 1492, marcan el fin de la Edad Media, y el 28 de julio de 1914, el vertiginoso nacimiento del Siglo XX, con la Primera Guerra Mundial, probablemente el atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, en los Estados Unidos, o la pandemia de COVID 19, el 31 de diciembre de 2019, iniciarían, realmente, el comienzo del Siglo XXI.  

Ari Aster -por supuesto, para la casa A24- entrega, con “Eddington”, un western que se siente distinto, alejándose, cada vez más, de todas las categorías en las que podamos enmarcar al género en el Siglo XX, en la línea de westerns psicológicos como “El poder del perro” (The Power of the Dog, Jane Campion, 2021), adaptación de la novela de Thomas Savage, cuya obra refleja su ambivalencia sexual, o “Secreto en la montaña” (Brokeback Mountain, 2005), una obra maestra de Ang Lee sobre la identidad (igualmente sexual), adaptación de la novela de Annie Proulx, cuya influencia es, precisamente, la obra de Savage.


Ari Aster. La disrupción del carácter

Como en sus aclamadas películas anteriores, la tenebrosa incursión brujeril de “Hereditary” (2018), el hermoso cuento folklórico y neopagano de “Midsommar” (2019), o la paranoica “Beau tiene miedo” (Beau is Afraid, 2023), los personajes de “Eddington”, todos con personalidades disruptivas, son más importantes que las raras situaciones en las que se ven inmersos. Desde el Sheriff Cross, nacionalista y entregado al cierre de fronteras, de Joaquin Phoenix, pasando por los adolescentes “deconstruidos” del pueblo, entre estos Eric (Matt Gomez Hidaka), el hijo de Ted, que claman sentirse avergonzados de ser blancos ante un movimiento como el Black Lives Matter, los habitantes de Eddington se mueven, viven y se expresan, en un territorio tan inestable como el subgénero Western en el Siglo XXI. Ya no hay certezas, y ni siquiera los clichés de lo pop conforman alguna base sólida.

En “Eddington” hacen frontera dos pueblos (metáfora donde las haya), el del título, habitado mayoritariamente por blancos y latinos, y una región perteneciente a la tribu Pueblo. El rifle ha sido disparado desde territorio Pueblo, y cuando el oficial Butterfly Jiménez (William Belleau) inicia una investigación, se percata que la evidencia involucra a Cross. Por si fuera poco, la llegada de un misterioso avión privado, a bordo del cual vuelan extremistas armados hasta los dientes, convierte la de por sí inconsistente geografía de Eddington, en una zona de guerra. Que Cross entre en la armería local, de la cual saldrá convenientemente armado para enfrentar a los enigmáticos invasores, en una secuencia que transforma la película en una cinta de terror, casi sobrenatural, y nos remita al John Rambo de Silvester Stallone en “Rambo. Primera sangre” (Ted Kotcheff, 1983), no es casual. Los pecados de los padres fundadores sufrieron un bautizo de sangre en sus nietos, en las junglas de Vietnam, cambiando escenario, vestimenta y caballos por helicópteros. Pero el Western, difícil de erradicar, ya se había enseñoreado de alguna de sus playas en “Apocalypse Now” (1979), de Coppola, con la escena mítica del repulsivo teniente coronel Bill Kilgore (Robert Duvall), que expresa: “Napalm, hijo. Nada en el mundo huele así. Me encanta el olor a napalm por la mañana”, antes de borrar una aldea con el fuego proveniente de los helicópteros. La “Cabalgata de las Valkirias”, de Wagner, sustituye dramática y demoledoramente a la “Obertura de Guillermo Tell”, del afable Rossini, que tantas veces escuchara el espectador infantil del programa televisivo “El llanero solitario” (The Lone Ranger, 1952). Kilgore, vaquero hiper tecnificado, no ha podido prescindir de su sombrero de fieltro negro con adornos de caballería del año 1776.  

“Eddington” hace trío con dos películas sintomáticas, que indagan en la creciente paranoia y xenofobia del pueblo “elegido” (“América para los americanos”, declara la Doctrina Monroe, pero para los americanos “de casa”, esos incluidos en el término WASP, especie de cognomen genético del “American Way of Life”), a saber “Una batalla tras otra” (One battle after another, Paul Thomas Anderson, 2025) (1) y “Una casa de dinamita” (A House of Dynamite, Kathryn Bigelow, 2025) (2), en el segundo advenimiento (mesiánico, “Of course!”) de la Era Trump. El Covid, ahora lo sabemos, no fue sino el comienzo del fin.  

De esta forma, si el fin de las naciones tendrá su inicio en los pueblos, como advierte “Eddington”, el de los caducos géneros literarios y cinematográficos que aportaron identidad, y fueron fuente de orgullo, exportando un medio de vida idealizado (el Cowboy como héroe montado, siempre maniqueísta) al resto del planeta, comenzará por el subgénero (el Neo Western, en este caso) y por la gracia de su forma más disruptiva, ruptural, inquisitiva, y violentamente lúdica, pero lúcida y penetrante en sus representaciones.   

Para saber más:

  • ““Una batalla tras otra”. Entropía y la revolución” por Pedro Paunero.
  • ““Una casa de dinamita” o el Cine bélico de la disuasión” por Pedro Paunero.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.