Por Samuel Lagunas

Si no me queda duda de que “Take me home” (Abbas Kiarostami, 2016) es el corto más olvidable e innecesario de este FICUNAM por conseguir que en sólo 15 minutos pasemos de la simpatía a la indiferencia viendo caer una pelota digitalizada a través de unas escaleras infinitas (en alusión a Escher, claro), tampoco tengo reservas en afirmar que “Sarah Winchester, ópera fantasma” (Sarah Winchester, opéra fantôme, 2016), sexto cortometraje del excepcional y provocador Bertrand Bonello, es el mejor corto que he visto de la selección y, sin temor a exagerar, una de las películas imperdibles del Festival.

Sarah Winchester (1840-1922) es recordada por haber sido la esposa de William Wirt Winchester, propietario junto con su padre de la “Winchester Repeating Arms Company”.  Durante la Guerra Civil Norteamericana (1861-1865) el rifle Winchester fue el arma más usada y, por ende, el responsable del mayor número de muertos que ha registrado una guerra estadounidense. Pero no fue William quien tuvo que cargar con todos esos números gracias a su repentina muerte por tuberculosis en 1881, un año después que su padre. El “dolor espiritual” que admitía padecer Kalashnikov al final de sus años, fue cargado enteramente por Sarah quien se quedó sola, entre miles de cadáveres (incluido el de su esposo, el de su pequeña hija y todas las víctimas del rifle Winchester) y una tétrica tarea: la protección de esos fantasmas. De esa perturbadora obsesión, nació la que hoy es conocida como “Mansión Winchester”, casa con 7 pisos, 40 habitaciones y 10 mil ventanas donde Sarah vivió por más de 20 —onerosos— años.

Una cinta cargada de (re)sentimientos y de una expresividad inusitada…

Bonello consigue en este corto una biopic insólita por su coherencia en forma y fondo: el fantasma como tema y estructura. En la Ópera de la Bastilla un director (Reda Kateb) realiza unas pruebas de sonido y coordina un ensayo ilusorio (aunque no irreal) donde participa una bailarina (Marie-Agnès Gillot), que atiende las instrucciones desde la Ópera Garnier, y un numeroso coro ubicado en el estudio de pruebas de la Bastilla. Todo este ensayo es, como lo admite el mismo director, inútil debido a que esa ópera nunca se pondrá en escena. Sólo existirá, en el cortometraje, su fantasma (recordemos que toda imagen cumple esa función: ser un sustituto de los muertos). El contacto entre director y bailarina es creado gracias a la música que funge como medio de comunicación —médium— entre distintos espacios, no obstante la distancia. La bailarina, encargada de aglutinar coreográficamente el estado de ánimo de Sarah, es conducida por las palabras rememorativas del director a través de la vida de la viuda, misma que como espectadores oteamos por medio de dibujos de la época, palabras que se sobreponen a los planos y la aterradora secuencia de una niña deambulando entre pasillos. El score, compuesto por el mismo Bonello, se vuelve cómplice de los movimientos (¡a veces también invisibles!) de la bailarina para provocar en el público una compasión extrema hacia Sarah: su histeria, su dolor y su tormento.

A pesar de ser una película de encargo, en “Sarah Winchester, ópera fantasma” Bonello no ha escatimado esfuerzos y ha conseguido, con relativamente poco, una cinta cargada de (re)sentimientos y de una expresividad inusitada donde el cuadro de un movimiento de brazos es capaz de condensar la fractura existencial que puede provocar un aborto, una muerte, una guerra. No cabe duda de que estamos ante una de las películas de fantasmas más originales y bellas que hemos visto, y que veremos, en muchos años.
      
Ficha técnica:

Título original: Sarah Winchester, opéra fantôme. Año: 2016. Duración: 24 min. País: Francia. Dirección/Guion/Música: Bertrand Bonello. Fotografía: Irina Lubtchansky. Edición: Fabrice Rouaud. Reparto: Reda Kateb, Marie-Agnès Gillot, Juliette Vial.