Por Frida Jasso

Procedente del cine independiente de Estados Unidos, se ha estrenado en distintas plataformas digitales “The Riot Act” (2018), película dirigida y escrita por Devon Parks. Se trata de un thriller/drama de época, ubicado en los albores del siglo XX, inspirado en un crimen ocurrido en la vida real en la población de Van Buren, Arkansas. “The Riot Act” obtuvo algunos premios otorgados por Los Angeles Film Awards, una curiosa asociación que entrega galardones mensualmente.

En 1902, el prestigiado y poderoso doctor Willard Pearrow (Brett Cullen), quien maneja el teatro local de Van Buren, the King Opera House, descubre que su hija Allye (Lauren Sweetser) planea fugarse con un tenor que está casado. Para evitar la deshonra, Willard lo asesina en la estación del tren, frente a su hija, quien logra escapar. Dos años después, llega a Van Buren una exótica troupé de vodevil que presenta un show con un duelo de pistola y sangre con actores enmascarados. Willard, quien salió impune del crimen que cometió, contrata al grupo de artistas impactado por su demostración, sin sospechar que entre ellos se encuentra su hija Allye, quien ha regresado a cobrar venganza. No obstante, una presencia fantasmal que atormenta a Willard en las noches, supondrá un giro inesperado para los planes de Allye.

Con reminiscencias a “El fantasma de la ópera”, “The Riot Act” recupera una vieja leyenda que aun pervive en los pasillo del auténtico teatro King Opera House de Van Buren, donde se afirma que se pasea el fantasma del artista asesinado por el médico del pueblo. Bajo esa idea, Devon Parks desarrolló su propia intriga, la cual aspira a una narrativa de misterio que se desvanece a medio tramo. Para resarcir esto, el director introduce otro personaje, Agus (Connor Price), quien aporta una nueva subtrama que busca darle potencia a la segunda mitad del filme hacia el desenlace.

“The Riot Act” tiene a su favor algunos buenos momentos en las que se mezcla la trama con las representaciones en el escenario, en la ambición de fundir realidad y fantasía, certeza e imaginación. En su propia hechura, el filme tiene un cariz de teatralidad que es incorporado a la propuesta visual del director, la fotografía y el diseño de producción, lo que resulta un acierto.

Por otra parte, el filme deja ver ciertas limitaciones condicionadas por un presupuesto independiente (y por tanto, modesto) para una reconstrucción de época, a diferencia de las superproducciones de Hollywood que no escatiman recursos para dar autenticidad y espectacularidad a sus ambientes. “The Riot Act” es, en ese sentido, suficiente y por tramos precario.

De esta forma, el gran peso recae en la dramaturgia y en el trabajo de los actores, donde vale la pena destacar el desempeño del veterano Brett Cullen, cuyo desafío consiste en darle mayor profundidad a un personaje que vive atormentado por el sentimiento de culpa.

En esta trama de triación, culpa y venganza, “The Riot Act” es un filme con algunos valores y momentos atractivos. Pero sobre todo, vale la pena que usted, querido lector, la juzgue con su propio criterio.