Por Matías Mora Montero

El mundo está inmerso en una batalla ideológica, una vez que agarramos un bando, nuestro carácter invariablemente se vuelve defensivo ante éste. Aunque claro, en la era de la hipocresía, nuestras conviciones sirven de muy poco. Aún así, nuestro instinto prevalece, nos vamos a exageraciones descomunales con tal de aparentar dignidad. Un ejemplo claro de estas exageraciones, y que recuerdo perfectamente surgió en uno de los más grandes y estúpidos campos de batalla: Twitter, cuando aún era Twitter y no el capricho de Musk. En esa red un crítico (de música, no de cine) de ideas izquierdistas se lanzó contra un cantante country que cantaba a favor de Trump y sus ideales; el crítico, de buen corazón, lanzó una afirmación un tanto peligrosa: “a la gente de derecha, a los conservadores, vaya, les será siempre imposible producir buen arte. Su falta de empatía no se los permite”. Mi asombro fue apantallante y, a pesar de que gran parte del arte que me gusta efectivamente viene desde la lucha política, desde el reclamo por la injusticia a la crítica sistemática de parte de izquierdistas como Aki Kaurismaki, Don DeLillo, los Beatles e incontables ejemplos más, el argumento de aquel crítico de música no me terminó de hacer sentido. Me pareció una opinión de nuestros tiempos, sin duda, más no una opinión que el tiempo, ni pasado ni futuro, vaya a favorecer y mucho menos validar. Me senté a pensarlo, y esa misma tarde dos palabras equivalentes a un nombre cruzaron mi cabeza e hicieron que todo hiciera sentido, esas dos palabras fueron: Clint Eastwood.

Su leyenda, como estrella de cine, como vaquero y como prolífico director, lo coloca entre los nombres más importantes en la historia del cine. Sus ojos impenetrables, sus manos veloces, su voz grave, su perfil icónico, aquel que de cine sabe, aunque sea poquito, de Eastwood ha oído. Y en su carrera como cineasta, su ojo, su cámara, apunta a la gran América, a su historia y a las consecuencias de ésta, el conflicto le es vital. Es por eso que en cada una de sus películas, independientemente de la calidad (hay de buenas a obras maestras) encuentras emociones reales, tangibles y complejas. Sea en historias de amor como “Los puentes de Madison” o en westerns revisionistas como “Imperdonable”, ambas dirigidas y protagonizadas por Eastwood, con la última siendo sobre un vaquero que busca vengar a su amigo negro, Clint no abandona una gran humanidad, incluso en su actuación desde siempre estoica, transmite más de lo que actores promedios y melodrámaticos podrían siquiera soñar con lograr. Todo esto a pesar de que en la vida real, y aún a sus 94 años, mantiene un pensamiento y un estilo de vida conservador. Aunque en entrevistas ha dicho que no se posiciona fielmente en ningún lado de la métrica izquierdista o derechista, esto es cierto: a lo largo de su vida Eastwood ha apoyado demócratas, el derecho al aborto y el matrimonio igualitario, pero no es ningún Karl Marx, los democrátas que ha apoyado han sido excepciones, es conocido, públicamente, por su apoyo a una gran mayoría de candidatos republicanos, abogando en particular por aquellos que iban contra Obama en las correspondientes elecciones. En un sentido, Eastwood me recuerda al mítico John Ford, sentimientos políticos conflictivos que hacen de su obra una gigante y llena de interés retrospectiva de la vida y el paisaje americano, llegando así en películas que no se quedan ni en lugares comunes ni en conclusiones definitivas, sino en infinitos cuestionamientos por igual de interesantes para cinéfilos, historiadores y, en gran posibilidad, cualquier ser humano de una mente realmente abierta.

Quizá el acercamiento de Eastwood o Ford es el correcto y el que menos gente vamos tomando conforme las presiones del siglo nos aprisionan, pues para estos dos artistas, lo más vital de asumir un posicionamiento político es cuestionarlo. En su falta de arrogancia y certeza, se encuentra una grandeza indiscutible, una que, me atrevo a decir, artistas de derecha y de izquierda por igual jamás podrían alcanzar, cegados por medias verdades, la gran imagen se les escapa. Mientras tanto, para Eastwood y Ford sólo existen los horizontes, los planos generales, la observación como clave absoluta. Y a sus 94 años, Eastwood sigue entregando obra que demuestra todas estas fortalezas, de tal forma que su nueva cinta, “Jurado #2”, no parece una cinta de un hombre de tan avanzada edad, sino la de un cineasta lleno aún de curiosidad por la condición humana, dispuesto a seguir explorando con la más admirable energía, tenga la edad que tenga.

Pero suficiente sobre la leyenda tras el lente, porque aquello que logró capturar es sumamente interesante y enorme por sí mismo. “Jurado #2” sigue a Justin (Nicholas Hoult), un ex-alcohólico que vive una vida más que nada agradable, escribe artículos de interés y su pareja está embarazada en el tercer trimestre. Todo le pinta de maravilla hasta que debe servir de jurado en un juicio sobre el homicidio de una chica. Conforme el juicio arranca y las particularidades del caso se van revelando, Justin se da cuenta de algo terrible: existe una gran posibilidad que él, no el acusado, sea el culpable. Y, Dios santo, ¡que me parta un rayo si esa no es de las tramas más intrigantes que han escuchado! El guión, impresionante al ser el primer crédito del guionista Jonathan Abrams, lleva su anécdota a sus mejores posibilidades narrativas, dándole profundidad a gran parte de sus personajes y creando así un enredo fascinante de perspectivas y metas.

La justicia no como una necesidad, sino como un lamentable molde que funciona tan sólo si el beneficio personal de quienes la ejecutan y supuestamente la buscan no se vea afectado. La abogada de la parte acusadora (Toni Collete) está en pleno proceso de elecciones para ser fiscal, Justin claramente tiene conflictos con cualquier veredicto (si lo dictaminan culpable, el hombre equivocado habrá sido sentenciado y eso le pesa en la consciencia, pero si es encontrado no culpable, sabe que irán trás él), en tanto una buena parte del jurado, si bien no conectados al caso de forma directa, el guión nos revela cómo su historia de vida los ciega de una opinión totalmente neutra. Ante esto, la totalidad del sistema jurídico cae, un sistema condicionado a la razón humana falla en entender lo irracional, lo pasional, lo personal, falla en entender al humano mismo. Un diálogo de la película nos muestra a uno de sus personajes, el abogado del hombre falsamente acusado, cuando conversando con su oponente le dice que “el sistema no es perfecto, pero es el mejor que tenemos”. Más allá de examinar qué tan cierta es la segunda parte de esta oración, la película nos comprueba de forma rotunda la perfecta, y así como sus personajes, no te queda de otra más que dudar en la justicia.

En dudar en la justicia, sí, pero no se queda ahí, la dirección de Eastwood juega un rol clave en redondear la parte de la duda, por ejemplo, el cómo va narrando de forma visual lo sucedido la noche del crimen recuerda a “Rashomon” de Kurosawa, donde las pequeñas o grandes diferencias entre las versiones contadas (o las diferencias en cronología y detalle de las tomas empleadas) nos permiten dudar de la verdad, dudar del todo, hasta de nosotros mismos. Porque a pesar del gran rol político que mantiene la película, su fundamento indudable en evaluar y deconstruir al sistema jurídico, no deja de ser una historia existencial y ética. El cómo vivir con tal carga como aquella que tiene el protagonista se vuelve algo exhaustivo en lo que pensar, cada elemento de la cinta, desde la actuación de Hoult a la cámara y la edición, resaltan esto. La situación misma no deja de ser un gran aprieto ético que nos demanda preguntar, ¿cuál es el punto de toda esta existencia si nuestra forma de vida tan fácilmente podría desmoronarse?

En su discreción, tanto estilística como en el pobre trato de distribución que tuvo, “Jurado #2” puede parecer tan sólo un drama legal más, pero no, es una obra mayúscula. Una película sin piedad, a Eastwood, ni de joven le dio tiempo de tener piedad, su cine, su mirada, su pistola, siempre han buscado lo más profundo y aquí acierta, acierta en grande. Sangramos todos aquellos que vemos el final de “Jurado #2”, porque enfrentamos nuestro reflejo, nuestro gran secreto… En esta situación ¿seríamos realmente mejores?

En México no la programaron en cines, pero se estrenara el 20 de diciembre en HBO.