Por Benjamín Harguindey
EscribiendoCine.com-CorreCamara.com

Desde su debut en 1995 hasta su cuarta iteración en 2019 cada “Toy Story” ha tratado, cada una a su manera, el tema de encontrar y aceptar un verdadero propósito en el mundo. La primera trata sobre alguien que debe aceptar que no es único pero sí especial, la segunda sobre alguien que no por ser único es especial, y la tercera es la síntesis natural de la serie: el tiempo arrasa con todo, todo tiene su fin.

Cada historia tiene su villano, pero su función siempre es descubrir el conflicto dentro del protagonista: los problemas se resuelven reevaluando prejuicios (usualmente sobre uno mismo) y adoptando una nueva perspectiva. Los problemas externos no desaparecen per se – aún embebido en sentimentalismo, Pixar es honesto con las brutales certidumbres de la realidad – sino que se los enfrenta y acepta como parte de una constante narrativa de auto superación.

Todo esto se encuentra presente en “Toy Story 4” (2019), la sorpresiva continuación de una narrativa que había concluido satisfactoriamente con “Toy Story 3” (2010). La nueva película no posee el poder o la contundencia del cierre anterior, que probablemente representa la cumbre emocional de la serie, pero emana la misma energía y termina cerrando otro buen capítulo de una saga sobre juguetes eternamente condenados a una crisis existencial detrás de otra.

Los juguetes se han adaptado a sus vidas con su nueva dueña Bonnie salvo por Woody (voz de Tom Hanks), que ha perdido su estatus de favorito y pasa las tardes abandonado en el armario. Pero de todos sus chiches el preferido de Bonnie pronto pasa a ser Forky (voz de Tony Hale), un muñequito que la niña confecciona a base de basura durante su primer solitario día en el jardín de infantes. Su naturaleza de chatarra deja al muñeco con tendencias “suicidas” (quiere desecharse a cada oportunidad) y Woody raudamente se nombra a sí mismo protector y mentor del juguete favorito de Bonnie, sin duda para volver a sentirse importante o al menos útil.

La familia se va de vacaciones, la niña trae sus juguetes consigo y las circunstancias pronto los separan. La mayor parte de la película se divide entre dos sitios: un parque de diversiones y una tienda de antigüedades, ambos aprovechados al máximo desde un punto de vista estético y logístico. En el parque Woody se reencuentra con Bo Peep (voz de Annie Potts), otrora interés romántico, misteriosamente ausente de la película anterior (el prólogo se hace cargo de explicarlo). La macabra tienda en cambio es dominio de Gabby Gabby (voz de Christina Hendricks), una muñeca que desea apoderarse de la rara batería del vaquero y a sus efectos toma de rehén a Forky, armada con un séquito de siniestros muñecos de ventrílocuo.

En una película colmada de personajes (la serie ha juntado unos cuantos a lo largo de los años), todos tienen algo para hacer y aún entonces dejan espacio para más. Entre los nuevos se destacan una dupla resentida de premios de carnaval (voces del dúo cómico Key & Peele) y un motociclista (voz de Keanu Reeves) frustrado por las exageraciones de su propio comercial. Bo Peep bien podría ser un nuevo personaje: la pasiva pastorcita se ha transformado en un espíritu libre lleno de vigor y sentido de la aventura, evocando a las heroínas modernas de Disney. Las últimas dos películas han sido mayormente un esfuerzo coral, pero Woody y Bo Peep son los indiscutidos coprotagonistas de ésta, con Buzz Lightyear (voz de Tim Allen) relegado a la distensión cómica.

Puede que no sea la película más sobresaliente de la serie, y que su existencia haya sido concebida a pesar de un final perfecto más que como una extensión de una historia que necesitaba continuar. Pero hacia el final de la cinta, que culmina con el ya obligatorio lagrimón, “Toy Story 4” ha probado su valía. Demuestra que la franquicia bautismal de Pixar continúa siendo la mejor: tierna sin ser condescendiente, graciosa sin ser cínica, de una animación preciosa y efervescente, versátil como para sobrevivir cuatro iteraciones sin perder la magia o la dignidad, pero siempre entorno al mismo núcleo de ideas que los propios personajes desarrollan con naturalidad a medida que van creciendo hacia el infinito y más allá.