Por Ali López
Sonia Bonet (Jana Raluy) es una mujer de clase media baja que se encuentra, como diría Almodóvar, al borde de un ataque nervios. Su esposo, enfermo de cáncer, está a la espera de que el seguro le apruebe un tratamiento alternativo para su enfermedad, sin embargo, no hay una repuesta óptima. Sonia sale a las calles en busca de una solución; cruza el borde, y se sitúa en el caos neurótico de la impotencia y el nepotismo.
“Un monstruo de mil cabezas” (Rodrigo Plá|México|21015) es una cinta que expone los vericuetos laberinticos del cooperativismo en México. La oligarquía monetaria nacional, donde el que paga es el que manda, es vista a través de la rebeldía útil, no el anarquismo irracional, de una mujer que lo único que quiere es ayudar. Pero, cómo descubrirá, ninguna acción buena tiene un final de la misma manera; mucho menos, cuando los caminos de la vida no son como uno pensaba, ni como uno quería. Porque nuestro destino esta dictado siempre por un ser supremo, ya sea legal, monetario, médico o dogmático.
Plá expone a la alta sociedad capitalina, la desnuda y ridiculiza; mientras ellos están mostrando sus miserias, Sonia se inmuta poco, viste de manera sencilla pero pulcra. El humor negro es más bien rojo, sexual, alburero, pero de clase, y con clase; porque el uso del lenguaje también es sometimiento. Todos le hablan con tecnicismos, o pretextos burocráticos. El tesoro que ella busca es custodiado por decenas de esfinges, todas, con diferentes preguntas. Y aunque la pluma sea más poderosa que la espada, Sonia carga una pistola como bastón único de poder ante la sordera de los jerarcas. “Así no se pide un favor”, le comenta Nicolás Pietro (Daniel Giménez Cacho) a Sonia, pero ella ya no pide, exige.
Darío (Sebastián Aguirre), su joven hijo Punk, es el sueño roto del anarquismo malentendido; la violencia inútil no sirve para algo. “Hay que planearlo todo” le dice su madre. Ya que si vamos a protestar, debe haber un motivo, aunque esté perdido. Madre e hijo terminan fundidos en la tristeza del mundo que los rodea, vigilados por una autoridad, que como siempre, ha estado tras ellos. Sueñan con robar un banco, con tener mucho dinero, porque entienden que, a final de cuentas, esa es la única manera de hacerla.
Una cinta inquietante que otorga una textura diferente y refrescante en el cine nacional, pero que cae en contradicciones al momento de cerrar sus círculos; pues la protesta se vuelve enigma, ya que parece que todo está perdido, y ya no hay algo por lo que luchar. Los diálogos teatrales toman fuerza gracias a los notables actores que aquí aparecen, y el ritmo frenético que Plá logra.