Por Ali López

“Salvaje” (“Wild”, Nicolette Krebitz|Alemania|2016) es una cinta sumamente humana que, de manera sutil, expone el salvajismo social de la época actual. La soledad, el dinero, la rutina y los miedos son los elementos naturales que avasallan la vida moderna; no hay persona que escape a ser cazador o presa. Ania (Lilith Stangenberg) es una chica común y corriente, con un trabajo que odia, una familia ausente y una falta de autoestima que la lleva a perderse en cualquier intrínseco laberinto de su mente. Un lobo se vuelve su obsesión, desea, a cuesta de todo, retenerlo, hacerlo suyo, poseer algo que nadie más posee y transmutar en él sus inseguridades, deseos, fantasías y ausencias.

El filme es perturbador, la locura que expresa la protagonista, aunado a imágenes fuera de lo común y que, aunque no son enteramente explícitas, si develan una fuerza poco vista en las pantallas de cine, exponen meollos mentales y cívicos que profanan en lo estipulado por la normas actuales. Una cinta muy alemana que transgrede el primer mudo, expone al tercero, y toma a la sociedad como un mero espectáculo capaz de romperse en cualquier segundo; hay reglas, sí, y formalidades, pero éstas poco a poco comienza a deslavarse; el humano, a final de cuentas, proviene de la naturaleza, y el retorno siempre es necesario.

Hay un aspecto más que puede resultar poco fácil de describir, pero que puede resumirse en una frase: la película no tiene miedo. Retrata lo que necesita, quiere y sabe que confronta, lleva a su actriz, personaje y espejo a momentos de turbación en donde el terror de los fantástico se mezcla con el horror de lo simple; la ficción compra y vende la idea de que todo es posible, pero no vive de la interrogante de ‘¿qué pasaría sí…?’ si no que se autoresponde, un ciclo decadente, como el camino de Virgilio y Dante.

La intimidad entre mujer y bestia es increíble, en el significado propio de la palabra, pues su acercamiento es tal que uno no puede más que desear que aquello sea un buen CGI. La naturalidad del terror, y la fragilidad del cuerpo humano, ante lo feroz del animal, hacen que la tranquilidad penda de un hilo a cada momento. No importa mucho si el lobo es real, fantasía, alegoría o simbólico, porque eso será decisión de cada uno y una; y de hasta dónde uno y una se permita creer en la  bestialidad humana o se esconda en el sueño Disney de que nada es real. Porque no es fácil ver como una chica, que representa mucho de lo que se puede llegar a ser, se convierte en la guía de su vida, de su camino, sin que algo se interponga en su meta, por descabellada que esta sea.

Caperucita cazando al lobo, seduciéndolo, haciéndolo suyo; la abuelita ya no importa, es más, ha cambiado de sexo y se encuentra en estado de coma; lo mismo que el leñador, que es un hombre de negocios tan frío y muerto como su oficina y la planta que nadie riega. Caperucita hace por fin uso del color rojo y la pasión que representa, al fin se deja de nimiedades y crece, y su vuelve mujer, y una mujer autosuficiente, libre, sexual y salvaje, sin que esto signifique promiscuidad, exhibicionismo y pornografía. La liberación femenina, personal y autónoma, retratada bajo la lupa de una mujer alemán, que sin duda sabe de lo que habla.

Dirección, Guión: Nicolette Krebitz Dirección de fotografía: Reinhold Vorschneider Montaje: Bettina Böhler Música: Terranova, James Blake Productor: Bettina Brokemper Producción: Heimatfilm Intérpretes: Lilith Stangenberg, Georg Friedrich, Silke Bodenbender, Saskia Sophie Rosendahl, Frowin Wolter Año de producción: 2016 Duración: 97 min