Por Manuel Cruz
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Lejos de la discusión académica, “Workers” de José Luis Valle es uno de los ejemplos más literales que hay de cine contemplativo: dos horas y unos cuantos minutos de panoramas cuya desolación urbana provee un fuerte contraste a la mansión opulenta que aparece escenas después. Su estilo visual es una invitación al detalle a veces obsesivo del paisajismo, y un espacio de reflexión no sólo de la sociedad mexicana actual, sino la estructura de clases que impera en la cultura Occidental desde hace milenios. Es lenta, aguda en su crítica y, en el nivel más esencial, perversamente entretenida.
Como su título indica, Workers narra la vida de dos personas en puestos laborales lo suficientemente comunes para transformarse en cliché: de un lado está Rafael Heredia (Jesús Padilla), diligente empleado de limpieza en una enorme fábrica y ansioso por su jubilación después de 30 años. Bajo, gordito, con lentes que recalcan su poco atractivo físico, su futuro está en duda, pero al menos su trabajo no alcanza la ridiculez diaria de doña Lidia (Susana Salazar), sirvienta de mayor autoridad en la mansión de una viuda millonaria y de gusto barroco cuya razón de vida se reduce al cuidado y bienestar de su Princesa, una perra flaca y en estado de completa indiferencia a los lujos y la fortuna en testamento que la rodean. Sin embargo, Lidia y sus compañeras siguen órdenes sin preguntar, consiguiendo la mejor carne posible y supervisando los paseos del animal por los sectores “no feos” de Tijuana en el Mercedes de Severino (Sergio Limón), fiel chofer de la casa. Todo debe salir a la perfección, so pena de tener un mal encuentro con el hijo de la mujer, cuya forma de vestir y el par de secuaces que lo acompañan podría sugerir cierta asociación con el narcotráfico.
Los personajes son en efecto una sugerencia de estereotipos a escoger, y ello podría causar desencanto. El tipo de cine donde la audiencia es capaz de adivinar una hora antes gran parte o la totalidad de la cinta que están viendo suele ser automáticamente despreciado. Quizás José Luis Valle lo había calculado o no. Lo relevante es cómo logra escapar de una trampa de clichés invocando a otra herramienta de gran polémica en el cine mexicano reciente: el tiempo. Toda la historia de Workers puede reducirse a un cuento, pero la dilatación intencionada en el ritmo de la cinta abre la puerta de una incertidumbre merecedora: es fácil pensar que ya conocemos a gente así, sirvientas e intendentes. Es cómodo creer que, correspondiente al contexto histórico donde se formaron, estos individuos nunca dirán lo que piensan y se comportaran con una presencia casi fantasmal, algo que Salazar y Padilla logran a la perfección, cómo si el mundo actual fuera una temporada eterna de Downton Abbey. Pero hay algo más. Una voz humana detrás de los clichés, no sólo de la sociedad, también de los prejuicios que rodean ocasionalmente al cine mexicano. Algunas sorpresas tardan en llegar, pero cuando finalmente pegan, es imposible expulsarlas de la memoria. “Workers” es el el paciente nacimiento de esa voz, y una de las mejores películas en el cine mexicano reciente.