Por Renee Ylizaliturri
“Ya no estoy aquí” (2019), es una película de Fernando Frías de La Parra, que respira por medio de sus imágenes, rebasando a los sentidos que se necesitan fundamentalmente para ver una película. Es una obra que consigue la virtud de vivirse, por el realismo que compone la estructura y dinámica narrativa. Un compilado de tomas que se pueden oler, tocar y saborear. Después de un exitoso paso por festivales, “Ya no estoy aquí” se encuentra disponible en Netflix.
El largometraje tiene la particularidad de narrarse en forma de díptico, contando la historia de Ulises, por una separación de tiempo de unos meses. Conocemos al Ulises del barrio Independencia, en Monterrey, como también vemos una nueva y sórdida vida, que retrata la inadaptabilidad del inmigrante a una cultura opuesta. Ulises se retrotrae a sus tiempos con el clan de los terkos, que escuchan la música Kolombia, como un cobijo de sus peores momentos. En este sentido, la historia se mueve emocionalmente, por dos palabras clave que plantean conflictos en el desafortunado protagonista: nostalgia y abstracción.
La historia de Ulises con sus amigos, se muestra plena de los mejores momentos por medio de la catarsis. Hablamos de personajes que se pueden identificar con la situación narrativa arquetipal de los peces que nadan en aguas revueltas, o bien que van a contracorriente. Son un grupo de “pandilleros”, que tienen como principal intención rodearse en círculos, escuchando cumbias colombianas. Están en medio de un conglomerado de pandillas que hacen al barrio en conjunto una macro pandilla, denominada “Star”. Vemos una historia de vidas marginales, que se enlaza a otras obras del cine mexicano y latinoamericano con dicho enfoque y que logra un efecto que rememora a “Ciudad de Dios” (2002, Meirelles F.), con evoca un estilo documentalista del crimen, para tratar de explorar otros dramas que se esconden dentro de este universo.
Ulises y sus amigos, dando continuación a ideas anteriores, está en la búsqueda de una utopía, que es la de hacer vida con los fundamentos terkos. Se definen textualmente a los terkos como los que tienen una conducta indomable y que bajo ningún tipo de convencimiento pueden despegarse de lo que creen. Están conectados todos a lo que parece inmadurez, pero que en verdad busca transmitir valores de honor y perseverancia, sin necesidad de levantar un arma o propagar la violencia.
La otra cara de la historia, es la de Ulises en medio del barrio de Queens, en el escape desesperado de ser una víctima del hampa que azota algunos barrios mexicanos. La idea de no identificar a profundidad las amenazas que puedan perseguir al personaje, dice mucho del rompimiento de convenciones en el cine mexicano e hispanohablante en continente americano. Hablamos de Ulises y su odisea a la mexicana, tratando de encontrar un nuevo lugar en mundo desconocido. En su estancia en el barrio de Nueva York, luchará más que con la ley americana, con personas de su propio país; realidad de migrantes que poco se ha explorado, y que de La Parra acierta en profundizar.
A sus 17 años, Ulises apunta una faceta que apunta a ideas sociales modernas, como el multiculturalismo y la globalización. Expresa en su peinado un estilo que recuerdan a los que se ven en Japón o Corea del Sur, llamando así seguramente la atención de Lin. Lleva ropas muy holgadas junto a sus amigos, cuales mafiosos afrodescendientes de los Estados Unidos, o escucha música que encima de no estar de moda, es parte del folclore colombiano básicamente.
La película “Roma” (2018, Cuarón A.), es una que puede encontrar ciertos guiños en la fórmula visual, a pesar de alejarse en términos de color. Estamos ante una obra que si bien, no se edita al blanco y negro, tiene mucha contemplación en planos largos de acciones sutiles, pero que impactan románticamente en las emociones de un espectador activo, por todo el peso cultural acordonado a la realidad de barrios mexicanos. La mayoría de recuerdos de Ulises en su dura estancia en Estados Unidos, coinciden con tomas que siempre tienen a fondo la zona metropolitana de Monterrey, que se ve de fondo en el valle. Da la sensación de lejanía y contraste, pero siempre con felicidad hacia la ruralidad humilde.
Es una película que también puede recordar la dinámica de “Los Olvidados” (1950) de Buñuel, o de “Güeros” (2014, Ruizpalacios A.), con una diferencia radical en que no se nutre la trama, de convenciones como la delincuencia en la vida de los jóvenes de la calle, sino que son corderos que se ven negadas a su estado, dentro de una cueva de lobos.
Dirección: Frías de la Parra, Fernando. Guión: Frías de la Parra, Fernando. Producción: Frías de la Parra, Fernando | Kim, Gerry | Müffelmann, Alberto. Compañía Productora: Panorama | PPW Films | Wannavision. Fotografía: García, Damián. Edición: Assuad, Yibran | Frías de la Parra, Fernando. Sonido: Umpierrez, Javier. Reparto: Alday, Yahir | Arbelaez, Adriana | Chen, Angelina | Espinoza, Jonathan | García Treviño, Juan Daniel | Garza, Leonardo | Puente, Coral | Tovar, Fanny | Zapata, Leo