Por Hugo Lara
Hacia el final de su vida, David Lean admitió que su expresión en el cine quizás se había tornado un poco más confidente y, sin embargo, pensaba que algo divertido de hacerse viejo era que no se sentía distinto que antes. De esa manera, este cineasta inglés daba cuenta de la sensibilidad de sus propias paradojas, las mismas que le permitieron alumbrar muchas situaciones y personajes de enormes complejidades.
Lean nació en Croydon, Inglaterra, en 1908. Provenía de una familia puritana cuyo padre no veía con buenos ojos al cinematógrafo. Aún así, en su adolescencia quedó cautivado por éste, ante la revelación de una realidad de ensueño que lo evadía de los oscuros suburbios de Londres.
A los 20 años logró acomodarse como mensajero en un estudio cinematográfico. Su entusiasmo le abrió las puertas y pronto ascendió a asistente de editor. A partir de 1934, Lean inició una sólida labor de editor al lado de prestigiados directores de la época.
Su debut como realizador ocurrió en 1942 con “Hidalgos en las mares”, un filme de propaganda bélica codirigido con el dramaturgo Nöel Coward. En sus siguientes tres películas, ya en solitario, continuó auxiliado por Coward en el guión hasta la cinta “Breve encuentro” (1945), su primera obra maestra, sobre un melancólico devaneo entre dos amantes furtivos, en juego entre la moral y el deseo.
Lean ganó reputación como adaptador a partir de los clásicos de Dickens “Grandes ilusiones” (1946) y “Oliver Twist” (1948. Posteriormente, exploró otros terrenos como la comedia en “En mi casa mando yo” (1954) y también buscó más líneas argumentales sobre la vulnerabilidad sentimental en “Locura de verano” (1955).
“El puente sobre el Río Kwai” (1957) fue su primera superproducción financiada por Hollywood. Basada en el libro de Pierre Boulle, narra los conflictos del coronel Nicholson, que debe hacer frente a las duras condiciones que sus hombres padecen en un campo de prisioneros japonés. Cuidadosamente ambientada, el director logró una insólita armonía entre audio e imagen, en cada detalle de lo que se ve y se escucha. Estas virtudes las refrendó con creces en “Lawrence de Arabia” (1962), sobre la autobiografía del aventurero inglés T.S. Lawrence y su epopeya en el medio oriente. A la postre, ésta se convirtió en un clásico por su energía narrativa y su virtuosismo estético.
“Doctor Zhivago” (1965), sobre la novela de Pasternak, no tuvo la misma suerte a pesar de la gran recaudación en taquilla. Con injusticia, algunos la juzgaron acremente por un supuesto sesgo sentimentaloide y antisoviético, si bien es un relato sobre las trampas que se tienden contra el amor, uno de los temas recurrentes de Lean.
Después de “La hija de Ryan” (1970), esperó 14 años para filmar “Pasaje a la India” (1984), en la que otras vez aludió a la presencia del Imperio Británico en tierras orientales. Sirviéndose de su estilo perfeccionista, hizo una cruda reflexión sobre los asedios morales de la sociedad al individuo, otra de sus inquietudes más constantes.
Con su muerte, en 1991, el cine perdió a una de sus imaginaciones más espléndidas, un cineasta de la más pura cepa inglesa capaz de deslumbrar por su manera universal de ver la vida y de interpretar sus conflictos con certidumbre, pasión y elocuencia.