Por Eduardo de la Vega Alfaro 

                                                                           Para el “primate” Julio César Perea Alfaro

1.

Eclipsado por los movimientos magisterial, petrolero, de telegrafistas y ferrocarrilero, todos ellos ocurridos en los primeros años del sexenio de Adolfo López Mateos, y sobre todo por el estudiantil-popular que sucedió entre julio y octubre de 1968, el que emprendieron los médicos residentes del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE) más los pertenecientes a otras instituciones públicas de salud de noviembre de 1964 a septiembre de 1965, ha tenido poco impacto en la historiografía correspondiente.

 

Hagamos un breve repaso en torno al desarrollo de este último caso. El 26 de noviembre de 1964, es decir a cuatro días de que López Mateos le entregara el poder a su sucesor Gustavo Díaz Ordaz, una parte de los médicos residentes adscritos al Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE convocaron a una huelga que sobre todo hizo evidentes las no pocas carencias padecidas en el ejercicio de las labores que venían llevando a cabo en dicho establecimiento, entre ellas el nulo presupuesto para pagarles los 3 meses de aguinaldo que se les había prometido. Casi de inmediato, los reclamos que motivaron aquella huelga resonaron entre los trabajadores de otros hospitales (General de México, Juárez, San Fernando, Colonia, etc.), lo que condujo a la formación de una Asociación Mexicana de Médicos Residentes e Internos (AMMRI), organización que ante todo se propuso deslindarse de toda forma de sindicalismo oficial, por aquel entonces en su mayoría controlado a través de las  diferentes secciones del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Las principales demandas formuladas por la AMMRI para levantar el paro se sintetizaron en un pliego que, entre otras cosas, exigía  restituir en sus puestos a los médicos cesados, revisar las cláusulas del contrato-beca que se renovaba año con año y la resolución expedita de los problemas y carencias existentes en cada centro hospitalario. En los siguientes meses, el gobierno de Díaz Ordaz asumió una actitud contradictoria ante esas peticiones, lo que provocó una huelga intermitente que a su vez derivó en el uso de la fuerza pública, la persecución,  encarcelamiento y exilio de líderes y el cierre de varios hospitales, todo ello con el auto justificado  propósito gubernamental de “restablecer el orden”.[1]

A diferencia de los movimientos citados en el primer párrafo, el de los médicos residentes (al que en algún momento se adhirieron un nutrido número de estudiantes de la Facultad de Medicina de la UNAM y contó con el respaldo del Dr. Ismael Cosío Villegas, entonces director del  Hospital de Huipulco) suele definirse como el primero en provenir, de manera estricta, de uno de los sectores de la entonces pujante clase media mexicana, claro producto de la relativa estabilidad política y la expansión social que le dieron sentido al así llamado “Milagro Mexicano” del prolongado periodo de postguerra.

2.

Si tomamos en cuenta la coincidencia histórica con ese levantamiento médico, pero si consideramos también la particular trayectoria del cómico Mario Moreno Cantinflas, la cinta “El señor doctor” (Miguel M. Delgado, 1965) bien pudo ser, en primera instancia, una de las tantas reacciones de parte de los medios masivos de comunicación ante las arbitrarias y represivas decisiones tomadas por el gobierno díazordacista contra las genuinas demandas planteadas por los principales afectados, es decir, los médicos que prestaban sus servicios como residentes en hospitales oficiales, esto para irse ganado la posibilidad de obtener una plaza que les permitiera ejercer su profesión con suficiente dignidad.

Vigésimo sexto filme de Cantinflas como protagonista absoluto, “El señor doctor “(antes El doctorcito) inició su rodaje el 1 de marzo de 1965, es decir a tan solo dos semanas de que la AMMRI había denunciado que el decreto firmado por Díaz Ordaz para resolver la precaria situación que prevalecía para los médicos residentes no se había aplicado e, incluso, no tenía visos de hacerlo. De ahí que se pueda inferir que tanto por  su sentido narrativo como en su acentuada proclividad a favor de las medidas tomadas por el gobierno federal, la obra cinematográfica de marras hizo gala de abierto oportunismo, uno todavía más pronunciado que el de casos como “El analfabeto” (1960), “Entrega inmediata” (1963), “El padrecito” (1964), “Su Excelencia” (1966) o “El profe” (1970), todas asimismo realizadas por Miguel M. Delgado y protagonizadas por el afamado cómico mexicano durante la turbulenta década de los sesentas del siglo XX.

Más allá de los inevitables y necesario matices del caso, la estructura dramática de “El señor doctor” peca de convencional. Estamos ante el típico viaje de ida y vuelta que resuelve posibles entuertos. Salvador Medina, médico por convicción hipocrática, abandona temporalmente el pueblo en el que ejerce su profesión, esto con el fin de hacer valer la beca que se le ha otorgado para fungir como sub residente en el flamante Centro Médico del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), por entonces recién inaugurado y supremo ejemplo de la medicina oficial moderna. En el transcurso de la trama, Salvador (nótese que el nombre alude a una condición redentora) vive diversas experiencias, entre las que sobresale conocer a la guapa y simpática enfermera Laura Villanueva (Marta Romero, actriz puertorriqueña), con la que terminará en trance de matrimonio; aparecen por ahí toda suerte de personajes emblemáticos, entre ellos un médico severo y envidioso, para más señas hermano de Laura (Miguel Ángel Álvarez El Men); una pareja que ostenta riqueza pero que hace de su hijo enfermo un simple objeto de disputa entre egos, etc. Como ya era costumbre en el cine cantiflesco, desde la primera hasta la última secuencia eran evidentes tanto la moralina más simplona y retrógrada como la respectiva apología al régimen político en turno. Pero, a diferencia de cintas anteriores y posteriores protagonizadas por el otrora “cómico de la gabardina”, en “El señor doctor” se llegó al colmo de que, ante la pregunta de por cuál candidato votaría en futuras elecciones, su respuesta fuera por demás contundente: “¡Pues por el del PRI, ya se sabe!”.

No se requiere ser muy ducho como para constatar que buena parte del sentido del filme era todo un alegato en contra de la lucha emprendida por los médicos residentes en el momento en que fue realizado. “El señor doctor” se estrenó el 7 de octubre de 1965 en los cines Latino, México y Palacio Chino, o sea cuando dicho movimiento ya había sido sometido con base a dosis alternativas de manipulaciones, promesas incumplidas y  abiertas o soterradas formas de represión. Y tal vez el hecho de que el filme se haya mantenido durante 36 semanas en sus salas de primer recorrido, convirtiéndose en uno de los más taquilleros de la década de los sesenta [2], pareció darle toda la razón a la quienes lo concibieron y produjeron, entre ellos el mismo Cantinflas.

3.

Salvo sus militantes y simpatizantes, y al margen de contados académicos que lo han estudiado a posteriori, el Movimiento de Residentes Médicos de 1964-1965 pareció haber quedado en el más piadoso e injusto de los olvidos. Pero he aquí que en el 2010, como de la nada, varios festivales fílmicos (entre ellos la edición número 25 del Festival Internacional de Internacional de Cine en Guadalajara) dieron a conocer un documental de coproducción mexicano-venezolana intitulado “La revuelta de las batas blancas”, realizado el año anterior por Alejandro Albert, cineasta egresado de las Universidad de Texas y hasta entonces director de los cortos testimoniales “La muerte chiquita” (2005), “Pequeños migrantes” (2005) y “Del otro lado” (2006). Pese a su breve duración (casi 66 minutos), a la cinta de Albert le corresponde el mérito de haber sacado a la luz algunas de las más importantes incidencias de aquella insólita lucha y, de forma consciente o inconsciente, resultó una sólida respuesta, así fuera tardía, a mucho de lo expuesto en la antes comentada cinta de Cantinflas. Veamos.

Luego de algunas imágenes de archivo que nos sitúan en los sesentas del siglo XX, los lúcidos testimonios de los Doctores Rodolfo Meiners y Miguel Cruz, otrora participantes directos del mencionado movimiento, sirven de eje analítico y dramático al relato fílmico. Gracias a ello, nos enteramos que en 1964 ya había en el país alrededor de 5,000 médicos residentes e internos. A ellos se agregaron los recuerdos de otros ex militantes (Joaquina Ramírez, Elvira Trueba, Justo Igor Loyola, Alfredo Rustrían, etc) y puntuales comentarios del ya mencionado sociólogo Ricardo Pozas Horcasitas, del periodista y novelista Fritz Glockner y del historiador Pablo Serrano  Álvarez. Imágenes cinematográficas del momento histórico proporcionadas por la Filmoteca de la UNAM (en algunas de ellas alcanza a percibirse a Genaro Moreno, por entonces afamado locutor de Telesistema Mexicano, antecedente de Televisa) y fotos provenientes de los archivos públicos y privados complementan la lógica y estructura de la película de Albert;  todo ello va revelando las claves históricas de la lucha y movilización que, bajo el influjo del contexto internacional previo al estallado mundial de 1968, se fue radicalizando hasta que una de sus aristas (en la que tuvieron destacada participación Rodolfo Meiners y Miguel Cruz) decide volcarse a la abortada guerrilla, previo reclutamiento en los círculos de estudio marxista de los hermanos y luchadores sociales Ana María y Víctor Rico Galán.

Si algo de lo recogido en las imágenes de archivo que también conforman la cinta de marras (la estatua de Hipócrates, pasillos del Hospital del Centro Médico, etc) serían utilizados, con sentido demagógico, en “El señor doctor”, al realizador de “La revuelta de las batas blancas” le interesan mucho aspectos como la valiente y decidida participación de las mujeres desde los comienzos mismos de la lucha; la obcecación autoritaria de Gustavo Díaz Ordaz; la toma de conciencia de la situación de los médicos como simples trabajadores de uno más de los sectores del servicio social; el feroz y previamente coordinado embate de los medios masivos contra las demandas del pliego petitorio (no casualmente una manta  portada por los jóvenes médicos rezaba: “Prensa libre de México ayúdanos, diciendo al pueblo la verdad”); la democrática estructura de la organización que privó entre los militantes, misma que serviría de modelo al Movimiento Estudiantil Popular del 68; el sabotaje represor claramente instrumentado desde las oficinas del gobierno local; la masiva toma del Zócalo y las estrategias de cooptación de dirigentes; las amenazas presidenciales el día del informe anual ante el Congreso de la Unión; entre otros aspectos. La parte final de la obra fílmica describe los padecimientos de algunos de los partícipes del aquel movimiento en el atroz infierno carcelario de Lecumberri, a su vez escuela de templanza para recuperar el sentido de la lucha revolucionaria; el letrero que precede a los créditos finales pone al día la actual condición de una gran cantidad de los médicos, tan o más precaria que la que vivieron en décadas pasadas, y da paso a la rápida sucesión de testimonios de movilizaciones  subsecuentes a los acontecimientos que hemos presenciado reseñados en pantalla.

Digno primer paso en la búsqueda fílmica de las luchas que precedieron a la que irrumpió en el año olímpico de 1968, “La revuelta de las batas blancas” revela en todo momento un empaque profesional y un afán por rescatar del olvido hechos que sin duda marcaron un hito, pese a no haber tenido el eco y apoyo que merecían. Y si una cinta como “El señor doctor “vino a representar una forma de cine perfectamente reaccionario hecho en el seno de una industria que, salvo contadas ocasiones, apuntalaba los cada vez más autoritarios dictados gubernamentales, en la obra de Albert se reconocen serios intentos por hacer del arte fílmico independiente un crisol de la memoria colectiva que se resiste a ser relegada de las siempre necesarias exigencias sociales y políticas en nuestra agobiante circunstancia.


NOTAS

[1] Entre los pocos estudios dedicados a todo este proceso cabe destacar La democracia en blanco: el movimiento médico en México, 1964-1965, libro de Ricardo Pozas Horcasitas, Siglo XXI, México D. F., 1993, 368 pp.

[2] Cf. Amador, María Luisa y Jorge Ayala Blanco, Cartelera cinematográfica 1960-1969, UNAM, México D.F, 710 pp. Cabe agregar que en su trayectoria de estreno en la España franquista, “El señor doctor” fue vista por poco más de cuatro millones y medio de espectadores. Véase: De la Vega Alfaro, Eduardo, “Mario Moreno Cantinflas, el actor latinoamericano más taquillero en España”, en revista Corre Cámara.