De la última Reseña de Acapulco a la primera Muestra de la Cineteca: 1968-1971

Por Raúl Miranda López

Todo había ocurrido en 1968. Los años posteriores no fueron más que una expansión del espíritu de aquel año. Y decirlo no significaba que la imaginación hubiera tomado el poder, pero sí se había aposentado en ciertos rasgos de la cultura exquisita, como la de los suplementos, creados por Fernando Benítez desde la década de los 50, bajo la prodigiosa influencia del exilio español; espacios en los que irrumpieron los jóvenes críticos del cine en México, incluidos los de origen español, en la segunda mitad de la década de los sesenta, una vez que sus propias publicaciones especializadas en cine como “Nuevo cine” y “La semana en el cine” no se sostuvieron por mucho tiempo. Emilio García Riera, Jorge Ayala Blanco, Carlos Monsiváis, José de la Colina, Juan Tovar, entre otros, se empoderaban en las secciones de los famosos suplementos culturales de diarios y revistas.

Ya para entonces habían acontecido los Concursos de cine experimental (1964 y 1966), en los cuales solo Rubén Gámez había sido el cineasta que consignaba la experimentación, con su película “La fórmula secreta”, en la que plasmaba su manifiesto retro vanguardista que hacía estallar en mediometraje los géneros cinematográficos, dividiendo la historia del cine mexicano en un antes y un después.

Así, en este ambiente, surgía la primera Muestra Internacional de Cine en 1971, con boletos de a seis pesos.

Todo giraba en torno a los inicios de la década 70,  años de modernidad por fin alcanzada en nuestro país. Lo manifestaban la tienda de discos Hip 70, el Campeonato Mundial de Fútbol México 70, el concurso de belleza Miss México 70; dentro de Plaza Satélite había un Cinema 70; incluso antes de que arribara el año inicial de la década, en 1967 Paul Leduc formaba el grupo independiente Cine 70 con Rafael Castanedo, Alexis Grivas y Bertha Navarro. 

1971, hacía un año ya que el socialista Salvador Allende se había convertido en presidente de Chile, hacía un año también que en México el sufragio efectivísimo del PRI lograba fácilmente que Luis Echeverría fuera nombrado primer mandatario, y de inmediato Rodolfo Echeverría=Rodolfo Landa también era elegido por su poderoso hermano, el compañero presidente, como director del Banco Nacional Cinematográfico. Hacía ya varios años que Jorge Ferretis y la señorita Carmen Báez, antiguos organizadores de las primeras Reseñas,  ya no operaban la censura cinematográfica. También para ese año, 1971, ya estaban apareciendo los primeros tomos de la portentosa “Historia Documental del Cine Mexicano”, de García Riera.

La Muestra (echeverrista) vino a sustituir el despilfarro acapulqueño de la desaparecida Reseña Mundial de los Festivales Cinematográficos (alemanista), creada, esta última, en 1958, precisamente por instancias de Miguel Alemán Velasco y Gregorio Wallerstein, entre otros. La naciente Muestra también remplazaba a las Jornadas de cine del Roble que habían fungido como un derivado incompleto de lo que se exhibía en Acapulco. No era poca cosa: 21 días de buen cine, al menos eso se esperaba, desde el 25 de noviembre al 15 de diciembre de 1971.

Antes, el escaparate de celebridades internacionales en el Fuerte de San Diego de Acapulco, iluminado por antorchas, enmarcaba a los invitados distinguidos como Brigitte Bardot, Alain Delon, Jeanne Moreau, los esposos Sharon Tate y Roman Polanski, Gina Lollobrigida, James Mason, Sue Lyon, Virna Lisi, Paul Newman y una larga lista más, los que hacían declaraciones sobre “el matrimonio, el suicidio, el divorcio, la nueva ola, los hippies, Shakespeare”, etc. Además se aparecía el jet-set nacional, también hospedado, al igual que las estrellas, en los hoteles Presidente y Las Brisas.

En la última Reseña sesentera (1968) se instauró el Mercado Internacional del Cine, y distribuidores europeos se interesaron por la locuaz, ultramoderna y fresona película “Patsy, mi amor”. Pero en 1971 todo este glamur del puerto paradisiaco, era sustituido por la Muestra, organizada por los funcionarios, programadores y colaboradores del periodo echeverrista, que se desprendían del sexenio diazordacista (Mario Moya Palencia, Jorge Durán Chávez, Francisco Marín, Hiram García Borja, Luciana Cabarga y Fernando Macotela).

La primera Muestra se efectúa en el Cine Roble de la ciudad de México, en la que se podía observar un mundo de gente común, como los llamados cinéfilos, entre los que destacaban las personalidades del periodismo cultural y en particular del periodismo cinematográfico mexicano, como Tomás Pérez Turrent de la revista Sucesos para todos (propiedad de Gustavo Alatriste, en la que se practicaba periodismo “amarillista”, ahora llamado periodismo de investigación), Juan Tovar de El Heraldo de México, José de la Colina de México en la cultura del periódico Novedades y del suplemento dominical “El gallo ilustrado” del diario El Día, Arturo Garmendia de la sección “B” del diario deportivo y de espectáculos Esto, Jorge Ayala Blanco de los suplemento México en la cultura (Novedades) y luego de La cultura en México de la revista Siempre!, Emilio García Riera del Excélsior, Gustavo Sainz de Artes, letras y ciencias del Ovaciones, y otros tecleadores que borrosamente permanecen en la desmemoriada historia de la crítica de cine de nuestro país, como Horacio G. Velasco de la revista Tiempo, el escritor y crítico Héctor Martínez Tamez y el cineasta superochero y crítico Nino Gasteasoro.

Pérez Turrent, puntilloso, escribía así, en su columna acerca de las ventajas y desventajas del naciente festín fílmico: los beneficiados son los cinéfilos y no los playboys que habían sido los dueños de la antigua reseña, señalaba el bigotón y melenudo crítico.

“Desaparecía la cursilería y el mal gusto de la burguesía mexicana”, añadía el francófilo Pérez Turrent.

En las Reseñas se derrochaba dinero, las “autoridades cinematográficas” no programaban películas “non gratas”. Una de esas autoridades era el joven Hiram García Borja, Director de Cinematografía y de la Reseña, a quien se le había colado programar en la XI Reseña del 68 “Fando y Lis” (1967), filme experimentalmente imberbe, acusado de inmoralidad, de Alejandro Jodorowsky, provocando épater la bourgeoisie o “épater al burgués mexicano recién aculturado” (Ayala Blanco, dixit). También había ofendido a los cineastas Servando González y Rogelio González.

En la primera Muestra se seleccionaron los títulos de los catálogos de distribuidores que operaban en México. La mayoría de estas películas, tarde o temprano, se exhibirían en la cartelera nacional. A diferencia de las Reseñas, de las que algunos títulos no se volverían a ver jamás por estas tierras.
Con la Muestra siguió ocurriendo que si la película era incomoda para los organizadores no más no se incluía. En aquella primera Muestra casi todas las cintas habían obtenido premios: “Antonio das Mortes”, de Glauber Rocha, obtuvo el premio  a la mejor dirección en el Festival de Cannes de 1969. “Il dramma de la gelosia”, de Ettore Scola, había ganado el premio a la mejor actuación masculina en 1970, también en el inefable Cannes.

Ayala Blanco, en una sección de seis páginas completas de “La cultura en México”, escribía exigente, que los amos de la censura cinematográfica tenían al espectador mexicano como perro famélico, señalando  que en esta primera muestra no había películas del “voltaje” de “If” (Anderson, 68), “Satyricon” (Fellini, 1969), “El último verano” (Perry, 69), “Z” (Costa-Gavras, 69), “El silencio” (Bergman, 1963), “Woodstock” (Wadleigh, 70), “Pocilga” (Pasolini, 69), “More” (Schroeder, 69), “Zabriskie Point” (Antonioni, 70), “Easy Rider” (Hopper, 69), “Decameron” (Pasolini, 71), “Los demonios” (Russell, 70) “Taking off” (Forman, 71), “Los hombres contra” (Rosi, 70), “Valeria y la semana de las maravillas” (Jires, 69), “La rodilla de Clara” (Rohmer, 70), “La estrategia de la araña” (Bertolucci, 70), “El soplo en el corazón” (Malle, 71), “Trash” (Morrissey, 70), “La ceremonia” (Oshima, 71), “Andrei Rublev” (Tarkovski, 66), “Bajo el signo de escorpio” (Taviani, 69), entre otra docena de títulos más que enumeraba.

Estas apetencias de Ayala serían decantadas en cucharaditas en los siguientes años en otras tantas Muestras y retrospectivas en la Cineteca, algunos de estos títulos tardarían muchos años en ser exhibidas en México.

En esta primera Muestra, el crítico José de la Colina, en solitario, con enojo y coraje, señalaba la mala calidad de las copias y la pésima proyección: “¿no es posible que las ‘autoridades responsables’ en estas cuestiones de cine atiendan por una vez al cinéfilo?”.

A pesar de su ira, ningún caso le hacían a De la Colina, y el problema (la mala proyección), en el futuro inmediato y lejano, nunca se resolvió del todo. Aunado a este padecer, al escritor le molestaba las risotadas del público bobalicón o aplaudidor. También daba cuenta que, antes de las funciones, de pronto iniciaban una especie de documentales “o lo que fuesen”. Lo que daba a pensar que el escritor no tenía respeto alguno por los desfasados Noticieros Continental o por los oficialistas “Cine minutos” de los hermanos Bilbatúa.
Leíamos y veíamos, veíamos y leíamos: “fabula levemente brechtiana”, “melodrama con pretensiones”, “academismo fodongo”, “la imagen expira en la magnificencia”. Comprendíamos líneas como “Rocha exporta su megalomanía exotista para consumo de estudiantes de Nanterre ya incrustados en la burocracia de Pompidou” 

De ese entonces, la crítica de cine en México pontificaba las “mejores” pelis, denigraba las peores, a veces se contradecían, y aprendíamos gracias a ellos, y luego sin ellos, a gozar, historizar y analizar las obras exaltables programadas en las más de cincuenta Muestras siguientes.

Foto de inicio: Fachada del Cine teatro El Roble, ca. 1952