Drácula, chupando el español

Por Domingo Rojo

En la transición del cine mudo al sonoro, se filmaban en Hollywood diferentes versiones de una misma película, cada una destinada a mercados de lenguas distintas. El caso de Drácula (1931) es el más famoso. Mientras de día se rodaba la versión que dirigió Tod Browning y protagonizó Bela Lugosi, en la noche los mismos escenarios eran usados por el director George Melford para hacer una versión en castellano más barata que protagonizaron el español Carlos Villar y los mexicanos Lupita Tovar y Eduardo Arozamena.

Si bien por norma la versión que más se recuerda es la de Browning, la cinta hispana se ha hecho de su propia leyenda gracias a los argumentos que suelen situarla por arriba de su hermana gemela.

El investigador José Luis González incluso afirma que “Sin llegar a
ser una obra maestra, el Drácula hispanohablante supera con creces a
la versión de Browning. Es más: pese a los factores que pudiesen
desestabilizar el proyecto, no hay ningún argumento para defender al
desganado reparto anglosajón frente al excelente cuadro de actores
hispanoamericanos”.

Vale la pena tener presente que uno de los dos primeros Van Helsing del cine —el encarnado por el buen Arozamena— hablaba español y precedió al que hicieron grandes figuras como Peter Cushing, Laurence Olivier y Anthony Hopkins, en las versiones de 1958, 1979 y 1992, respectivamente, y hace apenas unos años, el australiano Hugh Jackman quien encarnó al mítico enemigo del Conde Drácula, en el filme de aventuras Van Helsing (2004).

La novela de Bram Stoker es una de las que más ha influido en los derroteros del cine mundial, pues no sólo ha sido la base de estupendas cintas, sino que se ha constituido en uno de los más ricos yacimientos de la cultura popular. Entre las diferentes adaptaciones de valía deben mencionarse Nosferatu (1922) de Murnau; Drácula (1931) de Todd Browning con Bela Lugosi, la versión inglesa de Terence Fisher de 1958 y la adaptación de Francis Ford Coppola de 1992.

Mención aparte merece la célebre versión mexicana con el título El Vampiro (1957) de Fernando Méndez, una adaptación libre muy particular donde el actor Germán Robles encarnó a un émulo de Drácula, con el éxotico nombre del conde Karol de Lavud o Duval el vampiro, haciéndo de las suyas en el paisaje de la provincia mexicana.

Y ya entrados en el terreno de las extravagancias, cabe mencionar el filme Santo contra las mujeres vampiro (1962), de Alfonso Corona Blake, donde el inolvidable Enamascarado de Plata se enfrenta a una gran conspiración de mujeres chupa-sangre.

Y desde luego no puede pasarse por alto la opera prima de Guillermo del Toro, ‘Cronos’, conocida también como ‘La invención de Cronos’, donde el tapatío recurrió al vampiro, para dar cuenta de una historia de amor entre un viejo apocado y su nieta. En una primera lectura de esta película, se nota inmediatamente la ávida cinefilia del realizador-guionista a través del entusiasmo que destila su fantástico relato: un extraño objeto, la invención de Cronos, traído a México en el siglo XVI por un alquimista prófugo de la Inquisición, cae en manos de un anticuario, Jesús Gris (Federico Luppi) quien, sin saberlo, pondrá en marcha este diabólico mecanismo que lo convertirá en vampiro. A la inocencia de Jesús se añade su opuesto: Dieter de la Guardia (Claudio Brook), un poderoso sujeto apremiado por el tiempo y por la muerte, quien busca con codicia la invención de Cronos y su promesa de vida eterna.

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