Por Pedro Paunero

En el guion puede leerse la apariencia del extraterrestre:

“Un cruce entre un gnomo y un niño refugiado hambriento. ¿Es masculino, femenino o neutro? Lo que su forma transmite básicamente es una especie de inocencia etérea, y es difícil asociar un gran mal o un gran poder con él; sin embargo, existe un sentimiento de inquietud debido al parecido con un niño humano enfermizo”.

No, no se trata de la descripción de la beatífica, como melosa, criatura de la película “E.T., el extraterrestre” (E. T. The Extra Terrestrial, 1982), de Steven Spielberg, sino la del personaje de una cinta que no llegó a rodarse en su momento, y que se titularía “The Alien”, pero tampoco se trata de “Alien, el octavo pasajero” (Alien, 1982), de Ridley Scott, de la que ya diré un par de cosas más adelante. El guion de “The Alien” data del año 1967, y fue escrito por el director indio Satyajit Ray, uno de los mejores de la historia del cine quien, para entonces, ya había legado a la humanidad su “Trilogía de Apu”, prodigioso bildungsroman humanista, que trasciende la mera “novela de aprendizaje” para convertirse en cine de poesía, así como “El salón de música” (Jalsaghar, 1958), vivo retrato de la decadencia de los aristócratas indios del período previo a la independencia, pero Ray, que siempre rodó con presupuestos ínfimos, no pudo llevarlo a la pantalla debido a los caros efectos especiales que exigía la historia.

El guion original se basaba en “El amigo de Banku Babu” (“Bankubabur Bandhu”), un cuento que el mismo Ray había escrito en 1962 y que había publicado en la revista de literatura y humor “Sandesh”, que dirigiera su abuelo a inicios del Siglo XX y que, tras varias vicisitudes, terminaría dirigiendo Ray. El cuento narra la llegada de un extraterrestre a la Bengala rural, cuya nave aterriza en un lago, y los habitantes lo confunden con un templo. El “Señor Ang”, como apodan al extraterrestre, entabla amistad con Haba, un muchacho a quien tienen por “tonto” (de ahí su mote, “Haba”), con quien hace contacto a través de los sueños.

A pesar de haber relevantes ejemplos anteriores como “Llegaron de otro mundo” (aka. Vinieron del espacio; It Came from Outer Space, 1953), de Jack Arnold, con un guion de Ray Bradbury, cuyo argumento —extraterrestres benignos que hacen una escala en la Tierra, son ayudados por algunos humanos, mientras temen al resto que los amenaza—, o “El pueblo de los malditos” (Village of the Damned, 1960), de Wolf Rilla, en la que intervienen niños híbridos —de naturaleza maligna—, resultado de la implantación extraterrestre en mujeres humanas, o el solemne extraterrestre preocupado por el destino humano de “El día que paralizaron la Tierra” (The Day the Earth Stood Still, 1951), de Robert Wise, la historia de Satyajit Ray tendría su parte de originalidad en explorar el lado bondadoso de un alienígena, cuyos dones parecen cuestión de magia, capaz de relacionarse y jugar con los niños humanos.

Ray conoció al legendario autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke —el autor del cuento y del guion que daría origen a la película “2001, Odisea del espacio”, de Stanley Kubrick— en Londres, y le expuso su idea de llevar a la pantalla su cuento. Clarke se mostró entusiasmado y lo contactó con su socio, otro británico de nombre Mike Wilson quien, como Clarke, era un explorador submarino profesional y fotógrafo —Wilson fue quien introdujo a Clarke en el mundo subacuático, con quien formaría una pionera compañía de buceo situada en Ceilán—, coautor con este de varios libros sobre exploraciones subacuáticas en las costas de India, y que ya había contribuido al cine cingalés con algunas producciones como el corto documental “Beneath the Seas of Ceylon” (1958) y, posteriormente, con “Sorungeth Soru” (1967), que presentaba el personaje de Jamis Banda, el James Bond cingalés, tan estrambótico como divertido. Wilson, a quien también se le conoció como Swami Siva Kalki una vez que se convirtió en asceta —no sin una gran controversia en su país de adopción, misma que daría para todo un libro, donde habría que considerar su estado de “hombre sagrado”; que defendiera el templo sincrético de la ciudad de peregrinación de Kataragama—, había conocido a Clarke en 1951, en un pub frecuentado por el Fandom de la Ciencia ficción, y pasaría a la historia —en Occidente, por lo menos— por dos hitos de su vida, uno de ellos, por haber descubierto el mítico tesoro del que ambos dan cuenta en el libro “El tesoro del gran arrecife” (el naufragio de un barco de la flota del emperador mogol Aurangzeb en el siglo XVIII, en Great Basses, y descubierto en 1961, una parte del cual, consistente en monedas de plata fusionadas entre sí, aparece en la casa de empeños del programa “El precio de la historia”, de History Channel), uno de los más fabulosos jamás descubiertos en la historia del buceo, y el otro, por haber dado al traste con la producción de la película de Ray.

Wilson se encontró con Ray en Calcuta, pero este no tenía escrito absolutamente nada. Para su sorpresa, se mostró dispuesto a esperar el tiempo que fuera hasta que “el maestro Ray”, le presentara un primer tratamiento del guion. Wilson dio algunas ideas, y el resultado fue un manuscrito con tres títulos tentativos: “El avatar” (es decir, una encarnación divina, específicamente del panteón indio), “La balada de la santidad” (Mangal-Kabya), y “The Alien”. Wilson arregló una cita entre Ray y Peter Sellers, en París. Para esto, Sellers había interpretado al Doctor Kabir, un personaje indio, en la película “Ella y sus millones” (The Millionairess, 1960), de  Anthony Asquith, por lo que a Ray le interesaba para que actuara en su película, pero Sellers todavía no había visto nada de Ray. Wilson movió sus contactos, y al día siguiente los distribuidores de Londres le enviaron una copia de “La mujer solitaria” (Charulata, 1964), que le pasaron en un pase privado a Sellers quien, conmovido, le soltó a Ray que no lo necesitaba, ante la maestría con la que manejaba a sus propios actores no profesionales, sin embargo, terminaría por acceder de buena gana a participar en la película. El proyecto contemplaba, así mismo, a Marlon Brando para uno de los papeles principales, por lo que la Columbia Pictures se interesó en producirlo, pero Wilson, que para entonces se había convertido en representante de Ray en Hollywood, por alguna razón que no se explica del todo, registró el guion a nombre de Ray y del suyo, como coautor, lo que provocó la desconfianza de Ray, quien decidió volver a la India y no saber más del proyecto. Mientras tanto, en Hollywood, varias copias mimeografiadas del guion pasaron de mano en mano. Se supone que alguna de estas copias fue la que llegó a manos de Steven Spielberg quien, al estrenar “E. T.”, y bajo la presión por la acusación de plagio que ensombreció su película, alegó que esta estaba inspirada en un “amigo imaginario” de su infancia, y no en el guion de Ray.

Se sabe que, en 1980, Sayajit Ray había hecho una serie de declaraciones para la revista “Sight & Sound”, en las que mencionaba el proyecto de “The Alien”, por lo que no pudo ignorar las similitudes del extraterrestre de Spielberg —cuya cinta se estrenaría dos años después— con el suyo, cuestión que le obligaría a resucitar el tema de su guion prostituido. La película del americano, diría Ray, “no habría sido posible sin que mi guion de “The Alien” estuviera disponible en todo Estados Unidos en copias mimeografiadas”. La prensa se hizo eco del disgusto de Ray, a lo que Spielberg respondería “Yo era un niño en la escuela secundaria cuando su guion circulaba en Hollywood”. En la India, donde Ray es considerado una especie de héroe nacional, publicaciones como “The Times of India”, pusieron el dedo en la llaga al encontrar más similitudes entre la obra de Spielberg con el guion de Ray, esta vez, en “Encuentros cercanos del tercer tipo” (Close Encounters of Third Kind”, 1977), en aquello de la apariencia de los extraterrestres, que se basaría en los dibujos originales que Ray hiciera para “The Alien”, mientras que el “Star Weekend Magazine” señalaría la falacia de Spielberg de desconocer el guion de Ray, por haber sido un infante, ya que la carrera del cineasta comenzó en 1969, cuando la historia del indio estaba en el candelero.

Al revisar estos dibujos, podemos ver claramente que su extraterrestre tiene la apariencia que —actualmente—, se ha vuelto en un cliché que ha penetrado en la psique de la cultura pop, la de un ser con cuerpo y miembros muy delgados, sin asomo de vello corporal, una cabeza muy grande y calva, unos ojos grandes y profundos, una boca pequeña, sin apenas mentón y sin orejas, que según el director, estarían inspirados en el pobre aspecto de algún “niño refugiado, hambriento”, del cual se aleja, decisivamente, el “E.T.” de Spielberg, no así los de “Encuentros cercanos”.

Si fuera cierto que Spielberg tomó “prestados” algunos elementos del guion de Ray, no sería, pues, en el aspecto físico de la criatura, cuyo origen parece remontarse a “Supersonic Saucer” (1956), de Guy Fergusson, una ingenua —todavía más que E. T.— película británica de bajo presupuesto, que narra la historia de Meba, criatura extraterrestre que posee la capacidad de convertirse en platillo volador, concede deseos y se lleva de maravilla con los niños de un internado. El aspecto de Meba —un títere hecho sin mucha imaginación—, con ojos notoriamente falsos pero expresivos, y cubierto con una sábana blanca, recuerda al de E. T. en la escena de las bicicletas; el personaje, incluso, hace uso de un teléfono y tiene poderes telepáticos. Ahora tenemos que la historia de “extraterrestre amistoso con los niños”, tampoco se debería a Ray, sino a Frank Wells, hijo de H. G. Wells, y productor ejecutivo de la Children’s Film Foundation (C. F. C.) que, con Gaumont Studios, produjeron la película sobre Meba, basada en una historia del mismo Frank. La C.F.F. se trataba de una fundación que recibía dinero de los contribuyentes, por lo que sus producciones debían incluir alguna enseñanza moral, y de las cuales, la más recordada es esta, a raíz de la acusación de plagio que varios internautas hicieran sobre Spielberg, en numerosos foros y sitios web dedicados al cine, al descubrir este curioso mediometraje.

Esto nos recuerda que, en 1979, dos años después del estreno de “Encuentros cercanos del tercer tipo”, Ridley Scott estrenaba “Alien, el octavo pasajero”. Cualquiera recuerda el esquemático argumento, otro hito de la cultura pop —que esta vez regresaba al mito del extraterrestre hostil, cuya historia se remontaba a, por lo menos, una producción de Serie B del año 1958, “La amenaza de otro mundo” (aka El terror del más allá; It! The Terror from Beyond Space), de Edward L. Cahn, con su argumento del alienígena polizonte que amenaza con asesinar a toda la tripulación de una nave terrestre—, y que es el siguiente: un grupo de astronautas recibe una misteriosa llamada proveniente de un planeta de atmósfera neblinosa, en el que encontrarán el cuerpo fosilizado de un extraterrestre que, al igual que los recién llegados, era ajeno a dicho mundo, y que fuera muerto por sus auténticos y hostiles habitantes. Estas líneas argumentales son las mismas de una película muy anterior, “El planeta de los vampiros” (aka. Terror en el espacio; Terrore nello spazio, 1965), del maestro italiano Mario Bava, cuyo redescubrimiento por parte de la crítica y el fandom se debe, precisamente, a dichas similitudes entre ambas.

En 2003, el director indio Rakesh Roshan estrenaba “Koi … Mil Gaya”, en la que se quiso ver un “E.T.” indio, paralelismo que el realizador rechazó, y en la que otros, en cambio, lo encontraron con “The Alien”. No sería sino hasta 2006, en que la producción “Bankhubabur Bandhu”, adaptada directamente del cuento de Ray, y con guion de Sandip Ray, hijo del anterior, llegaría a las pantallas de televisión indias, en una película dirigida por Kaushik Sen y, todavía en 2018, Abhinandan Banerjee dirigiría el corto animado “Bankhubabur Bandhu”, para el programa “Sunday Suspense”, emitido en Bengala Occidental, para el 98.3 Radio Mirchi, que aglutina una serie de obras literarias, bajo la forma de Thrillers dominicales, en la que se recuperaba la esencia del cuento original. A pesar de dichos lanzamientos, ya era demasiado tarde. La influencia de la amigable naturaleza de “E.T.”, y no de la que pudo ser una de las más atípicas muestras en la filmografía de Satyajit Ray, se había dejado sentir a lo largo del cine que le siguió, por ejemplo, en la vergonzosa “Mac, mi amigo de las estrellas” (aka. Mi amigo Mac; Mac and Me, 1988), de Stewart Raffill, obra máxima del emplazamiento publicitario, y en la serie humorística de televisión “Alf”, de la cadena NBC, que no hacen sino demostrar el deseo humano de que algo superior a nuestra naturaleza, y de procedencia ajena a este mundo, llegue a entregarnos dones casi divinos, para salvarnos de nosotros mismos. Los niños, en todos los casos, se mostrarán como los dignos receptores, tanto del mensaje como de dichos dones. Un recuerdo arquetípico de los cuentos de hadas, con sus encuentros entre personas especiales —elegidas—, y el mundo feérico, pero retomado para una mitología acorde a los Siglos XX y XXI.  

Pero ¿qué fue lo que realmente sucedió, al punto de obligar a Ray a sepultar —pero no olvidar del todo—, su proyecto sobre el Alien? Si se trataba de un auténtico caso de plagio ¿por qué no entabló las diligencias legales para dirimirlo?

Recordemos, para ello, que cuando la 20th Century Fox iniciara una demanda contra Universal Studios por haber “robado” más de treinta ideas de la película “La guerra de las galaxias” (Star Wars, 1977), de George Lucas —que terminaría convirtiéndose en una rentable franquicia— para su propia franquicia, “Battlestar Galactica”, la Universal contratacó aduciendo el apropiamiento de ideas de su serie visionaria “Buck Rogers” (1939), y de la película “Naves misteriosas” (Silent Runing, 1972), del maestro de los efectos especiales, Douglas Trumbull, con el resultado de un caso sobreseído en 1980. Por aquel tiempo, Luis Buñuel —según apunta en su libro de memorias “Mi último suspiro” (1982)—, contaba sobre el disuasorio poderío legal de Hollywood, que acaso también convenciera a Ray de la inutilidad de sus esfuerzos legales:

“Intenté, igualmente, trabajar para Robert Florey, que preparaba “La bestia de cinco dedos”. Muy amistosamente, me ofreció escribir una secuencia de la película, que debía interpretar Peter Lorre. Imaginé una escena —en la que se veía una mano viva, la bestia— que se desarrollaba en una biblioteca. A Peter Lorre y Florey les gustó mi trabajo. Fueron al despacho del productor para hablarle de él, pidiéndome que esperase a la puerta. Al salir, poco después, Florey me hizo un gesto negativo con el dedo pulgar. Rechazado.

“Más tarde, vi la película en México. Mi escena estaba allí, entera. Me disponía a entablar una demanda judicial, cuando alguien me dijo: «La “Warner Brothers” tiene 64 abogados, nada más que en Nueva York. Atáquelos, si quiere. No hice nada”.

Uno de los casos más recientes de una producción de Hollywood sobre la que se cerniera toda clase de demandas, es la película “La forma del agua” (The Shape of Water, 2017), del mexicano Guillermo del Toro, cuya criatura está evidentemente inspirada en el monstruo de “El monstruo de la Laguna Negra” (Creature from Black Lagoon, 1954), de Jack Arnold (a la vez, supuestamente inspirada en ciertas declaraciones del cinefotógrafo mexicano Gabriel Figueroa, sobre una criatura habitante del río Amazonas, que surgía cada tanto tiempo para reclamar vírgenes), influencia reconocida por el mismo realizador. Los herederos del dramaturgo Paul Zindel demandaron a Del Toro por haber “copiado descaradamente” la historia de “Let Me Hear You Whisper” (1969), de Glenn Jordan, película televisiva basada en la obra de teatro de Zindel, en la cual una mujer de la limpieza intenta rescatar a un delfín de las instalaciones de un laboratorio secreto. Del Toro se defendió alegando jamás haber visto dicha película o leído la obra. Otros paralelismos se han visto en “El hombre anfibio” (1962), una película soviética de  Vladimir Chebotaryov y Gennadi Kazansky. La película del mexicano, inclusive, fue señalada por el realizador francés Jean—Pierre Jeunet de copiar segmentos de sus películas “Delicatessen” (1991) y “La ciudad de los niños perdidos” (La cité des enfants perdus, 1995), que dirigiera en codirección con Marc Caro, y de la popularísima “Amélie” (2001), que dirigiera en solitario. Pero ninguna de estas demandas procedió.

Sayjait Ray, ciertamente, se encontró desalentado, frustrado y decepcionado de su aventura hollywoodense a su regreso a India, pero todavía tenía mucho que dar, y si bien sus últimas obras no están a la atura de las legendarias “Trilogía de Apu” y “El salón de música”, nos legaría una película como “Los jugadores de ajedrez” (Shatranj Ke Khilari, 1977), cuya historia se centra en dos nobles del estado principesco de Oudh que prefieren la evasión, jugando abstraídamente el juego del Shatranj —una antigua versión sasánida del ajedrez—, mientras su país es tomado por los británicos, en 1856. Al final, la cinta muestra los efectos que el colonialismo ejerce sobre los jugadores —sus partidas bien pueden imitar en el tablero lo que sucede a nivel político y militar—, que prefieren ocultar sus rostros en la oscuridad de la noche, avergonzados de su proceder. Ray tuvo mucho que decir sobre esos efectos, y esa sensación de pena, que viviera en carne propia.  

Léase también:

“La leyenda del hombre pez. Gabriel Figueroa inventa al Monstruo de la Laguna Negra”.

El corto animado “Bankhubabur Bandhu” se puede ver aquí

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.