Redacción. Este viernes 29 de marzo falleció a los 90 años Agnès Varda, considerada la matriarca del cine francés y una de las exponentes más importantes de la Nueva Ola de aquella cinematografía, que revolucinó en la década de los cincuenta del siglo pasado el séptimo arte junto a cineasats como Jean-Luc Goddard, Francois Truffaut, Claude Chabrol y otros.
Nacida en Ixelles, Bruselas, en 1928, Agnès Varda pasó su infancia en Bélgica con sus cuatro hermanos. En 1940 la guerra hizo que la familia se mudase al sur de Francia. Agnès pasó su adolescencia en Sète y después en París, donde cursó el bachillerato, para después estudiar en el Louvre y en la escuela nocturna Vaugirard, donde cursó fotografía. Ha vivido en la rue Daguerre de París, en el distrito 14, desde 1951.
Varda se convirtió en fotógrafa para Jean Vilar, fundador del Festival de Avignon, en 1948, y después para el Théâtre National Populaire (TNP) (donde brillaba, entre otras, la estrella del cine Gerard Philipe).
En 1954 realizó su primera exposición en solitario en su patio, a la que siguieron varios reportajes en China y Cuba. A lo largo de sus viajes y a través de las personas a las que conoció, realizó varios retratos de personas tanto desconocidas como famosas.
Sin tener ninguna clase de formación, Agnès Varda se pasó al mundo del cine. Creó su propia pequeña compañía, Ciné-Tamaris, para producir su primer largometraje, La Pointe-Courte (1955), que escribió y dirigió. Más adelante le valdría el título de “Abuela de la Nouvelle Vague”.
Peddro Paunero publicó en Corre Cámara sobre ella el artículo Agnès Varda: la abuela de la Nouvelle Vague, rumbo al Óscar, en el que describe su obra así:
El siguiente trabajo de Varda, “Cléo de 5 a 7” (Cléo de 5 à 7, 1961), ya dentro de la corriente de la Nueva Ola, narraba la aventura existencial de una frívola cantante que teme a la muerte y espera los resultados médicos que le resolverán sus dudas sobre un posible cáncer, profetizado por una adivina. La belleza como ancla a la vida, que, al reafirmarla, la vuelve, por temor, un acto de pura vanidad. Al conocer a un soldado, destinado a Argelia, que también teme a la muerte, la cinta se convierte en una reflexión sobre la fragilidad de la vida en su totalidad. En “Sin techo ni ley” (Sans toit ni loi, 1985), en la que Varda narra la historia de una vagabunda cuyo único destino es morir, bajo el invierno crudo de Nimes, la critica ha reconocido al mejor trabajo de la cineasta. Con “Los espigadores y yo” (aka. Los espigadores y la espigadora; Les glaneurs et la glaneuse, 2000), mi preferido de entre toda la extensa obra de la realizadora, Varda se ocupa del fenómeno de la “recolección” (el acto conocido en México como “pepenar”) de la basura. Conocemos gente dedicada a recoger lo que otros tiran y convertir en obras de arte, a aquellos que levantan enseres y aparatos domésticos, que se colocan fuera de las casas con ese fin; a personas, de todas las clases sociales, que viven o complementan su alimentación, con los sobrantes de las cosechas, obligados por una antiquísima ley francesa, mientras gozamos con lo narrado a la par que compartimos la alegría de Agnès por hacer lo que ama. Varda despliega todo su arsenal cinematográfico en este título. Especialmente memorable, en cuanto a libertad de la técnica, es la escena en la que, cámara en mano, la directora se olvida de poner la tapa a la lente y graba el suelo. Agnès decide incluirla en la edición, ponerle música, reflexionar sobre el accidente y llamarla “la danza de la tapa de la lente”.
Viuda del gran director Jacques Demy (recordado por una de las más grandes cintas musicales, convertida en película de culto, canto al amor y a la separación, “Los paraguas de Cherburgo”, 1964), Varda le ha dedicado varios documentales en los que prima la admiración, la ternura y el cariño conyugal y profesional; “Jacquot de Nantes” (1991) sobre los sueños de un niño que aspira a ser director, “L´Univers de Jacques Demy” (1995), en la que presenta jugosas entrevistas sobre la realización de las dos obras maestras de su marido, “Los paraguas…” y “Lola” (1961) y “Les demoiselles ont eu 25 ans” (1993), en la que plasma el homenaje que la ciudad de Rochefort hiciera a la otra pieza maestra de Demy, “Las señoritas de Rochefort” (Les demoiselles de Rochefort, 1967), película hermana de “Los paraguas…”, en el aniversario número 25 de su estreno.
Multipremiada, condecorada con la Legión de Honor, asistente al Festival Internacional de Cine de Guadalajara en 2010 (el FICG número 25), ganadora de un Óscar honorario en 2017, nominada al Premio de la Academia, el Óscar 2018, en su entrega número noventa, por su documental “Caras y lugares” (aka. Faces, Places; Visages, villages, 2017), que rodó con el “fotógrafo clandestino” JR en un pueblito francés (colaboración que revela el interés de Varda por las artes callejeras, tema que explorara en su “Mur muros” (Mur murs), del año 1981), y financiada a través del crowdfunding con ayuda de su hija.
Su última pelícvula autobiográfica, “Varda by Agnès” es un documental que arroja luz sobre su experiencia como directora, brindando una visión personal de lo que ella llama “escritura de cine”, viajando desde la Rue Daguerre de París a Los Ángeles y Pekín. Descanse en paz.