Por Hugo Lara Chávez
Así como existe el Olimpo del cine mexicano, donde figuran en lo más alto ídolos sufrientes como Dolores del Río, Marga López o Pedro Infante, también está el averno en el que, al menos en el imaginario colectivo, purgan sus canalladas los villanos de nuestro celuloide, aquellos que provocan las lágrimas de los honrados, torturan al débil, abusan del menesteroso, explotan al necesitado, mancillan a la inocente, pisotean al valiente y otras infamias indescriptibles.
El cine mexicano, tan afecto al melodrama y a sus transiciones que pasan en un santiamén de la bondad más inaudita a la crueldad más ufana, ha dado vida a villanos de antología, encarnados por actores que, en algunos casos, hicieron del cinismo su sello y de la saña su divisa. Después de todo ¿qué sería de las películas protagonizadas por un gran héroe si no existiera un gran villano?
Dentro de este grupo, existen nombres imprescindibles, algunos de los cuales hemos incluido en esta selección.
Los imprescindibles
A Carlos López Moctezuma (1909-1980) le salían muy bien los papeles de cacique atroz. Su fuerte presencia, sus ojos claros y sus cejas arqueadas contribuían a resaltar sus rasgos felinos, que se pronunciaban con su fuerte voz y sus modos groseros. Entre las interpretaciones que hizo así, una de las más memorables es la que consiguió en “Río Escondido”, dirigida por Emilio “El Indio” Fernández en 1947. En ella, López Moctezuma es don Regino Sandoval, antiguo general villista que gobierna a su antojo el miserable pueblo de Río Escondido. Hasta allá llega Rosaura Salazar (María Félix), abnegada maestra que llega con la misión presidencial de acercar la eduación a todos los rincones del país dejados por la mano de dios. Rosaura encuentra al cacique cuando éste intenta rayar a su caballo frente a una cámara de fotos, con el fin de imitar a Pancho Villa cuando entró a Torreón. Pero al ser lanzado por su cabalgadura, Regino azota al animal sin piedad, hasta que ella interviene a cambio de un golpe que la echa al suelo. “Don Regino no es un cristiano, es una fiera”, dice un campesino sobre él. En lo sucesivo, seguiremos a la maestra y su lucha para acabar con las tropelías de este canalla, que pisotea a los campesinos, asesina a los médicos, convierte escuelas en caballerizas y linduras así. Otras interpretaciones de López Moctezuma en este tenor pueden disfrutarse en “Dos cadetes” (1938), “Odio” (1939), “El conde de Montecristo” (1941), “El Peñón de las Animas” (1942), “Conga roja” (1943), “Canaima” (El dios del mal, 1945), “Maclovia” (1948), “Crimen y castigo” (1950), “El rebozo de Soledad” (1952) y otras.
Miguel Inclán. | Rodolfo Acosta junto a Marga López en “Salón México”. |
Por su parte, Miguel Inclán (1900-1956) entregaba notas diferentes. Su presencia torva y perversa, más propia de un sujeto de extracción humilde, se hizo célebre en “Nosotros los pobres”, la famosa película de Ismael Rodríguez de 1948 que protagonizó Pedro Infante. En ella, Inclán creó al mariguano más famoso del cine mexicano —y seguramente el menos risueño de todos— con aura malévola y alucinada. En cierta escena, La Chorreada (Blanca Estela Pavón), quien es su hijastra, le echa en cara su mal hábito y él, molesto, le contesta —”¡Si soy mariguano, qué le importa! ¡Uno tiene sus vicios por necesidad! ¡Pa’ que se lo refriegan a uno en la cara!”. Desde luego, comprende que su vicio es una enfermedad, lo que lo lleva a robarle a Pepe El Toro, y luego, en su camino a la locura, asesinar a la abuela paralítica del pobre carpintero, a esas alturas ya refundido en Lecumberri porque le achacan injustamente todos los crímenes de la ciudad. Además de esta interpretación, Inclán dio vida al inquietante ciego avaro y lascivo que aparece en “Los Olvidados” (1950) de Luis Buñuel.
En el género del cine de cabaret, de los fascinantes ambientes mundanos llenos de humo, música, alcohol y sensualidad, sobresale la figura de Rodolfo Acosta (1921-1974), bien dotado para hacer papeles de “cinturita”, es decir, aquel que le gusta vivir a costa de las mujeres. En dos filmes de Emilio “El Indio” Fernández pudo alcanzar un gran desempeño en esa tesitura: “Salón México” (1948) y “Víctimas del Pecado” (1950). En realidad, allí hizo roles tan parecidos que resultan extensión uno del otro. “En Víctimas del pecado”, con su atuendo urbano apantallador —traje holgado, corbata y sombrero— se da el lujo de enseñarle en francés a una prostituta cómo caminar, además de obligar a otra de sus amantes a tirar al bote de basura a su bebé recién nacido y, años después, abofetear cruelmente al mismo niño, que no es otro sino el hijo de su sangre.
Y si de vividores se trata, mezquinos y arrogantes, no puede dejar de mencionarse “El Suavecito” (1950), filme que dirigió Fernando Méndez y que relata las andanzas de un peculiar hamponzuelo que encarnó el actor Víctor Parra (1920-1994), otro de los imprescindibles en esta galería. El Suavecito es un cinturita, un hedonista a muerte, vago del billar, sinvergüenza que enamora gringas y que se guía bajo doctrinas como el siguiente diálogo: —“No haga muina, mi reina, y menos por una piscacha. La vida es corta y uno debe buscarla suave y vacilar ¿no me ve a mí?” o ¿Qué culpa tiene uno de lucir el plumaje?”—. Es un deleite escucharlo hablar, en el caló capitalino de mediados del siglo XX, con grave sonsonete de barriada. Y verlo también, orgulloso y presumido, con sus atuendos de nuevo rico, mientras baila un mambo. Al final, El Suavecito fue consagrado como el canalla más entrañable del cine nacional. Parra también hace papeles odiosos en filmes como Campeón sin corona (1945), Angeles del arrabal (1949), Cuatro contra el mundo (1949), Espaldas mojadas (1953) y La máscara de carne (1956).
Por su parte, Arturo Martínez (1918-1992) hizo una larguísima carrera como villano —quizás la más extensa de todos— en el que abarcó en cinco décadas prácticamente todos los géneros del cine nacional, desde las historias rancheras como “Juan Charrasquiado”, las de temas revolucionarios como “Si Adelita se fuera con otro” (1948), los dramas urbanos como “Un rincón cerca del cielo” (1952), el horror como “La momia Azteca” (1957), el cine de luchadores como “Los tigres del ring” (1959), hasta las películas de narcos como “Contrabando y traición” (1977) y películas de acción como “Yo, el ejecutor “(1986), en la que Valentín Trujillo lo hace volar en mil pedazos.
En esta lista podrían caber otros más, que lograron en plan de pillos o malhechores, sendos roles inolvidables: Noé Murayama, Rodrigo Puebla, Víctor Junco, Jorge Russek, Emilio Fernández, Emma Roldán, Alfonso “El Indio” Bedoya.
Arturo Martínez. | Alfonso “EL Indio” Bedoya. |
*Artículo publicado originalmente en la revista Mexicanísimo en 2017.