Por Pedro Paunero

Para Hugo, Norma, Miguel, las dos Sandras y Adriana, al lado de quienes celebro una década escribiendo en Correcamara


A las 9:30 a.m. del día 25 de junio del año 2010, comenzó un incendio en el apartamento C9, situado en el tercer piso de un edificio en 20th Avenue y 70th Street, en Bensonhurst, un barrio residencial de Brooklyn, en Nueva York, poblado por gente de diversas nacionalidades, y donde es habitual escuchar conversaciones en idioma mandarín, hindi y árabe. Sesenta bomberos apenas controlaron el incendio, que duró más de una hora. Las cenizas que revoloteaban por la calle indicaban que una cantidad inmensa de papel se había quemado. Los vecinos fueron evacuados a tiempo, no así el dueño del apartamento, cuyo cuerpo fue encontrado entre los restos de una gran biblioteca, y una cantidad inmensa de cosas inútiles, lo que indicaba que el hombre había padecido del “Síndrome de Diógenes”, es decir, se trataba de un acumulador de objetos que, para cualquier otra persona, no eran sino basura y desperdicios. Un día antes, un amigo del fallecido leyó un dramático correo electrónico que este le había enviado, en el que expresaba sus deseos de suicidarse. El amigo envió a la policía al apartamento del posible suicida, a quien seis agentes del orden sacaron en calidad de detenido —por su propio bien—, ya que amenazaba con matarse y no paraba de gritar que, en el acto, habría de llevarse “a todos conmigo”. Fue internado en el hospital psiquiátrico de Coney Island por dos horas, antes de ser dado de alta.

El amigo recibió otro correo electrónico, esta vez bastante iracundo, en el que se le reprochaba haber involucrado a la policía en el asunto. Pasaron unas horas, antes de que Fergus (o “Feargus”) Gwynplaine MacIntyre, que era el seudónimo —de varios que usaba— del dueño del apartamento, encendiera un cerillo y le prendiera fuego a uno de sus libros, para quemarlo todo después. Los vecinos lo conocían como Fergus, y contaban una anécdota oscura, que involucraba a una vecina, la señora Helen Lapointe, que vivía en el apartamento de enfrente, a quien Fergus engañó con pagarle para sacar las bolsas de basura de su apartamento, pero a quien secuestró, desnudó, rapó y ató a una silla con cinta adhesiva, y a quien pintó con pintura negra en spray, todo el cuerpo, y de cuyo delito fue exonerado, no sin que la vecina se cambiara de domicilio —la mujer celebraría, posteriormente, la muerte de MacIntyre, al ver su cuerpo carbonizado—, pero entre el Fandom de la Ciencia ficción, que ignorara todo esto, recibía el cariñoso apelativo de “Froggy”.

Para sus fans, Froggy era el autor de varios cuentos, publicados en revistas tan prestigiadas como Weird Tales, Analog, Amazing Stories o Asimov´s Science Fiction, y había recibido elogios, por parte del mismísimo Isaac Asimov, por unos versos publicados en la revista. Entre la crítica de cine, a MacIntyre se le reconocía como a un gran reseñista en la International Movie Data Base (IMDB), en la que, un día antes de su suicidio, había escrito sobre “Metrópolis” (1927), de Fritz Lang, una reseña que tituló “Mi película favorita, mi última reseña”. Tenía aproximadamente 59 años al morir, aunque no se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de su nacimiento.   

Llegué a saber de F. Gwynplaine MacIntyre —cuyo nombre resulta tan improbable como su vida—, como muchos otros amantes del cine mudo, buscando información sobre una película. Se trata de “A Message from Mars” (1913), de Wallett Waller, considerada no sólo como la primera película de Ciencia ficción británica, sino como el primer largometraje de tal género en la historia del cine. Vi la película, comencé a anotar mis impresiones para iniciar un artículo y, de acuerdo a mi propia ética, no busqué datos sobre el filme sino hasta después de escribir los míos. Resulta obvio que el argumento de la cinta se remonta al clásico “A Christmas Carol”, de Charles Dickens, que todos conocemos por haber sido recurrente cada Navidad, por lo menos, hasta antes de la Era de la Internet, en que daban alguna de sus varias adaptaciones por la televisión. Fue tanto un alivio, como una decepción, leer que otros ya se habían percatado de esta similitud, aun cuando Richard Ganthony (1856—1924), el autor de la obra de teatro en la que se basan tres adaptaciones para el cine, (la primera, de 1903, considerada perdida, la segunda de 1913, que fue la que había visto, y la última de 1921), negara haber leído la novela de Dickens pero, donde Dickens ponía los tres fantasmas de la Navidad, era obvio que Ganthony sólo hacía la sustitución por un marciano, que llega a la Tierra a redimir a un personaje egoísta —aquí no hay teorías científicas, ni máquinas fabulosas, o naves espaciales— por lo que, estrictamente hablando, el filme pertenece al género de la fantasía y no de la Ciencia ficción. 

La película, cuya duración es de una hora con dieciséis segundos, fue restaurada por el British Film Institute (BFI) en 2014, le añadieron una —aburrida— partitura de Matthew Herbert (con efectos de sonido, incluyendo el del fuego crepitando, en las escenas en que una casa se incendia), y le devolvieron el esplendor de los entintados originales, tan de uso común hasta los años 20´s. Hasta aquí todo marchaba bien, hasta que leí una reseña —del año 2002—, en la que, aparte de las puntuales —y acertadas— comparaciones entre la trama de la cinta con la historia de Dickens, se daban unas líneas de la misma, de las que copio fragmentos:

“Parker tiene un pasatiempo constructivo: es un astrónomo aficionado y posee un magnífico telescopio. Una noche, lee un artículo de una revista que especula sobre la posibilidad de vida inteligente en Marte. Parker se muestra escéptico al respecto y se queda dormido en su estudio. De repente, Parker es despertado por un visitante: Ramiel, un mensajero de Marte.

“(…) El final es obvio. Parker estaba dormido cuando llega el marciano, así que, por supuesto, todo esto resulta ser (¡Sorpresa!) un sueño. Ahora se despierta y (como Scrooge) ha aprendido la lección. Parker promete poner fin a su egoísmo y usar su fortuna para ayudar a los demás”. (1)

También apuntaba unos datos interesantes sobre el material publicitario —que, de ser ciertos, serían históricamente significativos—, pero no citaba cómo o dónde había accedido al mismo:

“El guion de “A Message from Mars” se publicó en forma de libro en 1913, ilustrado con fotografías de la película. Este puede ser el primer libro que se vincula como publicidad, a una película”.

Tras haber visto primero la cinta, y leer dichos “spoilers”, no resultaban sino desconcertantes, pues nada de lo que se citaba aparecía en la historia. Otra reseña —de 2015—, que indicaba que se trataba de una actualización sobre la versión restaurada, se hacía eco precisamente de esas inconsistencias, comenzando sobre la duración de la película, y después sobre lo sucedido al personaje, Horace Parker, y a algunos otros aparecidos en el filme:

“La impresión, disponible en línea y en televisión, dura alrededor de 60, no 69 minutos. No está claro si el crítico que publicó aquí en 2002 de alguna manera vio una versión más larga; pero para que conste, así es como la nueva versión difiere de la suya (2). No sabemos si Horace es astrónomo, no lee un artículo en una revista sobre la vida inteligente en Marte y no se duerme en su estudio. Solo se lo muestra en su sala de estar y las escenas iniciales y los títulos intermedios implican que lo que sigue no es un sueño. El marciano no viste “ropa negra ajustada” y se le muestra llegando fuera de la casa de Horace. No hay indicios de que el vagabundo sea “un inventor al que le robaron los frutos de su trabajo”. Él también, simplemente, se presenta en la casa de Horace a pedirle trabajo. No hay escenas en las que, a Horace, se le permita escuchar a escondidas las conversaciones de sus amigos, ni en las que pierda su fortuna. La película también es valiosa porque muestra que alguna vez fue común dar propina a los policías. Posdata 2018: La otra revisión a la que me refería anteriormente es del notorio F Gwynplaine Macintyre. Para cuando revisé “A Message from Mars”, llevaba cinco años muerto. Muchos sabrán que, tras su muerte, se reveló que tenía la costumbre de fingir haber visto películas muy antiguas, muchas de ellas presuntamente perdidas. Creo que podemos decir con seguridad que no vio una versión más larga de esta película”. (3)

¿Quién era ese F. Gwynplaine MacIntyre, de quien, afirmaba el reseñista, había “fingido haber visto películas muy antiguas, muchas de ellas presuntamente perdidas”? Autor oscuro, Gwynplaine MacIntyre —cuyo seudónimo (Gwynplaine) proviene, como es obvio, del personaje de la novela “El hombre que ríe”, de Víctor Hugo, aquél que inspiró al Joker de Batman, con su eterna sonrisa y tuvo una adaptación al cine mudo, por parte de Paul Leni, en 1928 —debido a que sufriera una mutilación—, aunque su vida fuera trágica, se ganó un lugar entre el Fandom de la Ciencia ficción como escritor de algunas obras notables y, como crítico e historiador de cine, como un elusivo erudito que, según su propias palabras, tenía acceso al material exclusivo de un coleccionista de películas silentes, que “prefería permanecer anónimo”, pero que se lo prestaba gustoso para sus investigaciones.

A partir de sus reseñas en la IMDB —que descubrían datos aparentemente insospechados, así como las tramas ignoradas— de películas que, durante muchos años han permanecido perdidas, movilizó a toda una horda de investigadores, críticos o interesados, en dicho material único al que, todos estos especialistas —vía correo electrónico—, pedían revisar. El misterioso F. G. MacIntyre, a veces, se dignaba contestar los correos, en los que soltaba datos todavía más interesantes sobre las cintas a las que, según él, tenía acceso privilegiado pero, en cambio, dejaba de hacerlo ante la recia insistencia de los investigadores, lo que levantó las sospechas sobre la existencia de dichas fuentes, y la veracidad de sus aseveraciones, en diversos foros dedicados al cine en la Internet.

En el blog de la “Louise Brooks Society” (4), por ejemplo, se cita a MacIntyre, a propósito de una de las películas más buscadas, de las protagonizadas por Louise Brooks de la que, se presume, la única copia se quemó en un incendio de la Cinemateca Francesa a fines de los años 50s:

“La reputación de MacIntyre en la comunidad cinematográfica se basa en que escribió reseñas de películas perdidas que, a veces, afirmaba haber visto recientemente. Estas reseñas aparecieron en los foros cinematográficos y de IMDB, donde “viven” hasta el día de hoy (5).

“Tales afirmaciones, convincentes a través de las habilidades de MacIntyre como escritor, distrajeron a los historiadores del cine. Para muchos en la comunidad cinematográfica en línea, era poco más que un bromista que jugaba con los hechos, mientras hacía una broma a los entusiastas serios del cine. La afirmación de MacIntyre de haber visto varias películas perdidas incluía al menos una protagonizada por Louise Brooks, “A Social Celebrity” (1926).” (6)

A continuación, el autor adjunta completo el correo que recibiera de MacIntyre (del cual copio algunos fragmentos), en los cuales nunca revela la identidad de su fuente, y en que —se supone—, señalaba parte de la técnica que usaba para revisar material fílmico tan delicado:

“Para responder a su pregunta: sí, he visto una impresión de “A Social Celebrity”. Era una ‘impresión flash’, lo que significa que poseía los intertítulos originales (Paramount), pero solo tenían unos pocos fotogramas cada uno; la impresión estaba destinada a su distribución en un mercado no anglófono, y se suponía que el expositor local utilizaría los títulos flash como guía para las traducciones, que ocuparían más metraje que las versiones flash y tendrían más tiempo en pantalla. Vi esta impresión hace más de diez años y ya estaba levemente deteriorada debido a la inestabilidad de los nitratos.

“Esta impresión está (o estuvo) en la colección personal de un coleccionista privado de películas en Europa, que no desea ser identificado públicamente. Posee varias copias originales en nitrato de películas que se estrenaron en la década de 1930 y antes. Se me dio un acceso limitado a algunas de las películas de su colección, únicamente para examinar su deterioro físico, y para aconsejarle sobre qué bobinas necesitaban con mayor urgencia una restauración, o duplicación, para el stock de seguridad de acetato.

“Normalmente, cuando un rollo de película se ha deteriorado hasta el punto en que no estoy dispuesto a someterlo a los caprichos de un proyector motorizado, inspecciono el metraje a través de un visor Steenbeck de mano. En varios carretes de “Social Celebrity” la impresión había comenzado a descomponerse, así que los pasé por el Steebeck en lugar de pasarlos por un proyector.

“Me he ofrecido a poner a este coleccionista en contacto con varios restauradores de películas profesionales en Europa y Gran Bretaña, y tengo entendido que, eventualmente, hará que la mayoría de las películas de nitrato de su colección se conviertan en acetato. Tengo muy poca capacidad para influir en sus acciones en este asunto.

“Este coleccionista es un particular que rara vez concede acceso a su colección de películas. Me dieron acceso muy limitado a su colección, únicamente para inspeccionarlas como artefactos físicos que necesitan restauración. No tengo contacto directo con este señor. Me comunico con él solo a través de sus abogados, que están fuertemente inclinados a rechazar todas las solicitudes de acceso a su colección. Ha dejado claro que no permitirá el acceso público a su colección. Como este caballero me ha ayudado en mis propios negocios, debo respetar su privacidad”.

El autor, que entonces no sabía nada en concreto de MacIntyre, añade:

“¿Podría ser verdad? Me preguntaba. En mi ingenuidad, esperaba que así fuera. Respondí de inmediato y presioné a MacIntyre para obtener más detalles, le envié preguntas específicas, pero no recibí respuesta. Estoy seguro de que me sintió demasiado ansioso, y MacIntyre no estaba dispuesto a añadir nada más.

“Unos días después, volví a escribir a MacIntyre. “No estoy seguro de que hayas recibido mi correo electrónico. Me alegra saber que una copia de “A Social Celebrity” todavía existe de alguna forma, incluso si esa copia es inalcanzable, y puede que algún día se entregue a un archivo público. ¡Esperaré ese día!”. Nunca más supe de él. Y a medida que pasaba el tiempo, comencé a sentir que este curioso personaje con afirmaciones sin fundamento me había estado tomando el pelo”.

El artículo se complementa con los comentarios de varios usuarios que tuvieron experiencias similares con el misterioso MacIntyre, y alguno en el que se dejaba traslucir su afición a coleccionar primeras ediciones de libros (de Ciencia ficción), así como su disposición, siempre, hacia la amabilidad para con esos otros aficionados al cine.

El 10 de septiembre de 2010, en el The New York Times se publicó un artículo extenso, firmado por Corey Kilgannon, a la muerte de MacIntyre, en el que se revelaban varios datos, aunque otros permanecían en la duda, como el lugar de su nacimiento —al parecer, como hijo no deseado, en Perthshire, Escocia, gemelo de un hermano con deformidades—, y que había crecido en Australia, donde se le había enviado a un campo de trabajos para huérfanos, pero tenía un “impecable acento británico”. Entre el Fandom en línea se le festejaba, y nadie podía imaginar que viviera en un apartamento “en estado de putrefacción”. Su novela “The Woman Between the Worlds” (Dell Trade Paperback, 1994), se considera un trabajo pionero del subgénero Steampunk —en realidad una “novela pastiche”, en la que, según su propio autor, había tomado cosas de “Conan Doyle, Aleister Crowley, G.B. Shaw, W.B. Yeats, Arthur Machen, Sir William Crookes y varios otros eminentes victorianos unidos, para ayudar a una alienígena invisible durante una invasión de Londres, por alienígenas cambiadores de forma” (la novela recibió una crítica muy favorable por parte de Harlan Ellison, autor de la novela “Un niño y su perro”, llevada al cine por L.Q. Jones, en 1975), y su apariencia personal, muy acorde a dicho subgénero, en palabras de su agente literario, Darrell Schweitzer, era tal que “podría ser un viajero del tiempo del Siglo XIX”. MacIntyre era un tipo muy alto (medía más de 1.90 m), pelirrojo, con barba y patillas pobladas, que usaba trajes de tweed, botas de montar, guantes blancos, y una bolsa de cuero (“Sporran”) de las Highlands escocesas.

El uso de guantes, según él, se debía a uno o varios motivos, a cual más fantástico, porque tendría los dedos palmeados como las ranas (de ahí el apodo, “Froggie”), porque padecería una enfermedad cutánea horrible, porque usaría una prótesis, o porque los soldados de Idi Amin, lo hubieran torturado, arrancándole las uñas, durante su trabajo como reportero en África. Tenían un sitio web, en el que confesara haberse casado tres veces, y había adoptado dos hijos, pero ninguno de estos datos pudo corroborarse.   

En el artículo del The New York Times, se dice que MacIntyre pasaba mucho tiempo en la Biblioteca Pública de Nueva York, indagando entre rimeros de revistas y periódicos de época, sobre películas mudas, todas dadas por perdidas. En este se aclara cómo, sus últimos días, estuvieron marcados por la depresión, ya que había perdido su puesto en una impresora, donde trabajaba (había sido, incluso, un “negro” o “escritor fantasma”, para una editorial que publicaba novelas pornográficas), que su aversión a su familia se había acentuado y que odiaba su vida. Sus últimos intentos por rescatar algo, le habían obligado a poner en manos de uno de sus editores, sus derechos de autor y sus regalías. Al parecer sufría de episodios sinestésicos, una condición que, para otros, es un don y no una maldición, y que consiste en “oler los colores, y ver los sabores”, por ejemplo, pero que a él, al tocar alguna cosa, le provocaba indecibles dolores.

Como persona culta que era, sus últimos correos estaban acompañados por frases que sólo a unos cuántos les era dado conocer la procedencia, y el contexto (siempre aludiendo a la muerte) en el que habían sido dichas originalmente. Fue así que incluyó la última frase del explorador antártico Lawrence Oates quien, el día 16 de marzo de 1912, en plena Antártida, terriblemente herido y cansado, decidió dejar por su propia voluntad a sus compañeros, para no ser una carga más, y despedirse con las palabras: “I am just going outside and may be some time” (Voy a salir y puede que por algún tiempo), antes de perderse para siempre en los hielos, una frase que el Capitán Scott apuntó en su diario. O “Straight on till mourning!” (Directo, hasta el luto), de la novela “Peter Pan”.     

Acaso una de las más acertadas respuestas al enigma de MacIntyre, lo haya dado el autor del artículo de la “Louise Brooks Society”, cuando apuntara:

“MacIntyre era algo así como un artista del pastiche; fíjense en su propia descripción de su única novela publicada. Para mí, sus reseñas de películas mudas, que no pudo haber visto, deben leerse como una especie de pastiche crítico de reseñas que se encuentran en las revistas de películas antiguas, que se encuentran en la Biblioteca Pública de Nueva York. Eso se me ocurre ahora cuando releo su reseña de IMDB de “A Social Celebrity”. Su última línea, “Louise Brooks es tan seductora como siempre, pero tiene muy poco que hacer aquí”, se hace eco del tipo de observación hecha por varios críticos de cine en la década de 1920.

“Es difícil saber por qué MacIntyre afirmó haber visto “A Social Celebrity” y otras películas perdidas y, por lo tanto, enturbió el registro histórico. Debe haber sabido que era irritante para otros. Quizás fue un juego. Quizás era una forma de llamar la atención. Quizás era su forma de controlar un mundo en el que se sentía cada vez más trastornado. Nunca lo sabremos”.

Entre los restos carbonizados de la basura en su apartamento —que les llegaba a las caderas, y le llevó dos días en sacar al personal de limpia pública—, se salvaron algunos manuscritos inéditos. Entre las cartas de rechazo de varias editoriales, recibos de adeudos e impuestos no pagados, se encontraba un manuscrito que se titulaba “The Coming of Bealtaine”, del cual, si está uno algo enterado, sabrá que “los fuegos de Beltane”, fueron un tipo de hogueras que se encendían en las paganas Escocia e Irlanda celtas, para celebrar la llegada (“the comming”) del verano (7), acaso por esto, que bien podría ser una coincidencia, deberíamos suponer la muerte de MacIntyre como un último acto festivo, Acaso, no. Lo que es cierto es que, como dijera Stephen King sobre H. P. Lovecraft en su libro “Mientras escribo” (8), la predisposición anímica de MacIntyre —un huraño, un ermitaño—, lo inclinaba a moverse de manera natural en los territorios de la Internet, lejos de las aglomeraciones de la gente y, desde ahí, se fue creando un personaje, y una labor, frutos de un gran juego de imaginación, divertido, y tal vez sin malas intenciones.

La creación de su misterioso personaje también obedece a ese acto artístico que son el cine y la literatura, como formadores de universos alternos, de mundos en paralelo al nuestro, en una palabra “más reales, que la realidad misma”.      

Referencias:

(1): Reseña original de F Gwynplaine MacIntyre en la IMDB.

(2): En el portal de la BFI se señala que la película fue restaurada a partir de dos versiones más cortas, y una impresión teñida del Museo de Arte Moderno. Pero también hace una sinopsis errónea:

“Presenta las primeras imágenes en pantalla de marcianos por parte de un cineasta británico, como a los miembros de la corte marciana vestidos de forma futurista. La transferencia de pensamientos, los viajes espaciales instantáneos, el control mental y el uso de una bola de cristal para ver imágenes lejanas, aparecen en esta película innovadora”.

No es verdad que en la película se aluda a la transferencia de pensamiento, ni hay “viajes espaciales” instantáneos reales, pues el marciano simplemente aparece en alguno u otro lugar y, mucho menos, el control mental.

(3): Reseña completa aquí.

(4): Un encuentro con F. Gwynplaine MacIntyre.

(5): Acceso a todas las reseñas de MacIntyre en la IMDB

(6): Así consta en la página dedicada a su memoria en la “Comicmix”

(7): The New York Times. Froggy’s Last Story

(8): Mientras escribo. Stephen King. Debolsillo. México, 2000
 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.