Por Lorena Loeza  

Desde hace algún tiempo, se está volviendo común hacer nuevas
versiones de los grandes éxitos cinematográficos. Especialmente los que
lo fueron en la época de lo setentas y ochentas y con un marcado
interés por las cintas de terror. Eso no quiere decir que solamente se
haga remake de este tipo de cintas, pero es verdad que predomina el
interés por rehacer películas en este género.  

A varios años de que el remake se ha instalado definitivamente en la
agenda más comercial de la industria cinematográfica, es posible
distinguir distintos tipos de remake, orientados principalmente a
recrear grandes y celebradas historias terroríficas.  

En primer lugar esta el elemento que apunta directamente al hecho de
que los miedos parten de arquetipos tan arcaicos que no responden a una
moda específica. Es decir que al pasar del tiempo les seguimos teniendo
miedo a las mismas cosas en esencia. Y esa es la primera y principal de
las razones por la que le ha resultado mejor a los estudios mirar hacia
atrás que al frente.   

En otros casos, lo que anima a volver a filmarlas es la apreciación
de que las grandes películas de terror no resistieron la prueba del
tiempo en lo que a efectos especiales se refiere. Para las generaciones
jóvenes, la salsa que simula sangre, las máscaras de látex, el
murciélago que pende de un hilo entre otros precarios efectos visuales,
movían más a la risa o al asco que al miedo. En este caso, vimos
mejores efectos especiales en los remakes pero eso no necesariamente
dio como resultado versiones superiores. Es decir que la premisa de que
es la historia  es el elemento que en realidad te asusta, pareció
comprobarse en este tipo de trabajos.  

En otra categoría, la  ciencia del comportamiento avanzó para
mostrarnos más datos acerca de la personalidad sicótica o múltiple, las
sociopatías y otros trastornos. Hablar de un asesino serial o de masas
en el cine se volvió más complejo, porque en la era de la información
el público es cada vez menos crédulo y exige más explicaciones y
argumentos más sólidos. Rob Zombie y su versión de Halloween (2007) con
secuela y todo, resulta un buen ejemplo de la necesidad de atender lo
anterior.  

Hay, sin embargo, dos remakes de clásicos que merecen una mención
especial: el de Psycho, (Psicosis, 1998) realizado por Gus Van Sant y
el The Omen (La profecía, 2006) de John Moore. En ambos casos lo que
mueve a los directores a trabajar en las cintas es la profunda
admiración que profesan por lo que las películas mencionadas
representan, en una actitud más de homenaje que de relectura.   

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Gus Van Sant incluso filma la película usando el mismo orden de
rodaje que Hitchcock. El guión es el mismo con muy pocas
actualizaciones y el set se construye a pocos metros del original en
los Estudios Universal para tenerlo constantemente como referencia. Sin
embargo, Van Sant falla justamente en lo que Hitchcock acierta
rotundamente: la elección del actor para el papel de Norman Bates. Y es
que Anthony Perkins  logra para la inmortalidad personificar al
perturbado por excelencia en la historia del cine: tímido, huidizo, con
un aire tan desamparado que inspira un tipo de ternura que se va
convirtiendo en terror una vez que comprendemos su verdadera
naturaleza. Vince Vaughn no logra acercarse ni por mucho: el de Vince
es un Bates atrevido, incluso guapo. Uno no entiende como no puede
conseguir chicas y se conforma con pornografía barata. La cosa acaba
por no convencer y se perfila como desastre hacia la mitad de la
película.  

En el caso de The Omen (La profecía, 2006) el asunto es
similar en el sentido de que la historia de Demian Horn está plenamente
instalada en el imaginario colectivo que tiene catalogada a la película
como de culto. Y en realidad, nunca podremos sentir más miedo que la
primera vez que la vimos. Y eso que el pequeño actor – Seamus Davey
Fitzpatrick- se esfuerza  de verdad en ello, lamentablemente sin
conseguirlo.   

Pero hay en realidad una última situación que analizar: Lo que
significa en términos de ingresos y dinero recaudado en taquilla. Un
público cada vez más exigente que no se conforma con cualquier cosa, es
una apuesta al éxito seguro. Ya sea por la nostalgia del buen recuerdo
o curiosidad por la relectura de los clásicos, los remakes consiguen
llevar gente a la taquilla en una época donde se apuesta al DVD y la
proyección en casa.  

Este parece ser el caso de la nueva versión de Nightmare on Elm Street
(Pesadilla en la Calle de Infierno, 2010) que dirigida por Samuel
Bayer, intenta recrear todo un clásico del género  protagonizado por
Freddy Krueger, un monstruo complejo dentro de la historia del cine,
porque inspira terror y horror al mismo tiempo.  

Sin embargo la fórmula no funciona del todo y la verdad es que nos
quedamos en diferentes escalones de las categorías anteriores. La nueva
versión de Pesadilla en la Calle de Infierno, no logra ser más vistosa
a pesar de contar con mejores efectos especiales, ni supera la
impresión inicial de la primera vez que vimos a Freddy y tampoco hace
una relectura digna del personaje.  Está hecha para la taquilla, y en
este caso, parece que es todo un éxito. Así que  seguramente veremos
más de estos lucrativos experimentos, que se quedan en eso y nada más. 

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