Por Eduardo de la Vega Alfaro

A mis hermanos: Alejandro, Jorge, Roberto y David, con quienes compartí la visión de  películas del Santo

A manera de prólogo

Tal vez no sea del todo casual que lo que se ha dado en llamar como “El cine de luchadores” tenga su génesis en los primeros años de la década de los cincuentas del siglo XX. No obstante, de haber comenzado a vivir una época de crisis estructural en alguna medida provocada por la cada vez más intensa competencia de la televisión, durante ese decenio y parte del siguiente la cinematografía mexicana aún era la industria cultural de mayor importancia en el mundo de habla hispana y en buena medida por ello mantuvo su carácter de medio de representación y  difusión de la identidad nacional, esto a través de la prolongación de sus géneros más redituables pero incluso también gracias a la irrupción de nuevos temas y series que aspiraban a cubrir la demanda del público integrado por los sectores populares urbanos y campesinos que conformaban el grueso del mercado potencial del espectáculo fílmico. 

Según cifras oficiales, en 1950 el país contaba con  una población de 25’775,123 habitantes, de los cuales alrededor del 73% vivía en zonas rurales mientras que el restante 27% lo hacía en áreas urbanas. A su vez, la capital del país había aumentado de 1’757,000 habitantes en 1940 a 3, 050,000 una década después. En 1950, la industria fílmica nacional alcanzó la cifra récord de 123 largometrajes producidos y en el territorio nacional había alrededor de 2 mil salas, lo que constituía una de las estadísticas más altas del mundo. En ese mismo año, la televisión mexicana inició de manera formal sus actividades contando para ello con tan sólo 1,300 aparatos receptores, mientras que, contraste apabullante, en Estados Unidos ya había casi 4 millones de televisores en uso[1].  Sin embargo, observado con atención, ese “cine de luchadores”, o “cine de lucha libre”, que más que un género es un tema que a su vez puede abarcar y englobar varios géneros, tuvo un arranque nutrido (4 películas en 1952) para luego mantener un ritmo de producción irregular en los restantes años de esa década: una cinta en 1953, cuatro en 1954, una en 1956, ocho en 1957 y tres en 1958 [2].  Los protagonistas de esas películas eran actores convertidos en luchadores (Crox Alvarado, Adalberto Martínez Resortes, David Silva, Tito Junco, Alfonso “Pompín” Iglesias, Carlos Baena, etc) o viceversa (Wolf Ruvisnkis, “El médico asesino”, Fernando Osés, “Santo. El Enmascarado de Plata”, etc).

El marcado aumento en los volúmenes de producción del “cine de luchadores” ocurrido a partir de 1957 acaso tenga su explicación en  la prohibición de las transmisiones de lucha libre en televisión decretada por el gobierno mexicano dos años antes so pretexto de proteger la “salud mental” del público infantil toda vez que el consumo de aparatos receptores iba en constante aumento [3] , principalmente entre los sectores de una clase media en vertiginosa expansión debido al crecimiento poblacional y al desarrollo industrial y urbano que caracterizaron al país durante los años de la postguerra, fenómenos aunados a una nueva fase expansiva del capitalismo a escala mundial. Se diría entonces que la industria fílmica nacional resultó beneficiada de dicha prohibición ya que, al menos en tal rubro, la televisión ya no pudo competir con el medio cinematográfico. El principal aunque no único propósito de este ensayo es ubicar  las películas interpretadas por “Santo, El Enmascarado de Plata”, quien, por antecedentes y méritos propios, llegaría a ser todo un  fenómeno de taquilla y el principal imán de aquel “cine de luchadores”, tema que por fortuna su ha convertido en foco de interés por parte de una nueva generación de críticos e historiadores, incluso más allá de las fronteras mexicanas.

1.

Hacia principios de los prósperos cincuentas del siglo pasado, “Santo. El Enmascarado de Plata” había dado un notable giro a su carrera. Nacido el 23 de septiembre de 1917 en Tulancingo, Hidalgo, y ascendido al pedestal de indiscutible ídolo del pancracio desde la turbulenta década de los cuarentas, el luchador se había transformado a su vez en héroe mítico de una muy popular y exitosa historieta diseñada y promovida en 1952 por el talentoso José G. Cruz, quien contaba con notables precedentes en el cine mexicano en calidad de actor, argumentista y guionista (“Espuelas de oro”, “Los tres huastecos”, “Carta brava”, la trilogía “Percal” y un largo etcétera). Es entonces cuando surge la primera posibilidad, finalmente frustrada, de ingresar en el medio fílmico. Todo indica que la empresa Filmex, regenteada por Antonio Caballero, ofreció al luchador la oportunidad de debutar en la industria cinematográfica por medio de una cinta cuyo argumento fue concebido al alimón por José G. Cruz y René Cardona. Nunca ha quedado claro que fue lo que evitó que El Santo firmara el contrato que le permitiría asumir, de una vez por todas, la condición de héroe cinematográfico. El hecho concreto es que la Filmex produjo “El Enmascarado de Plata”, película dirigida por René Cardona sobre guión de Ramón Obón, que fue protagonizada por Víctor Junco, Crox Alvarado, Luis Aldás, René Cardona hijo, Aurora Segura, Carlos Múzquiz y varios luchadores como “El médico asesino”, Guillermo Hernández “Lobo Negro”, Enrique Llanes, Jack O´Brien, etc. Filmada en varios episodios  y estrenada en dos jornadas (2 y 14 de abril de 1954) en el cine Nacional de la ciudad de México, la obra de Cardona, disparatada a rabiar, poseía todas las características de un Serial que, probablemente debido a su escaso éxito de público, ya no prosperó. A más de gancho de taquilla, la cinta otorgó al “Enmascarado de Plata” (interpretado por Enrique Llanes) la condición de villano, cosa que tampoco parece haber sido del agrado de los ya para entonces múltiples idólatras del luchador.

Tras un largo paréntesis que corresponde a los años 1953-1957, periodo en el que la revista editada por José G. Cruz alcanza el paroxismo de popularidad, nuestro héroe debuta en el medio fílmico en el díptico integrado por “Santo contra el cerebro del mal” (El Cerebro del mal) y “Santo contra los hombres infernales” (Cargamento blanco), realizado en La Habana por el veterano Joselito Rodríguez y financiado por la Agrupación de Técnicos Cinematográficos de Cuba y los empresarios mexicanos Jorge García Besné, Carlos Garduño G. y Jesús Alvariño. Ambas películas contaron con Enrique Zambrano, Fernando Osés y Antonio Orellana en las labores de argumento y guión, y  fueron filmadas justo antes de que las huestes de Fidel Castro Ruz tomaran la capital de Cuba como señal del triunfo de la Revolución que derrocó la dictadura de Fulgencio Batista. A sus premuras y limitaciones de producción, las cintas agregaron la manifiesta incapacidad de su director para sacar el mejor provecho de ellas. Como ya se había vuelto costumbre entre los cineastas de su generación, Joselito Rodríguez despachó las obras de la manera más rápida posible. En cada una de sus primeras aventuras cinematográficas, “El Enmascarado de Plata” se enfrenta a un villano malévolo que lo somete a hipnosis para que cometa toda suerte de fechorías y a varios mafiosos contrabandistas de droga en el Caribe. De esta forma, el personaje se adscribió plenamente a las convenciones genéricas que más convenían a su condición de hombre justiciero proveniente del insólito mundo de la lucha libre, espectáculo que para esos años ya había cobrado un enorme arraigo popular. Cabe advertir que algunas de esas convenciones, que implicaban el rotundo y maniqueo triunfo del bien sobre el mal, fueron plenamente establecidas desde varias décadas atrás por el cine “Made in Hollywood”, pero cada cinematografía más o menos nacional las incorporó a diversas manifestaciones de su respectiva cultura local y hasta regional con el objeto de proponer ciertas formas de identidad. Como bien lo ha expresado Nelson Carro: “Es imposible negar que, sin ser actor, el Santo tuvo ese algo que siempre tienen los mitos (ya que de otra forma sería difícil justificar su éxito y no el de imitadores como Blue Demon y Mil Máscaras). Tal vez se deba a que su aparición se dio en un momento oportuno, a que el público estaba deseoso de un héroe nacional con quien identificarse. Como todos los grades mitos del espectáculo, su fama trasciende la mera especulación y la manipulación de los medios, la publicidad y el dinero” [4].

2.

“Santo contra el cerebro del mal” y “Santo contra los hombres infernales” se estrenaron respectivamente el 7 de julio y 8 de diciembre de 1961; la primera en los cines Colonial, Cosmos e Insurgentes y la segunda sólo en el Colonial. Para entonces, la crisis estructural de la industria fílmica ya era un hecho consumado. Si a lo largo de los cincuentas hubo promedios de alrededor de 100 largometrajes por año y se habían exportado alrededor de 21 896 copias a mercados extranjeros, en 1961 se realizaron un total de 74 largometrajes, de los cuales 48 fueron filmados de manera “regular” (es decir con la participación del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica), 16 fueron “Series” de los Estudios América, y las 10 restantes fueron coproducciones con los países más diversos. Esas tasas a la baja serían la constante de la nueva década; mientras tanto, el consumo de aparatos de televisión se mantendría en constante aumento, planteando, ahora sí, una abierta competencia por en el mercado interno. Todo esto se tradujo en el inicio de un  descenso del número de salas cinematográficas en el país: si en 1960 se alcanzó la cifra de 1613, al año siguiente quedaban 1595 de ellas; a partir de ese momento, tal rubro continuaría disminuyendo. Sin embargo, debido principalmente al éxito de las películas de El Santo, a lo largo de la mencionada década el “cine de luchadores” tendría su respectiva “Época de oro”: entre 1960 y 1969 se producen 62 largometrajes que pueden ubicarse dentro de ese tema; de ellos, 23 (casi un 38%), fueron protagonizadas por el gladiador oriundo de Tulancingo[5].      

Con tan sólo una semana de permanencia es sus respectivas salas de estreno en la ciudad de México, “Santo contra el cerebro del mal” y “Santo contra los hombres infernales” parecen no ser ejemplo de películas de arrastre taquillero. Pero es muy probable que ambas cintas hayan registrado muy buenos ingresos en plazas del interior de la República. De lo contrario no se explica el hecho de “El Enmascarado de Plata” apareciera en cuatro de las cinco películas de luchadores filmadas durante 1961: Santo contra los zombies, de Benito Alazraki, y, “Santo contra el Rey del crimen”, “Santo en el hotel de la muerte” y “Santo contra el cerebro diabólico” las tres realizadas por Federico Curiel. Producida por la Filmadora Panamericana, una de las empresas de Alberto López, la primera de esas cintas vino a  representar un primer salto cualitativo en la carrera fílmica del héroe ya que fue realizada durante tres semanas en los estudios Churubusco y  por tanto dentro de los márgenes de la producción “regular”, es decir, la asignada a los integrantes del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC). Mezcla de horror, aventuras y cine policiaco a la mexicana, “Santo contra los zombies” pretendía darle al protagonista una envidiable condición de “Star” más allá de la que antes podrían haber alcanzado otros luchadores incorporados al medio cinematográfico (Fernando Osés, Wolf Ruvinskis, etc). Para ello se recurrió de nueva cuenta a Antonio Orellana y al mismo Fernando Osés, quienes concibieron un disparatado argumento, base a su vez del guión elaborado por Orellana y Alazraki.

Según su propia versión, El Santo cobró por su participación la modesta suma de 15,000 pesos. Con antecedentes fílmicos tan notables como los de haber escrito el guión de la célebre “Enamorada” (Emilio Fernández, 1946) o ser precursor del cine independiente mexicano con la realización de “Raíces” (1953), Benito Alazraki pretendió dar a la cinta protagonizada por El Santo el mínimo nivel de calidad visual (fotografía de José Ortiz Ramos) que a “Muñecos infernales”, su anterior incursión en el género de horror. Los resultados no fueron los esperados, pero “Santo contra los zombies” tiene algunos momentos rescatables, aunados a otros que bien pueden integrarse a una antología del humor involuntario, sobre todo aquellos en que los “muertos-vivos” aparecen ataviados con extraños “uniformes” medievales mientras portan velas que no se apagan a pasar de las fuertes ráfagas de viento. Como a otros héroes asociados a la modernidad, El Santo utiliza un aparato televisor para entrar en contacto con los jefes de la policía, pues se supone que su labor justiciera y redentora siempre está ligada a la que ejecutan las instituciones oficiales en bien del  ciudadano común y corriente, que casi siempre resulta un digno representante de la clase media urbana. La cinta se estrenó sin pena ni gloria el 31 de mayo de 1962 en los cines Ópera, Nacional, Popotla y Tacubaya de la capital del país.

Por su parte, la trilogía integrada por “Santo contra el Rey del crimen”, “Santo en el hotel de la muerte” y “Santo contra el cerebro diabólico” tuvo financiamiento de la empresa Películas Rodríguez y fue realizada a destajo entre el 16 de octubre y el 30 de noviembre en los estudios América, ello en el más puro estilo  del sistema de filmación de “Series” que por ese entonces caracterizaban a la producción de dicho espacio [6].  En esas películas baratas algo rutinarias, también concebidas por Antonio, Orellana y Fernando Osés,  el héroe enmascarado probó su condición de personaje ubicuo, toda vez que, como lo apuntara Emilio García Riera, “sus hazañas podían producirse los mismo en el ring que en un frontón, en hotel de una zona arqueológica, en un laboratorio de sabio loco o en el universo del western a la mexicana. La primera de esas aventuras le inventó al Santo un origen muy inspirado por el comic norteamericano “El Fantasma”; así, su perennidad quedaba garantizada por el relevo generacional” [7].  A ello habría que agregar que tanto esas como sus anteriores hazañas cinematográficas fueron consolidando la muy particular  forja mítica del personaje, capaz de desenvolverse en todo tipo de escenarios y convenciones genéricas, esto con tal de mantenerse como una especie de sempiterno guardián del orden cuya identidad era resguardad por una máscara plateada.

De una película a otra,  El Santo  desbordaba el tiempo y el espacio sin que nadie pudiera impedírselo y mucho menos reclamárselo.  Algo más demostró esa trilogía: la buena adecuación del héroe al eficaz estilo de Federico Curiel “Pichirilo”, otrora ilustrador de historietas, músico y actor de cine, convertido en director especializado en “Series” de los América (“Látigo Negro”, “Nostradamus”, “Cazadores de cabezas”, “Dinamita Kid”, “Los encapuchados del infierno”). No es casual entonces que Curiel terminara siendo, junto con René Cardona, uno de los que más veces dirigió películas protagonizadas por nuestro héroe justiciero. De seguro que sus anteriores experiencias en la industria cultural del comic y en las “Series” de los América fueron factores importante para que Curiel pudiese dotar al Santo de la necesaria flexibilidad dramática que incluso le permitía sumergirse en el universo de un género como el western, cuyas convenciones y reglas parecían hacer imposible la irrupción de un ring para escenificar peleas de lucha libre, sin que la lógica del relato degenerase en la abierta parodia. Y es que, sin duda, la capacidad justiciera del Santo parecía alcanzar los ámbitos más insospechados. Pese a ello, ninguna de las tres películas obtuvo un destacado éxito de taquilla en sus salas de estreno en la ciudad de México. 

Tras el paréntesis que en términos de producción representó la trilogía de Curiel, El Santo volvió a trabajar para las empresas regenteadas por Alberto López, quien al parecer le ofreció entonces su primer contrato de exclusividad para filmar una serie de cuatro películas al hilo. Esa nueva etapa en la carrera fílmica del afamado luchador dio principio con “Santo vs. las mujeres vampiro” (1962), dirigida en los estudios Churubusco por Alfonso Corona Blake sobre argumento de Rafael García Travesí, Antonio Orellana y Fernando Osés, y guión del primero de ellos. Con el firme propósito de volver a elevar la calidad de las cintas protagonizadas por el gladiador enmascarado, se convocó de nuevo al buen fotógrafo de José Ortiz Ramos y el rubro de la música corrió a cargo de Raúl Lavista, quien hizo curiosos arreglos a partir de composiciones de Beethoven, (“Claro de luna”), Strauss (“El Danubio azul”) y Mario Álvarez (“Sonata de amor”). La película brindó la oportunidad para que El Santo incursionara de lleno en la atmósfera y convenciones del cine de vampiros, de larga y remota tradición en obras maestras gracias al talento de cineastas de la talla de Friedrich W. Murnau (“Nosferatu, una sinfonía del horror”, 1921), Tod Browning (“Drácula”, 1931), Carl T. Drayer (“La bruja vampiro”, 1932), Fernando Méndez (“El vampiro”, 1957) y Terence Fisher (“Drácula”,1958), creadores de contundentes metáforas de la perennidad del mal a partir de elaboradas formas de la poética visual.

La realización de la nueva incursión del legendario gladiador se encomendó a Alfonso Corona Blake, que en 1956 había debutado como director con los mejores augurios en “El camino de la vida”, melodrama de aspiraciones realistas que obtuvo diversos premios nacionales e internacionales. Convertido rápidamente en mediocre artesano, Corona Blake había filmado  dos apreciables cintas de horror  (“La mujer y la bestia” —1958—  y “El mundo de los vampiros”, 1960), lo que contribuyó para que Santo vs. las mujeres vampiro alcanzara niveles dignos de elogio por lo que toca a la creación de atmósferas y situaciones insólitas. Y aunque no estuvo a la altura de “Ladrón de cadáveres” (Fernando Méndez, 1956), el modelo perfecto de conjugación entre el horror, la lucha libre y la parodia, el filme de Corona Blake aprovechó muy bien las convenciones genéricas para lograr el impacto deseado entre un público popular que al parecer comenzó a interesarse y seguir más de cerca la carrera fílmica de su ídolo. Prueba de ello es que “Santo vs. las mujeres vampiro” fue la primera de las cintas del luchador que permaneció dos semanas en su sala de estreno, el cine Mariscala, donde se presentó el 11 de octubre de 1962. Por lo demás, también sería la primera de las obras del luchador en llamar la atención de un sector de la crítica extranjera luego de su exhibición fuera de competencia en el Festival de San Sebastián, España, celebrado en 1965.

La siguiente película del Santo patrocinada por Alberto López fue concebida para que el héroe se desplazara a su gusto en los terrenos del cine de misterio. Con dirección de Corona Blake, fotografía de Agustín Martínez Solares  y guión de Fernando Galiana y Julio Porter, “Santo en el museo de cera” (1963) fue una especie de versión local y muy desmejorada de la vieja cinta expresionista alemana “El gabinete de las figuras de cera” (Das Wachsfigurenkabinett, 1924), de Paul Leni, así como de sus calcas hollywoodenses: “Los crímenes del museo de cera”  (The Mystery of de Wax Museum, 1933), de Michael Curtiz, y “Museo de cera” (House of Wax, 1953), de André de Toth. La tetralogía financiada por López se completó en ese mismo año con “Santo vs. el estrangulador” y su secuela  Santo contra el espectro, ambas dirigidas por René Cardona y coproducidas por los Estudios América. Inmerso ahora en una muy abigarrada mezcla de horror, lucha libre y farándula con claras resonancias de las dos versiones fílmicas hollywoodenses de “El Fantasma de la Ópera” (The Phantom of the Opera, 1925 y 1940), de Rupert Julian y Arthur Lubin, y de “El crimen del Variedades” (Murder at the Vanities, 1934), de Michael Listen, El Santo enfrentaba a un villano sicótico que hacía de las suyas en un extraño ambiente impregnado de Cha cha chá y  música moderna (rock y twist) interpretada por el entonces ídolo juvenil Alberto Vázquez. Sobre todo en la segunda de esas tan divertidas como grotescas películas, el sólido oficio de Cardona contribuyó a que el héroe enmascarado se viera más desenvuelto, lo que quizá permitió obtener mejores dividendos en taquilla: “Santo contra el espectro” logró permanecer por tres semanas en el cine Orfeón, donde fue estrenada el 31 de marzo de 1966.

Fue entonces cuando debió suceder lo que El Santo relató a su entrevistador Rubén Sano (seudónimo de José Xavier Návar) para el número 26 de la revista Cine: concluidas las cuatro películas mencionadas (por cierto que el gladiador confundió algunos de sus títulos), otro productor, Luis Enrique Vergara, le ofreció mucho más dinero (80 mil pesos por cinta) para hacer una nueva serie de cuatro filmes. La popularidad de El Santo en el medio fílmico parecía ser, pues, un fenómeno contundente e irreversible. Producida a razón de dos películas por año, la tetralogía financiada por la empresa de Luis Enrique Vergara fue dirigida en su totalidad por José Díaz Morales, cineasta de origen español que para ese entonces contaba ya con una tan extensa como mediocre filmografía constituida por 58 largometrajes. “El hacha diabólica” (1964) primera cinta de la nueva saga protagonizada por El Enmascarado de Plata, traslada  buena parte de su acción a la época colonial para  dar pretexto a que el protagonista se enfrente a un villano que, como émulo del Fausto de Goethe,  traba pacto con  el mismísimo demonio, hecho que lo convierte en una especie de summa del mal.

En “Atacan las brujas” (1964) nuestro héroe terminará derrotando al avieso grupo de mujeres convocadas para llevar a cabo un sangriento aquelarre que al final parecía una muy graciosa e involuntaria parodia de las secuencias más insólitas y audaces de  “La brujería a través de los tiempos” (Häxem, 1922), la obra maestra del danés Benjamín Christensen. En “Profanadores de tumbas” (Los traficantes de la muerte) (1965), El Santo debe utilizar su fuerza, destreza  y recursos para dominar a una serie de objetos maléficos (entre ellos un cuadro que mana sangre y una peluca con rara vocación asesina) y a villanos extraídos de la más delirante literatura de horror. Y en “El Barón Brákola” (1965), un impúdico vampiro interpretado por Fernando Osés regresaba de ultratumba para vengar una muerte ocurrida dos siglos atrás a manos de un ancestro de El Santo; eso daba pie a una nueva incursión del gladiador en el lóbrego mundo de los muertos-vivos. Todas esas películas demostraron que algunos productores mexicanos estaban decididos a explotar el potencial que el héroe enmascarado aun tenía para proseguir en su lucha contra todas las formas de perversión y monstruosidad. Cabe agregar que en 1964 El Santo tuvo una breve aparición en “Blue Demon contra el poder satánico”, del veterano Chano Urueta, película también producida por Luis Enrique Vergara; en ella, El Enmascarado de plata saludaba a su colega Blue Demon para darle la bienvenida en la lucha contra la injusticia [8].  De esta forma dio comienzo una especie de competencia fílmica entre los dos héroes enmascarados, misma que en alguna medida prolongaba la que ambos venían sosteniendo en el gusto del público asiduo a las arenas. 

Continuará…

LEE LA PARTE 2:

El Santo y la producción fílmica nacional en los 60s y 70s. Parte 2 y última

Notas


1.  Cf. Albert, Pierre y André-Jean Tudesq, Historia de la radio y la televisión, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1982, p. 97, y Hernández Lomelí, Francisco, Innovación en la industria mexicana de la televisión, Tesis doctoral, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, Jalisco, 2004,  p. 105  
2. Cf. Carro, Nelson, El cine de luchadores, Col. Filmografía Nacional, No. 1, Filmoteca de la UNAM, México D F.,  1984, pp. 73-74
3.  Para  1954 ya había en México 110 000 aparatos de TV y en 1957 la cifra había ascendido a 160, 000. Cf. Hernández Lomelí, Francisco, Op. cit., p. 1
4.  Carro, Nelson, Op. cit., p. 36
5.  Cifras elaboradas a partir del recuento establecido por Nelson Carro en Op. cit. pp. 73-80
6.  Hacia mediados de la década de los cincuentas del siglo XX, los estudios América habían comenzado a  especializarse en filmar “Series” de todo tipo y género que, en rigor, eran largometrajes disfrazados tanto para abaratar costos como para permitir que los empleados afiliados al Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC) que, por un decreto presidencial firmado desde mediados de los cuarenta, estaban inhabilitados para y hacer películas de larga duración, tuviera empelo más o menos seguro. Dos de las más redituables películas de luchadores, Los tigres del ring (Chano Urueta, 1957) y Neutrón (Federico Curiel, 1960), habían sido filmadas bajo esa fórmula.
7. García Riera, Emilio, Historia documental del cine mexicano, Vol. 11, 1961-1963, Universidad de Guadalajara, et. al., Guadalajara, Jalisco, 1994, p. 102
8.  Habrá que aclarara que Blue Demon había debutado en el medio fílmico como uno de los tantos gladiadores que completaron el reparto de La furia del ring (Lucha libre), filmada en 1961 por Tito Davidon para Producciones Sagitarius de Sergio Kogan.