Por Pedro Paunero


“Ojos fríos en fuego ardiente. Los ojos de los animales alrededor de la fogata. De noche, cuando brillan”
Marion Dalton.

En algún momento del año 1750, tres niñas llegaron al puesto fronterizo entre los territorios franceses y las colonias inglesas, en América del Norte. Al ser interrogadas, respondieron que habían huido de un valle encantado, donde había tenido lugar un enfrentamiento entre “Leah, la reina del bosque” (Karlene Crockett), quien las habría salvado, y la “Bruja del diablo” (Russell James Young Jr.), asentada en el sitio.

Fanny Dalton (Sally Klein), narra que Eloise (Rebecca Stanley), madre de las niñas, cansada de las largas ausencias de su esposo Marion (Guy Boyd), un cazador, habría buscado refugio en los brazos de Will Smythe (Dennis Lipscomb), un predicador que vivía en una cabaña, en concubinato con varias mujeres. El día que los aldeanos irían a buscarlo para colgarlo por hereje y adúltero, los poderes de bruja (o de hada benévola) de Leah -rescatada por Smythe de la hoguera, cuando quemaran a la madre de la chica-, se manifestarían, provocando que la cuerda se rompiera.

Al dejar la aldea -en pos de una supuesta “Tierra prometida”, y tras encerrar al resto de la población en el granero-, iniciarían un viaje por el río, que tiene mucho del que realizan los personajes de “Aguirre, la ira de Dios” (1972), de Werner Herzog, incluyendo ataques de los indios escondidos entre la maleza de los bosques que bordearían la vía fluvial, así como muertes por asaetamiento -el cadáver de uno de los personajes, Mr. Calvin (Will Hare), queda sentado sobre su mecedora, solo, como el mismo Aguirre (Klaus Kinski en su papel más salvaje)-, y el consiguiente pánico, en esa repetida incursión en el “corazón de las tinieblas” que, así mismo, experimentan los viajeros de río en la furiosa metáfora de “Apocalypse Now” (1979), de Francis Ford Coppola, y los expedicionarios sin escrúpulos de “King Kong” (2005), de Peter Jackson.

Tras la toma del nuevo territorio por parte de los seguidores de Smythe -perteneciente a los indios Shawnee, pero ya colonizada por los blancos, por lo que se la denomina como “Nueva Francia”-, “Eyes of fire” (Avery Crounse, 1983) (1) se resuelve en un delirio de imágenes que, más que explicadas, pretenden impactar, y asaltar, la mente del espectador, y lo logra. Y es en este aspecto en el que, “La bruja” (The Witch, Robert Eggers, 2015), con la cual ha sido comparada, deja de parecerse.

Pronto, los colonos (que han ocupado unas cabañas, misteriosamente abandonadas por los anteriores colonos franceses) son asaltados por visiones y hechos sobrenaturales -como esos seres desnudos, aparentemente humanos, recubiertos de tierra y secreciones, que ora aparecen entre los árboles, ora desaparecen, o la cabeza que el azadón de Sister (Fran Ryan), viuda de Calvin, golpea en un chorro de sangre, entre la tierra, y que recuerda a la anatomía anómala hallada en un surco en “Sangre en la garra de Satán” (Blood on Satan’s Claw, Piers Haggard, 1971)-, que afectan especialmente a Leah, que se ve en la necesidad de luchar contra los espíritus de aquellos que han muertos violentamente que, como indica una leyenda india, se van acumulando en el subsuelo, en varias capas etéreas, hasta formar un solo y demoníaco ente, que acosa a quienes violan su zona sagrada, capitaneados por la bruja que se enseñorea del área.

Imágenes como las de un árbol cubierto de plumas -una señal fronteriza para demarcar el mundo de los vivos de aquel de los muertos, y que los indios evitan, y que remite al cuento de Chesterton, recordado por Borges, sobre el árbol que devoró sus aves y dio plumas, en lugar de hojas-, los rostros humanos de los espíritus atrapados en los troncos, o una lluvia de huesos y cráneos, apenas tienen parangón si se los ve como efectos o escenografías prácticas, en el cine fantástico -recordemos otro delirio, “El Viyi” (Vij, Konstantin Yershov y Georgi Kropachyov, 1967), en el cual el atrezo, las marionetas y disfraces, y los efectos del maestro Aleksandr Ptushko, sostienen toda la historia- y funcionan como trampantojos en una película que, en su conjunto, no deja de ser mediana debido, por contraste, a sus excesos, mostrados en las escenas en las cuales los seres desaparecen en explosiones e implosiones efectistas, o los ridículos efectos de sonido, que abaratan una puesta en escena estilizada e imaginativa.

Superior en todos los sentidos, “La bruja” -cuya familia es expulsada, a diferencia de la congregación de Smythe, que abandona la aldea- funciona como un relato folclórico de terror -del subgénero del Horror Folk, que cobró actualidad con el título de Eggers-, mientras “Eyes of fire”, lo hace como un sueño -y, por ello, un tanto amorfo e incoherente-, inmerso en las mismas corrientes, fascinantes descubrimientos y hasta contradicciones que “Lobos, criaturas del diablo” (aka. En compañía de lobos; The Company of Wolves, Neil Jordan, 1986), y la hermosa alegoría checa sobre la adolescencia y el despertar sexual de “Valerie y su semana de maravillas” (Jaromil Jires, 1970).

“Eyes of fire”, en vías de convertirse en película de culto, es una efectiva metáfora del comportamiento temerario y, por lo tanto, una advertencia moralista, de las ansias colonialistas, musicalizada, de forma insospechada, por temas irlandeses compuestos por Brad Fiedel -que recuerda la que compuso para el slasher “Just Before Dawn” (Jeff Lieberman, 1981)-, antes de ser lanzado a la fama por la banda sonora del “Terminator” (1984), de James Cameron.

Notas:
(1) No confundir con la novela “Ojos de fuego”, de Stephen King, que introdujo el término “Piroquinesis”, y cuya adaptación, a cargo de Mark L. Lester, titulada en inglés “Firestarter” (1984), se tituló en México como “Llamas de venganza” y, en España, como “Ojos de fuego”, precisamente.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.