Gilda Radner (Ella Hunt), Jane Curtain (Kim Matula), Dick Ebersol (Cooper Hoffman), Rosie Shuster (Rachel Sennott), Garrett Morris (Lamorne Morris), Alan Zweibel (Josh Brener) and Lorne Michaels (Gabriel LaBelle) in SATURDAY NIGHT.

Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

Saliendo de ver la nueva película de Jason Reitman, “Saturday Night”, que sigue la noche del estreno del mítico programa de comedia que por cincuenta años ha bombardeado las pantallas americanas, no pude evitar la naturaleza más pura y electrizante de la juventud: el impulso absoluto y sin fronteras de cambiar al mundo, de crear y elevar emocionantes voces.

No dudaría en llamar a esta cinta una de las más inspiradoras del año, de aquellas que al salir de la sala quieres hacer mil llamadas para emprender millones de proyectos. Porque ante todo, su retrato de aquellos jóvenes desconfiados, pero ambiciosos, que pronto se convertirían en los más reconocidos nombres: Lorne Michaels, Andy Kaufman, Chevy Chase, Jim Henson, etc, hace un gran caso a la necesidad de la necedad. Su mundo, aquel del entretenimiento, del negocio del entretenimiento, está repleto de buitres canosos y en traje que menospreciaron sus talentos con la mayor facilidad, que les dieron una sola noche para probar su valor.

Aquella primera transmisión de “SNL” pudo haber sido la única, pero el programa sigue corriendo cincuenta años después porque aquella noche, esas grandes mentes de comedia y genialidad se hicieron valer.  La dirección de Reitman es sorprendentemente fantástica, si bien sus más recientes películas fallaban en tener un sentido de frescura (sus secuelas de “Cazafantasmas” son especímenes más muertos que los fantasmas que cazan sus protagonistas), acá se pone las pilas, se une a los rangos del ingenio y velocidad de Lorne Michaels, productor y creador de SNL, que es encarnado por nadie más ni nadie menos que Gabriel Labelle (quien ya le había hecho del joven Spielberg en “Fabelmans”). Parece que entre el pasado y el presente, la realidad y la ficción, hay lazos inquebrantables, Reitman mantiene un ritmo alucinante, desesperando a su audiencia de la forma más entretenida, contando los segundos para que el fruto de sus protagonistas se vea o realizado o desplomado.

Robert Bresson, con “Un condenado a muerte se ha escapado”, crea la fascinante intriga de si su protagonista logrará escapar de la prisión, a pesar de que el título nos indica que ese será el caso; durante su duración lo cuestionamos, nos preocupamos de la veracidad que el título tendrá sobre el desenlace. Ese es el símbolo definitivo de la maestría en la dirección de Bresson, hacer de algo incuestionable, cuestionable. No por comparar a Bresson con Reitman, una comparación entre esos dos me mandaría directo a la pena de muerte cinematográfica, pero hay algo ahí, el logro de Reitman es similar al de Bresson: ¿el equipo y elenco de SNL logrará su cometido? El show sigue al día de hoy, es claro que para el final de la película resultaran triunfadores. Y sin embargo, lo dudamos, vemos cada dificultad que experimentaron esa noche y, repito, la preocupación en el espectador tan sólo sabe incrementar conforme la película se desenvuelve.

Es, entonces, mérito de gran alivio y celebración cuando la película muestra que claro que lo lograron, y por algo sus rostros nos son reconocibles y sus nombres retumban en el oído: recuerdos de la infancia con Jim Henson y de la adolescencia con John Belushi. Pero esta relación de la que hablo no se queda entre la dirección de Reitman y la anécdota que relata la película sino en el propio sentido del auge juvenil. Los personajes, ahora íconos y entonces jóvenes emergentes, son actuados por nombres cuyo peso es reciente pero en ascenso: mencioné a Labelle que, claro, participó en la más reciente obra maestra de Spielberg; pero tienes a gente como Cooper Hoffman, hijo del gran Philip Seymour Hoffman, que sigue las huellas de su padre en ser un actor lleno de carisma y con participación en el cine de Paul Thomas Anderson con “Licorice Pizza”; o a la tremenda Rachel Sennot, que la ha estado partiendo en el paisaje de cine independiente millenial y de coming of age con cintas como “Shiva Baby”, entre otros que encabezan la película y a la par encabezan la generación de jóvenes actores que poco a poco empiezan a invadir y triunfar en pantalla. Es ahí donde ese paralelismo entre ficción y realidad, entre historia y actualidad, más brilla y emociona.

De nuevo, todo este triunfo y aspiración son tan sólo contagiosos, avivan el compañerismo bienaventurado que lleva al éxito y a la exploración de nuestros propios talentos y sentidos de creatividad. Es una película entretenida, bien se pudo quedar ahí y quizá, para aquellos de mayor edad, hasta ahí se quede, como una cinta acelerante, como un buen rato, como un dato curioso en la historia de la televisión americana. Pero para todo aquel que es joven, “Saturday Night” probará ser una droga, una que querrás probar afuera de la sala de cine, en tus propios proyectos, tus propios riesgos, tus propios noventa minutos antes de salir al aire.