Por Lorena Loeza
  

Imposible no hacer la asociación de ideas entre las imágenes de un Japón devastado, con las películas de Godzilla que hemos visto desde niños. Uno de los monstruos mas populares del cine a nivel mundial, y que da origen a todo un género cinematográfico – hibrido entre el terror y la ciencia ficción- resulta interesante de retomar ahora para la reflexión, justo cuando el futuro parece ya haberlo alcanzado a causa tanto de desastres naturales, como de los ya vaticinados peligros del uso de la energía nuclear.
  

Godzilla hace su debut en 1954. (Gojira, I. Honda, 1954). En esta cinta, se narran los orígenes radioactivos de la bestia y la potencial destrucción que a su paso genera. Este inicio se ha considerado por muchos autores como la forma en que el pueblo japonés quiso asimilar para la cultura popular los peligros de la radioactividad y configurarla como una amenaza verdadera para la raza humana. En ese entonces, Japón era la única nación del mundo que había vivido en carne propia un desastre nuclear. Nada mejor para asimilar al demonio de la destrucción, que plasmar el horror en forma de monstruo. Pero para eso se necesitaba un monstruo sustancialmente diferente, no era posible usar para ello a uno cualquiera. Fue así como Inoshiro Honda, le regala al mundo una especie nueva y extraña, mezcla de lagartija, dragón y dinosaurio, algo nunca antes visto, y por lo tanto imposible de ser combatido.
  

Godzilla (o Gojira, su nombre original) era además de un monstruo extraño para su época, un competidor en popularidad para los monstruos sobrenaturales que por entonces constituían la materia prima para las películas de horror clásico. Situado en la frontera del terror y la ciencia ficción, Godzilla es producto de la irresponsabilidad humana, la muestra de que hay poderes que los hombres producen sin saber como controlar. En ello admite un punto de toque con Frankestein, que aborda el asunto de que los hombres queriendo ser dioses, solo son capaces de producir aberraciones. Pero Godzilla termina por decantarse mas a la lado de la ciencia ficción, en el entendido que el adelanto tecnológico solamente es pretexto para denunciar los defectos de la naturaleza humana, para desnudar el instinto básico que no evoluciona al mismo ritmo que el conocimiento científico.
  

A partir de su debut, Godzilla aparece en 28 películas japonesas y en un remake norteamericano (Godzilla. R. Emmerich, 1988) que intenta darle una variante ecologista al asunto, lo cual no pareció agradar a muchos de los fans del legendario personaje.
  

Sobre todo, porque Godzilla no representa la maldad en sí misma, sino que debe su monstruosa existencia a un proceso alterado por los hombres, y que va en contra del orden natural de las cosas. A diferencia de otros monstruos, en este caso la bestia no es maldad salida de la nada. Es el espejo de lo errores humanos, de la soberbia de creer que se tiene control de todo lo que le rodea.
  

En su larga trayectoria cinematográfica, el monstruo tuvo giros y apariencias distintas, poderes distintos e incluso pasó de villano a héroe en algunas ocasiones. En el orden las apariencias, Godzilla ha sufrido cambios, luciendo en ocasiones parecido a ciertas especies de dinosaurios, en otras más emparentado con reptiles como lagartijas y dragones. También ha tenido hijos, (lo que le da un cierto carácter femenino) y ha luchado contra otras bestias legendarias como el también mundialmente famoso King Kong.
  

En lo que toca a sus poderes producto de la radiación, también han sido objeto de discusión su aliento atómico, (similar a la de un dragón exhalando fuego), los rayos magnéticos rodeados de un tono fosforescente y su piel capaz de resistir el embate de todo tipo de armas sin recibir heridas graves.
  

Quizás la excepción mas evidente del tipo clásico de presentar a Godzilla, sea precisamente en la película de Emmerich, ya que es la primera vez que el monstruo aparece como una especie alterada y mutante, pero con las mismas características que cualquier otra, sin poderes radiactivos y buscando donde anidar para asegurar la supervivencia de las crías.
  

Este planteamiento, en función de los recientes acontecimientos en Japón, provocados tanto por fenómenos naturales, como por la posibilidad de un accidente nuclear de proporciones catastróficas, vuelven a traer a debate, los motivos por los que fue necesario exorcizar los miedos colectivos en la figura de un terrible monstruo cinematográfico.
  

El primero, es la conclusión de que pocas cosas puede hacer el ser humano ante una eventual catástrofe a gran escala. Edificios destruidos, ciudades colapsadas, explosiones… un panorama común de la guerra entre monstruos donde los humanos solamente son espectadores, buscando sobrevivir en medio de un desastre que los rebasa.
  

El segundo tiene que ver con el concepto de reconstrucción. En una clara muestra de la manera en que las filosofías orientales construyen estrategias para luchar con el dolor y la tragedia; en el cine vemos que muerta la bestia o no, Tokio se reconstruye para ser escenario de la batalla próxima. Nadie ve ello un verdadero Apocalipsis o el fin de los tiempos, la desgracia cayendo sobre los hombres a causa de fuerzas del mal enfiladas hacia el juicio final. La bestia y su escenario renacen, se reconstruyen y quedan listas para afrontar nuevas amenazas, en un continnum que es como la vida misma.
  

Es por ello que no es difícil a partir de este tipo de películas, como es que el pueblo japonés afronta sus desgracias, en equilibrio y con serenidad. Si de algo sirve narrar cierto tipo de historias en el cine, es para entender como las culturas se recrean a sí mismas de forma simbólica en la pantalla. Y nadie podrá ahora decir, que Godzilla no nos lo había advertido.
  

Por Lorena Loeza