Por Davo Valdés de la Campa
Una de las constantes más características de la nouvelle vague era la explotación de la referencialidad cinematográfica. Guiños, homenajes, citas a otras películas, recontrucción de personajes, eran sólo algunos de los recursos más utilizados por los cineastas y críticos franceses de la década de los 50. “Güeros” (2014) de Alonso Ruizpalacios es en ese sentido una heredera en toda la palabra de la estética de la “nueva ola de cine francés” en su postura más irreverente y esquizofrénica. Las referencias se desbordan como un rizoma en todos los ámbitos de la cultura que nutren la llamada identidad nacional: que van desde lo que se considera cultura alta hasta el pop vulgar y todos los intersticios entre ambos extremos. Este contraste se concentra en la figura ambigua del joven capitalino de clase media del México de finales del siglo XX.
“Güeros” cuenta el reencuentro de dos hermanos veracruzanos, uno blanco: Tomás (Sebastián Aguirre) y otro moreno: Fede o Sombra (Tenoch Huerta). Éste último vive en la ciudad de México junto a su amigo, Santos (Leonardo Ortizgris) en un departamento casi en ruinas, sin luz eléctrica y sin propósito. Ambos están en huelga de la huelga. Importante suceso social que marcó el año 1999 con la toma de la Universidad Nacional Autónoma de México y que dibujó a las generaciones siguientes. Ellos no estudian, no trabajan, no marchan, son la antesala de lo que la sociedad entiende como ninis hoy en día, pero que en ese entonces también significaban y se asumían como la disidencia de los marginados. También es importante recalcar y volver a la diferencia física entre los dos hermanos protagonistas (e incluso del personaje de Santos que resiente el adjetivo de güero como algo peyorativo). La discordancia entre los tonos de piel de los personajes se acentúa con el blanco y negro de la película, que también en palabras del director “ayuda a resaltar los contrastes sociales, políticos y geográficos de la Ciudad de México”. Es un lugar común, sí, pero en contexto es una realidad indiscutible de la que alguna vez fue la metropolí más grande del mundo.
En la primera mitad de la película el trío de jóvenes gastan las horas en actividades intrascedentes al interior del departamento. La cámara como ellos es fija y contemplativa. Esta particularidad del lente de develarnos maravillas cotidianas se repite a lo largo del filme: una sombra que corre de cabeza, una araña como calcomanía del tiempo sobre una puerta, una explosión de leche dentro de un vaso, los cables inmóviles de un elevador desobediente. Sin embargo, el ritmo tiene una fractura importante en el curso de la narrativa. La salida del departamento, del exilio que nos remite a Temporada de patos o incluso más a Los caifanes, llega por dos razones de peso. La primera el robo de luz eléctrica de sus vecinos del piso de abajo y la segunda la búsqueda de Epigemio Cruz, músico anónimo y genial que “hiciera llorar alguna vez a Bob Dylan” y que según Sombra “pudo haber salvado al rock nacional”.
Al salir del espacio cerrado para adentrarse en la monstruosidad y la belleza de los distintos puntos de la ciudad de México, la cámara se vuelve mucho más dinámica, inestable y fugaz. Algunos personajes aparecen incluso desenfocados, con audios desfasados o a través de historias que transitan incompletas en el relato, como suele ser el recorrido de la ciudad, incluso en su cotidianidad. Ese cambio de ritmo y de escenario sugiere por sus características una road movie, aunque coquetee incluso más con el cine de persecuciones, característica que además sugiere un personaje secundario durante la ruptura de la cuarta pared en una de las secuencias más vibrantes al interior de Filosofía y Letras en la UNAM. Y es justo en ese punto que se suma a la búsqueda, Ana (Ilse Salas), una joven activista y locutora-pirata de una radio estudiantil que encarna al burgués revolucionario intelectual, pero que además se trata en términos más pragmáticos del amor de Sombra.
La pesquisa por encontrar al rockero underground no sólo sirve para dibujarnos la ciudad y sus contrastes y contradicciones en el empaque de un humor que nos remite mucho a Clerks de Kevin Smith o a cintas mucho más relajadas de la industria nacional como Y tu mamá también de Cuarón, sino para adentrarnos en la compleja psicología de sus personajes principales que al mismo tiempo conviven con una fauna de lo más diversa y nutritiva para los objetivos narrativos de Ruizpalacios.
“Güeros” delimita una época. Logra plasmar y hallar los hilos que tejen a una generación. Desde la trágica historia nacional de: “Y cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí” del PRI, hasta el “preferiría no hacerlo” del Bartleby que todo mexicano lleva dentro. Las referencias se suman una a otra para construir un tetris incompleto, un álbum fracturado, una cita cassette vieja, una retrospectiva inusual y plural de esas cosas que definieron incluso el rumbo del cine mexicano. Elementos tan dispares como Marilyn Manson y el falso mito de los Años maravillosos, Juan Gabriel, los juegos de rol, el Gran Hermano siempre observando y siempre presente como el fantasma de las televisoras que nos robaron los sueños, la filosofía post-caguama, el tráfico perpetuo en las grandes avenidas que atraviesan el Distrito Federal, las travesuras desde la azotea y claro la aguda crítica de todas esas construcciones, como de la misma tradición cinematográfica supuestamente “festivalera”. “Güeros” nos brida la posibilidad de reírnos de lo que somos, pero también de emocionarnos de los errores y de los fracasos que nos construyeron la entrada a un nuevo siglo.
Güeros – Alonso Ruizpalacios from WooFilms on Vimeo.
Dirección: Ruizpalacios, Alonso. Guión: Portela, Gibrán | Ruizpalacios, Alonso. Pais: México. Producción: Ruiz Ruiz-Funes, Ramiro. Compañía Productora: Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), Postal Producciones. Fotografía: García, Damián Edición: Asuad, Yibran Sonido: Muñoz, Isabel. Música: Barreiro, Tomás. Dirección de arte: Cabriada, Sandra. Reparto: Aguirre, Sebastián | Huerta, Tenoch.