Por Manuel Cruz
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Los extraordinarios paisajes de Islandia sirven de escenario a “Historias de Caballos y Hombres”, una de las películas más bellas y aburridas del año. Con un fervor literal a su título, la obra de Benedikt Erlingsson sigue la relación de diferentes habitantes con su montura de elección, en un pueblo donde todos se espían pero nadie está dispuesto a establecer relaciones. Quizás ello sea una representación del humor nórdico, aparentemente efectivo en su indiferencia, como se ha mostrado en la obra del genial finlandés Aki Kaurismaki. Pero en el caso de “Historias…”, no queda más que un cúmulo de premisas – algunas de ligero humor y otras absurdas y perturbadoras – que nunca evoluciona.
Las pocas características que diferencian a los personajes no son suficientes para tener empatía, y cuando al final de la cinta se descubre que todos los participantes son aficionados de caballos, resulta fácil concluir por qué. A Erlingsson le habría venido mejor hacer un documental y no este intento de ficción incompleto, prácticamente preguntándose a si mismo en dónde está su historia, su energía y sentido. La falta de presencia narrativa pesa aún más de cara a tanta habilidad técnica; la obra sí es bella en un aspecto visual.
El panorama del campo islándico atravesando estaciones da un buen contraste a la fotografía en macro de los ojos de los caballos al inicio de cada historia, o la textura de su pelaje. Hay escenas que se reducen únicamente a la pasiva interacción del animal con su dueño, y una conexión emocional nace indudablemente de ellas, pero cuando se quiere ver más, no hay hacia dónde ir. Toda la obra se siente como el inicio de algo más interesante, y sin embargo inconcluso.