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Sin Javier Bardem, “Biutiful” hubiera quedado desterrada al limbo de las decepciones de Cannes. Aunque la esperada cinta de Alejandro González Iñárritu, filmada en una Barcelona negra estética y éticamente, no ha sido unánimente rechazada, muchos coinciden en que el largo film resulta frustrante, pero el esfuerzo del actor español es merecedor de premio. El festival emparejó al chilango, único cineasta iberoamericano en la competencia, con el japonés Takeshi Kitano, cuyo “Outrage” es otra historia de bajos fondos, pero esta vez con trajes de marca y mucha sangre…  

Un premio de interpretación para Bardem sería justa recompensa a su personal implicación en este proyecto largamente gestado, en el que se ha dejado la piel, y no es metáfora. Al menos se dejó la espalda, porque sufrió una dolencia lumbar en pleno rodaje, de la que posteriormente tuvo que ser operado en Alemania. 

Bardem es “Biutiful”, título irónico porque no hay nada maravilloso en esta historia sobre un marginal condenado a perderlo casi todo, empezando por su propia vida, puesto que un cáncer lo consume por dentro. Angel del infierno, su Uxbal no sólo está personalmente cerca de la muerte, sino que es capaz de dialogar con el alma de los fallecidos (nota de realismo mágico que “El Negro” Iñárritu agrega a su cocktail de por sí sobrecargado de ingredientes).  

En esta coproducción hispano-mexicana, el realizador rompe con su brillante primera etapa, la que le unió al escritor Guillermo Arriaga. De aquel divorcio, siempre pensamos que el perdedor iba a ser él, y al menos “Biutiful” lo está confirmando. El principal riesgo del melodrama es siempre caer en lo repetitivo, lo acumulativo, la desgracia que se superpone a otra y otra más, sin que se atisbe un rayo de esperanza. Iñárritu dice que para él su película es luminosa (!), porque en su opinión, ese Uxbal que se intuye fue “dealer” y drogadicto, y que ahora se gana la vida como intermediario entre chinos explotados que frabrican productos piratas y africanos explotados que los venden en la calle, representa por su febril cruzada en favor de garantizar el futuro de sus hijos, que viven con una madre víctima también de la locura, de la que no se fía, la bondad y la generosidad. Son formas de ver las cosas.  

“He querido mostrar un personaje marcado por la explotación y la corrupción. La enfermedad resultante es también la de toda una sociedad. Es un hombre qu no quiere perder lo único que le queda, es decir el amor, debe curarse a través del amor”, ha dicho en inglés (la organización a pesar de que la película es en español no facilitó traducción en la rueda de prensa ni permitió preguntas en nuestro idioma, algo insólito en un festival de primer nivel) Javier Bardem, en su encuentro con la prensa.  

El ganador del Oscar por “No es país para viejos / Sin lugar para los débiles” ha elogiado a su director, el cual en compensación ha dicho que “jamás ví a nadie que pusiera tanto en un personake. Como los más grandes actores, Javier puede ser minimalista, lo cual exige mucho talento, la confianza en el público y en el proyecto”.  


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Los espectadores al menos en un buen número no lo han visto así. Hubo deserciones de la sala (más de dos horas y media de dolor) y los que se quedaron sólo expresaron tímidos aplausos diluidos en el silencio general. Y la crítica internacional mayoritariamente se ha quedado en lo deprimente de la cinta, en un reflejo que la bella fotografía de Rodrigo Prieto subraya, opuesto a la imagen luminosa que se tiene de Barcelona. 

“Biutiful” es el reverso de “Vicky Cristina Barcelona”, en la que también estuvo Bardem. La capital catalana muestra su rostro más sórdido, el de una periferia anónima y gris que podía ser la misma de cualquier gran ciudad europea, donde prolifera la explotación, el odio, la desesperación y en una palabra el mal, lo peor del ser humano.  

Emigrantes malditos, sometidos a condiciones de trabajo despiadadas, reprimidos por las autoridades, arriesgados a una expulsión… un panorama desolador que sin embargo el mexicano, huérfano del talento y la “deconstrucción” de Arriaga, no es capaz de transformar en algo emotivo y cercano. Los guiones de Arriaga exigían la complicidad y el esfuerzo de un público que sin quererlo, acababa implicado en lo que se veía en pantalla. En “Biutiful”, González Iñárritu no lo consige. Cabe entender que de cierta forma para él ésto es un renacer, una nueva opera prima, que como muchas peca de exceso de ingredientes. Ojo, el mexicano no es para nada un mal director, como creador de imágenes, aunque esté muy preocupado en dejar su sello en cada secuencia, pero le falta el alma de un autor, la que le dio en el pasado su compatriota Guillermo Arriaga, y ahora la ayuda de los argentinos Armando Bo y Nicolas Giacobone en el guión no ha sido capaz de suplir.  


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El regreso de la mafia japonesa

El regreso al universo de la mafia japonesa, la yakuza, de Takeshi Kitano, premiado aquí por una cinta mucho más bucólica años atrás, tampoco ha merecido una acogida ni de lejos entusiasta. Es más de lo mismo, aunque a diferencia de la cinta del “Negro” puede dar bastante más dinero en taquilla. 

Uno no puede evitar la permanente reflexión sobre cómo sería la selección de los festivales si sus programadores -como ocurre con algunos concursos literarios- vieran las películas sin títulos de crédito, o sea sin saber quién las ha escrito y dirigido, y desterraran la injusta dictadura de los apellidos reconocidos y adulados por la crítica.  

Para compensar, fuera de concurso, divirtió, hizo reir y gustó la comedia de Stephen Frears “Tamara Drewe”, basada en un comic publicado por The Guardian y creado por Posy Simmonds.