Por Pedro Paunero

“…dos segundos de dolor, hombre”
Roy, después de asesinar a una pareja

“Casi todos estos asesinos son hombres blancos. Muchos de ellos son guapos, carismáticos e inteligentes. Empiezan a matar en sus veinte o a principios de los treinta”. “No esperaba que gritara. O sea, no iba a violarla ni a robarle. Sólo iba a matarla”. “A veces camino por la calle, y sólo me pregunto que de repente, uno de estos locos podría matarte sin razón aparente. Da miedo”. “A los quince años mató a sus abuelos. Sólo para saber qué se sentía”.

La película “Jóvenes perturbados” (The Boys Next Door, 1985), que en 2025 cumple 40 años de haber estrenado, comienza con una serie de fotografías de asesinos seriales -Henry Lee Lucas y el Estrangulador de Hillside, entre estos- mientras escuchamos, en off, las declaraciones de varios vecinos que los conocieron, a la vez que pasan los créditos iniciales. Su título original sugiere que podríamos estar viviendo al lado de un asesino sin que lo sepamos, una posibilidad que ya explotara Hugh Hefner mucho antes, al jugar con el viejo tropo de ser vecino de una belleza insospechada (The Girl of Next Door), que alguna vez pudiera ser descubierta por el mundo del modelaje, y apareciera en la revista Playboy, sorprendiendo a todos. Entonces vemos a Roy Alston (Maxwell Caulfield) y Bo Richards (Charlie Sheen), entregados a un juego macabro. Roy traza la silueta de Bo con gis, mientras este yace en el suelo, como si fuera un cadáver. Hay un corte, y estamos en la escuela. Un grupo de alumnos se agrupan sobre algo en el suelo. Nos percatamos que es la silueta que Roy y Bo trazaran, y los podemos ver a lo lejos, sonriendo en su auto -un Plymouth Road Runner despintado-, mientras sus compañeros especulan cómo pudo morir la persona de la silueta. Durante la clase, un profesor intenta aleccionarlos con un último consejo, pues la graduación está cerca, y los echará de menos. Durante el receso, Bo mira a Bonnie (Dawn Schneider), la bonita del salón, rodeada de admiradores, firmando su foto del anuario, y comprende que nunca más se encontrará con ella, alejándose de él no sólo por su belleza inalcanzable, sino por la clase social. Este acto de marginalización de la pareja de amigos, por parte del resto del grupo, está lograda con breves trazos expresados por los gestos y muecas que los demás les expresan. Un desdén doloroso que, comprendemos, ellos han sabido ganarse.   

Mientras Roy le pregunta a un Marine que intenta reclutar chicos graduados si ha matado a alguien, Bo (que supone que su futuro sea trabajar como obrero en una fábrica) le miente que han sido invitados a una fiesta dada por un compañero. Ambos chicos se cuelan a la fiesta, donde los reciben como a apestados, roban el perro del anfitrión (llamado Bon Bon), y deciden partir a los Ángeles, con los doscientos dólares que Bo le ha sacado a su abuelo.

Roy pasa al área de casas rodantes donde vive a empacar un par de cosas en una bolsa de papel, en el momento en que su padre se concentra en el programa que mira por la televisión, ignorándolo, y se embarcan en un periplo sangriento que comienza con la golpiza a un iraní que atiende una gasolinera. Un supuesto testigo le ofrece su testimonio a la policía: los golpeadores van a bordo de un Cadillac, dos negros y un mexicano. Luego siguen con el botellazo a una anciana en la cabeza, en plena playa, y el casi atropellamiento de una chica en bikini, que incluye el olvido del perro, al que han rebautizado como Boner, el bárbaro. Entran a un bar gay por equivocación, donde Roy está a punto de liarse a golpes, antes que Chris (Paul C. Dancer), a quien han conocido en la puerta, los lleve a su casa en el West Hollywood y lo asesinen a balazos con su propio revolver. Continúan con una pareja de novios, ultimados en su coche, a quienes siguieran por la calle, al verse interesado Bo en la chica (Lesa Lee), y terminan con el más violento de una prostituta, a quien conocen en un bar, donde les niegan una cerveza por ser menores de edad, y que responde al nombre de Angie (Patti D’ Arbanville, quien apareciera en la controvertida “Bilitis”, de David Hamilton en 1977), cuando los lleva a su casa, y Roy la mate a golpes, al mostrar celos de que se acostara con Bo, en una escena que sugiere la homosexualidad velada de Roy. Todo esto, mientras los policías Mark Woods (Christopher McDonald) y Ed Hanley (Hank Garrett), conduzcan la investigación que, finalmente, los enfrentará en un centro comercial (un guiño a “Dawn of the Dead”, la segunda película de la trilogía zombi original de George Romero, de 1977), en un final irónico que no podía ser distinto.

El filme fue el segundo trabajo como actor de Charlie Sheen, tras participar en la película de tinte conservador sobre futuros alternativos, “Amanecer rojo” (Red Dawn) de John Milius, en 1984, y tuvo poco impacto en la consolidación de su carrera -de hecho, es Maxwell Caulfield, en el papel de Roy, quien brilla ominosamente como psicópata, opacando a Sheen-, aunque al momento de su estreno, no dudó en abandonar la sala, impactado por la brutalidad en la pantalla, según confesara Penelope Spheeris, su directora, en la entrevista incluida en la edición restaurada en 4k del Blu-ray de la cinta.   

Spheeris había dirigido “The Decline of Western Civilization” (1981), la primera parte de una trilogía documental en la que se plasmara la escena punk rock de Los Ángeles, y que la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos encontrara tan valiosa como para escogerla para su conservación, debido a su significado estético, histórico y cultural, según se justifica para su inclusión en dicho catálogo, al grado que la cineasta se ganara el mote de “la antropóloga del rock”. El éxito taquillero le llegaría con la película “El mundo según Wayne” (Wayne’s World, 1992), mientras continuara su proyecto de “The Decline”, que se prolongaría hasta 1998, y el independiente “We Sold Our Souls for Rock ‘n Roll” (2001), filme con el cual completara su investigación musical durante el Ozzfest de 1999. Sin embargo, “Jóvenes perturbados” apenas tuvo un estreno limitado en el Chicago International Film Festival y pasó por la censura, al ser recortado drásticamente en su metraje, para atenuar la violencia de la que hace gala.

Spheeris y los guionistas Glen Morgan y James Wong, apenas esbozan las causas que conducen a la violencia juvenil y, cuando lo hacen, acercan la película a un filme de explotación, pero logran captar la locura de las luminosas calles de Los Ángeles en un tiempo muy específico (los escaparates, el West World con sus consolas de Atari, los punks, los motociclistas, las prostitutas, los vagabundos y locos), como fueran los inicios de los años ochenta, al ritmo de la música de Code Blue, The Cramps, Great White, Tex & The Horseheads e Iggy Pop, elementos que le han dado una segunda oportunidad al filme, hasta volverlo un título de culto, cuya traza puede rastrearse hasta películas posteriores, más importantes y más significativas, como “Asesinos por naturaleza” (Natural Born Killers, 1994), de Oliver Stone, y “Elephant” (2003), de Gus Van Sant, con sus masacres en un aparente sinsentido que, no obstante, captan el estado mental de una parte alienada de toda una nación.     

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.