Redacción. “La armada invencible” es un gran poema de Vicente Quirarte que sobre los viejos cines de la Ciudad de México. Quirarte es poeta y escritor imprescindible de narrativa, teatro, crítica literaria y ensayo histórico. Sus poemas publicados entre 1979 y 1999 aparecieron bajo el título “Razones del samurai” (2000). Su labor ensayística y de investigación ha transitado por diferentes direcciones: estudios de poesía mexicana como “Peces del aire altísimo” (1993), la literatura fantástica en títulos como “Del monstruo considerado como una de las bellas artes” (2005); la anatomía de la urbe en “Elogio de la calle: biografía literaria de la ciudad de México”, 1850-1992 (2001), o conjunciones entre literatura y biografía reflejadas en “La invencible” (2013). Ha recibido múltiples premios por su obra y es un reconocido académico y docente. Corre Cámara le agradece su autorización para publicar “La armada invencible”.
“La armada invencible”
Vicente Quirarte
Viejos, esplendorosos, remendados
cines de rancia estirpe. Paraísos
del pobre, sarcófagos del viudo, compañeros
de las primeras manos amorosas.
Fuertes como los fuertes del desierto,
añejos como castillos, polvorones
de sus ajadas pieles terciopelo,
prestigios de falsos condes
en castillos y criptas de cartón.
Todo en los viejos cines sabe a barco:
hay orines que impregnan
el azulejo triste; blasfemias y oraciones
en salitrosos muros
y legiones de ratas
que libran, como los otros héroes,
batalla campal contra la gatomaquia.
Anclados en los muelles
de ciudades sin mar,
alzan sus costillares
que sostienen al cielo.
Parientes de los saurios,
son grandes como ellos
porque grande es el número
de los pobres que hallan en su vientre
los carruajes y el reino que les faltan.
Maya, Florida, Máximo, Coloso,
nombres de grandes barcos
a punto de la hora vesperal
cuando la luz se hacía y comenzaba el viaje.
Ilustre Juan Ruiz de Alarcón,
triple programa en el cine de su nombre.
Los primeros desnudos de la diosa
tan besada por otros, tan deseada:
la luz Marilyn Monroe para mis ocho años.
Navegatas tempranas del domingo
cuando Marte en la Tierra,
viajes submarinos, legiones extranjeras
nos lavaban el alma.
Como las siete casas,
los cines eran templos:
películas selectas del Rex y el Insurgentes,
vigilias de hombres solos en el Río,
y a la salida del Teresa, ese cardumen
de sirenas brindando sus venenos.
Armada Invencible de mi infancia,
grandes galeones reales, atalayas
para soñar el mundo, que es vivirlo.
Hoy paso revista a esa flota
anclada en mi memoria,
obediente a mis órdenes de capitán imberbe.
Hoy encuentro esas naves
comidas por el sol, bajo la lluvia.
Así nos acabamos.
Así nacen los otros,
me digo cuando el tropel de niños
nimbado por el viernes
se sume en la penumbra
de este cine de barrio.
Entran al cine Gloria -y no es pleonasmo-.
Por el cielo tiñoso y limosnero
perfilarán su quilla los neones,
cinco letras del nombre misterioso.
Afuera los aguarda, en años que son meses,
el umbral palpitante del hotel Paraíso.