Por Sergio Huidobro
Morelia, Michoacán .- Para el cine, el gótico opera como un coto cerrado, un enjambre de referencias, imágenes reformuladas hasta el mito o el hartazgo, lugares comunes y canales hipertextuales que van de Roger Corman a la Rebecca de Hitchcock, de las cornisas mohosas de las mansiones victorianas a los amaneceres brumosos de Nueva Inglaterra, pero que rara vez abandonan la zona de comodidad que las arropa y alimenta el culto de sus devotos. Mientras para la literatura, lo gótico fluye como un sistema que es perfectamente capaz de emparentar a Horace Walpole con Joyce Carol Oates, para el cine cada nuevo acercamiento a la tradición acrecienta el riesgo del desgaste o el mero ridículo. Por eso, quizá sea la apropiación hórrida y suntuosa que Guillermo del Toro hace de los códigos del género lo que permite a “La cumbre escarlata” elevarse por encima de su propia tradición y erigirse en una de las películas de autor más costosas de las que se tenga memoria, además de exhibir el amorío desarrapado entre un cineasta de cepa, el cine de género, el de arte y ensayo y un estudio multinacional.
Queda en el viento la pregunta -y quedará siempre- sobre si 55 millones de dólares son condición ineludible para que un artista respire a plenitud, pero el noveno largo del tapatío aporta la mínima tranquilidad de que un presupuesto como aquel sigue siendo funcional, incluso en el núcleo más feroz de la industria, si su administración descansa en buenas manos, ojos y mentes. El equipo de productores detrás de “La cumbre escarlata” es un equilibrio curioso de temperamentos: junto al propio Del Toro, figuran tres de sus colegas en la tibia “Pacific Rim”, -entre ellos Jon Jashni, un productor de raza en la línea del viejo Hollywood- y se suma Thomas Tull, la mirada por encima del hombro de Christopher Nolan.
He disfrutado “La cumbre escarlata”, que inauguró anoche el 13er Festival Internacional de Cine de Morelia en ausencia de su director, más que ninguna otra película de Del Toro desde “El espinazo del diablo” (2001), y de eso ya harán casi quince años. Me cuido de afirmar que este sea el punto más alto y maduro de su obra hasta el momento (como él mismo lo cree), pero solo me lo impide el amor instintivo que los mexicanos criados en los noventa sentimos hacia “Cronos” (1993) y que nos lleva a jurar que nadie la entiende mejor que nosotros. Aunque las ponderaciones numéricas sean un despreciable modus operandi que colocan a la crítica de cine en el ámbito de las carreras de caballos, es fácil admitir que “La cumbre” es una de las mejores películas que va dejando este año.
En plena revolución industrial, cuando la burguesía rentista encara con horror el ascenso de los nuevos millonarios empresariales, un heredero del sur de Inglaterra (Tom Hiddleston) viaja a la joven Nueva York buscando financiamiento para una máquina diseñada por él mismo que aceleraría la productividad de extracción de minerales terrestres. Humillado ante un grupo de accionistas norteamericanos que se burlan de sus manos suaves y lo palmean con las suyas, callosas y educadas en la cultura del trabajo duro, el barón busca como plan de emergencia seducir a Edith (Mia Wasikowska), la hija única del accionista mayor y hacerse, sea con besos o con sangre, de la fortuna de su padre. Mediante un entramado de giros trágicos (uno de los cuales exhibe una brutalidad que casi emparenta a Del Toro con Gaspar Noé), Edith y el barón terminan casados y viviendo en la decrépita mansión del primero junto a su única hermana, interpretada por una inmensa Jessica Chastain en el borde mismo de la salud mental.
Las posibilidades vampíricas del elegante rostro de Hiddleston ya habían sido probadas por Jim jarmusch en “Solo los amantes sobreviven” (2013), pero es Del Toro quien escudriña el semblante de sus tres protagonistas, buscando en su palidez, en cada mirada y en el borde de las sonrisas reprimidas la savia misma de la literatura victoriana. La tuberculosis, la sexualidad constreñida y la melancolía gótica recorre como fantasma cada rincón de la casona. Es casi una perogrullada detenerse en el diseño, la paleta de colores y la dirección de arte de una película como ésta. Basta con verla y, si acaso, con afirmar que las alturas visuales que “La cumbre escarlata” registra en sus mejores momentos son el acta irrefutable de un artista enamorado de sus fuentes, capaz de hablar al tú por tú con sus influencias más caras, así sean Poe, Maupassant, Lovecraft o Emily Brönte.
Si nos atenemos al placer de observar, “La cumbre escarlata” es la película más bella de la vena gótica, hecha al interior de la industria, desde el “Sleepy Hollow” de Burton o las competentes reelaboraciones clásicas de Coppola (“Drácula”, 1992) o Branagh (“Frankenstein”, 1994). Pero es también una película terrible e incómoda: nunca Del Toro se atrevió con la violencia gráfica de modos tan abiertos como aquí, y eso abona en mucho a su impacto. Lo bello y lo terrible descansan aquí en el mismo lecho, como hermanos descubiertos en pleno incesto. Si el gótico puede aspirar a algo más alto que eso, alguien tendrá que demostrarlo.
Dirección: del Toro, Guillermo. Guion: del Toro, Guillermo | Robbins, Matthew. País: United States. Production: del Toro, Guillermo | Greene, Callum | Jashni, Jon | Share, Jillian | Tull, Thomas. Production Company: Legendary Pictures. Fotografía: Laustsen, DanEdition: Vilaplana, BernatSound: Gauthier, Glen | Leonard, Dennis | Oatfield, Larry | Ralston, Jen | Ribas, Albert | Smith, Mac | Thom, Randy. Música: Velázquez, Fernando. Cast: Beaver, Jim | Chastain, Jessica | Hiddleston, Tom | Hunnam, Charlie | Wasikowska, Mia. Art Direction: Reeves, Dusty