* CorreCamara inaugura esta sección dedicada a rescatar textos de los maestros de la crítica en México.

Por Raúl Miranda

El poeta Xavier Villaurrutia (1903-1950), ejerció la crítica de cine durante algunos años en la Revista Hoy. Transcribo aquí su crítica de la película Refugiados en Madrid
(Alejandro Galindo, 1938), como una muestra de su trabajo periodístico.
Su amigo, el escritor Celestino Gorostiza, es el autor del “script”
(así gustaba en llamarles a los guiones), junto con Rafael Muñoz y
Alejandro Galindo. 

La película cuenta cómo en una embajada en
Madrid de un país neutral, se van refugiando personas disímbolas que
permanecen involuntariamente juntas. El motivo de la solicitud de
refugio es la Guerra Civil Española. Aunque pareciera ser que los
refugiados son franquistas, no es del todo claro porque hay un espía no
se sabe bien de qué interés dentro del grupo, y porque la ciudad de
Madrid es custodiada por militares a la usanza falangista, cuando
históricamente Madrid fue republicana. Villaurrutia halaga el resultado
fílmico exclusivamente a partir de la estructura dramática, no hace
ningún balance ideológico, y sólo se refiere constantemente a la
“discreción” del trabajo actoral.  

En la década de los 30
del siglo anterior no se valorizaba el sentido del espacio fílmico, la
composición de la imagen, la utilización del sonido, la edición y otras
especificidades del cine. Aún así Xavier Villaurrutia sabía reconocer
que en el “orden dramático” se encontraban las tensiones narrativas,
singularidad del grandioso cine de Alejandro Galindo, al que también le
agradece su discreción.  

Transcribo también aquí Muerte en el frío,  una muestra de la emocionante poética del maestro de la soledad.

Refugiados en Madrid  (1938)

Por Xavier Villaurrutia

Si aplicamos a Refugiados en Madrid la comparación y el
análisis: instrumentos de la crítica, llegamos a la conclusión de que
se halla situado en un nivel superior a aquel en que se mezclan y
confunden sus monótonos compañeros los films mexicanos, y de que se
resiste, a pesar de algunos lagunas y cabos sueltos, una disección, una
operación rigurosas. Es, desde luego, un film que por su idea motriz
pone en juego la atención y la curiosidad del espectador. Tiene un
argumento desarrollado hábilmente y que hace sentir y pensar. ¿Puede
decirse otro tanto de las ya numerosas producciones del cine nacional? 

Celestino Gorostiza es el autor del desarrollo cinematográfico de
Refugiados en Madrid. Marco Aurelio Galindo ideó la situación: un grupo
de personas a quienes la revolución sorprende en la embajada de un país
neutral. Gorostiza recibió el problema e ideó todo un desarrollo,
basado en la situación y en los conflictos personales de los refugiados
y dio, al mismo tiempo, un sentido general a la obra. Quienes tuvimos
la fortuna de conocer el “script” cinematográfico de Gorostiza antes de
que fuera filmado, podemos atestiguar la coherencia, la unidad, la
variedad de elementos que puso en marcha, el orden dramático que les
prestó. Por desgracia, el “script” de Celestino Gorostiza no fue
respetado en todas sus partes: sufrió cambios y supresiones no siempre
afortunadas. Pero aquello que no pudo ni ser modificado y suprimido: la
estructura, la unidad dramática, conservaron el interés del film y lo
mantuvieron en pie. El cinematógrafo  nacional se anota, en virtud del
lógico argumento y del intencionado desarrollo de Celestino Gorostiza,
y gracias a la discretísima dirección y a la actuación que se mantuvo en
un tono de unidad poco frecuente en nuestro medio, un innegable
triunfo. 

Un reparto numeroso, en el que cada actor tiene oportunidad de probar sus posibilidades y sus recursos, aseguró a Refugiados en Madrid
su originalidad de no ser un film hecho a base de una estrella, sino de
muchos actores. Sería injusto no subrayar la discreción con que
actuaron, bajo la dirección de Alejandro Galindo. Los hermanos Soler,
Maria Conesa, Vilma Vidal, Arturo de Córdoba, Jorge Mondragón,
cumplieron justamente, manteniéndose en carácter, sin desbordar los
límites, las fronteras de sus personajes respectivos. Pero no sólo
ellos. Aún los actores cuyas intervenciones fueron, necesariamente,
limitadas, se mantuvieron en discretísimo plano, por lo que sería
injusto seguir nombrando, a riesgo de olvidar a alguno. 

Diferenciados hábilmente por el argumentista, actuados con tino y
dirigidos hacia un objetivo psicológico directo, los numerosos
personajes de Refugiados en Madrid interesan. Algunos llegan a
apasionar por la fuerza de su trazo, por su caracterización que
encontró en un actor adecuado un medio de expresarse. Así el
neurasténico que interpreta Jorge Mondragón, madura y estalla
lógicamente ante nuestros ojos.  Los puntos muertos, las lagunas que
tiene, no son lo bastante profundas para quitarle el mérito de ser un
film diferente, concebido y realizado con una soltura que no es el
platillo diario del cinematógrafo nacional. Una moralidad se desprende
de la exhibición de Refugiados en Madrid y es la siguiente: la
limitación que artificialmente se ha impuesto el cine mexicano de
abordar solamente temas folklóricos es, sencillamente, absurda. Un buen
argumento, un desarrollo consciente, pueden dar origen en México, como
en todas partes, a un film digno de atención. Refugiados en Madrid no necesitó de lo mexicano pintoresco, para anotarse un triunfo.






Muerte
en el frío

 

Cuando he perdido toda fe en el milagro,

cuando ya la esperanza dejó caer la última
nota

y resuena un silencio sin fin, cóncavo y duro;

 

cuando el ciclo de invierno no es más que la
ceniza

de algo que ardió hace muchos, muchos siglos;

 

cuando me encuentro tan solo, tan solo,

que me busco en mi cuarto

como se busca, a veces, un objeto perdido

una carta estrujada, en los rincones;

 

cuando cierro los ojos pensando inútilmente

que así estaré más lejos

de aquí, de mí, de todo

aquello que me acusa de no ser más un muerto,

 

siento que estoy en el infierno frío,

en el invierno eterno

que congela la sangre en las arterías,

que seca las palabras amarillas, que paraliza
el sueño,

 

que pone una mordaza de hielo a nuestra boca

y dibuja las cosas con una línea dura.

 

Siento que estoy viviendo aquí mi muerte,

mi sola muerte presente,

mi muerte que no puedo compartir ni llorar,

mi muerte de que no me consolaré jamás.

 

Y comprendo de una vez para nunca

El clima del silencio

donde se nutre y perfecciona la muerte.

Y también la eficacia del frío

que preserva y purifica sin consumir como el
fuego.

 

Y en el silencio escucho dentro de mí el
trabajo

de un minucioso ejército de obreros que
golpean

con diminutos martillos mi linfa y mi carne
estremecidas;

 

siento cómo se besan

y juntan para siempre sus orillas

las islas que flotaban en mi cuerpo;

 

cómo el agua y la sangre

son otra vez la misma agua marina,

y cómo se hiela primero

y luego se vuelve cristal

y luego duro mármol,

hasta inmovilizarme en el tiempo más
angustioso y lento,

con la vida secreta, muda e imperceptible

del mineral, del tronco, de la estatua.