Por Sergio Huidobro
Desde Morelia, Michoacán
La tercera ronda de competencia en el Festival Internacional de Cine de Morelia ha sido dominada por las dos cartas de ND Mantarraya que aspiran a lograr premios el próximo sábado: “Pacífico” de Fernanda Romandía y “La región salvaje” de Amat Escalante, por mucho, el centro de la expectativa en la sección de ficción del festival michoacano. Se agradece su programación temprana en el calendario: así todos salimos de dudas y pasamos a atender al resto de las aspirantes, que hasta hoy muestran un nivel entre mediano y desconcertante.
En el origen de “Pacífico”, el primer largo de ficción de Romandía, está un proyecto documental que compitió como Work in Progress en el parisino y siempre interesante Cinéma du Reel. En el camino, una serie de circunstancias, que intuyo entre azarosas y oportunistas, terminaron convirtiéndola en una docu-ficción. Ahí empiezan sus problemas. Concebida como una documentación alrededor de los trabajos de construcción de una casa de Tadao Ando en Oaxaca, la película se siente precisamente así: como los cimientos de una obra negra que no permite imaginar la estructura final.
El argumento es simple e intermitente, a ratos vaporoso. Un obrero de construcción a quien llaman Oriente, combina sus jornadas en la cimbra con lo que él llama su vocación poética: elegir pasajes aleatorios del Quijote para repetirlos como mantra. Alrededor de la obra se pasea una niña, ahijada de varios de los albañiles, pregonando que una compañera escolar le robó un par de aretes. Un puño de personajes incidentales platican entre sí sobre el futuro, el clima o el noviazgo. De pronto, la película terminó. El resultado es un producto más de una larga serie de intentonas formalistas, supuestamente sensibles, pretendidamente intelectuales, con una pátina leve de posiciones autorales, exploraciones del lenguaje fílmico, sociocrítica impostada, etc. Destaca el delicado trabajo de cámara de Pedro González Rubio, que en mucho recuerda a su propia, extraordinaria “Alamar” (2009).
Por la tarde se ha estrenado “La región salvaje” más o menos en las mismas condiciones que “Heli”: en medio de una expectativa fantasmal, creada antes por los rumores de terceros que por otra cosa. Es una estrategia bien cultivada por su distribuidora. A mí la película me sorprendió por su osadía para manipular registros disímiles y para metaforizar su conflicto central (el odio como válvula de escape de la represión del instinto erótico) sin tropezarse con sus propios pies. Aunque la película queda lejos de ser perfecta –su arco dramático tiene altibajos, su resolución es tibia, el elenco no parece latir al mismo ritmo en todo momento- su arrojo no se desboca ni se excede, gracias al pulso firme que ha ganado Escalante a lo largo de cuatro largos.
El otro responsable es Gibrán Portela. Su guión camina en una cuerda de equilibrista. De un lado está su ambigüedad y del otro, el peligro del ridículo. No cae en uno ni en otro, pues el drama que lo mueve es extrañamente universal. A pesar de su descarado pastiche de “Posesión” de Anzdrej Zulawski, la cinta de Escalante toma un impulso en su segunda mitad que la eleva y la reviste de una identidad propia, indeleble. Su impacto es menos evidente que el de “Heli” o “Los bastardos” porque es menos efectista. No hay cabezas destrozadas ni genitales en llamas, pero hay horrores más abstractos: un río, un bosque, una cabaña vacía. Y sí, en el camino, también está la orgía más desconcertante de la que tengamos memoria, una que involucra mapaches, guajolotes y meteoritos. Así de rara es “La región salvaje”, así de inteligente también.