-“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”  
Ingrid Bergman en “Casablanca”   

Por Lorena Loeza   

No cabe duda que el género romántico debe ser difícil de recrear en pantalla. Un pequeño error de cálculo y la cosa se vuelve cursi, grotesca o ridícula. Sin embargo, también es cierto que esta dificultad se puede afrontar (o pasar por alto) si tomamos en cuenta que el asunto atrae a millones de espectadores a las salas de cine, generando jugosos dividendos en taquilla.   

Siendo la cuestión amorosa un enigma que tanto nos perturba a los seres humanos, tampoco es raro que el ver retratadas nuestras vicisitudes amorosas, acabara por provocarnos mucha risa. Siendo divertido (y sano) poder reírse de uno mismo, el asunto de la catarsis colectiva por los excesos cometidos en nombre del amor, pronto también se convirtió en un gancho taquillero que goza de enorme aceptación entre el público de todas las edades.   

La supervivencia de la comedia romántica ha resistido cambios bruscos de ideología, recreaciones culturales y modernizaciones, en parte porque ha encontrado que toda relación amorosa tiene un profundo y explotable lado tragicómico y que eso no cambia mucho de una cultura otra. Es decir que aunque las parejas modificaron roles, identidades e incluso preferencias sexuales, siempre existen excesos en la conquista o en el esfuerzo de mantener una relación que son muy fáciles de parodiar, que logran todos nos identifiquemos con ellos en algún momento de nuestras vidas y por tanto, movernos a reírnos muchísimo y salir satisfechos de la sala de cine, pensando en que el importe del boleto es una suma bien gastada: nos ahorró quizás una sesión de catártica terapia.   

Hollywood encontró además en su llamada época dorada, que el asunto permitía que sus estrellas generaran ganancias en taquilla de un modo diferente, pero sin perder el glamour. Fueron además un destacado recurso de entretenimiento para una sociedad deprimida por el saldo de las guerras y las crisis, y de hecho han representado siempre un buen recurso en ese sentido: la producción de este tipo de cintas, prolifera de manera importante en las épocas difíciles.   

En general, había dos grandes categorías para contar este tipo de historias: las que contaban las peripecias para dejar la soltería y encontrar a la pareja ideal (el esquema cuento de hadas con final feliz) o bien, el de la comedia de la estabilidad matrimonial, donde los enredos y las tentaciones no logran sin embargo, separar a las parejas que de verdad se quieren, y éstas también tienen final feliz.   

El final feliz parece ser insustituible, se trata de pasar un buen rato. Pero con el tiempo, hubo de ser necesario hacer algunos cambios al trillado esquema. La variante “soltería por elección” y “divorcio como mejor opción” hubo de ser introducida poco a poco y paulatinamente, como parte de la realidad de fines del siglo veinte, pero tratando siempre de que los enredos amorosos fueran los suficientemente cómicos para que la gente pudiera reírse de ello y no sentirse sola y profundamente desgraciada. Es así que con ciertas modificaciones, pasamos de las solteras que buscan maridos a las mujeres que no entienden a los hombres y tienen que besar sapos para encontrar al príncipe azul.   

Y aunque en general, enredos y desenredos amorosos generaron muchas comedias memorables, es importante destacar las estelarizadas por Marilyn Monroe (“Una Eva y dos Adanes” o “Cómo atrapar a un millonario”, entre o otras), que permiten la comparación con el nuevo estilo de hacer este tipo de películas.   

Quizás la mejor exponente contemporánea de la comedia romántica postmodernista es Bridget Jones. Sin el atractivo físico de Marilyn Monroe, se enfrenta al mismo dilema de cómo hacer para conseguir a la pareja de sus sueños. La propia Monroe ya había dado algunas pistas: de preferencia el tipo ideal es un millonario, al que le gusten las muejres algo tontas, pero que ello no obste para que termine por caer redondito y enamorado sin poner demasiadas condiciones.   

Este argumento explotado hasta la saciedad, encuentra una brillante modificación en el personaje de “Bridget Jones” (Renée Zellweger) que es rubia y tonta, sin que medie el glamour o el atractivo físico a su favor. Sin embargo, Jones explota algo en lo que la Monroe falla: la autenticidad. El mismo año que se exhibe “El diario de Bridget Jones” (S. Maguire, 2001) también lo hace “Legalmente rubia” (R. Luketic, 2001) otra buena exponente que clama por la no discriminación a las rubias. Reese Whiterspoon no lleva el asunto de la rubia atractiva al extremo de romper el estereotipo de la rubia-tonta por la rubia-inteligente, pero si por la rubia auténtica (al igual que Jones) que no le tiene miedo al ridículo y que puede ser tenaz y determinada para conseguir sus objetivos ante la asombrada mirada de quienes la han subestimado. Sin embargo, hay reglas en el discurso y la construcción narrativa que no se modifican en ninguno de los casos mencionados, a pesar de pretender revolucionar al género: incluso tratándose de secuelas, el final –siempre- tiene que ser feliz.   

El otro estilo de hacer comedia romántica se volvió un poco más complicado de modernizar. ¿Cómo hacer reír hablando de la estabilidad de las parejas con el fantasma de divorcio encima? Las comedias románticas de enredo matrimonial filmadas en la época de los 40 y 50, de gran esplendor del cine hollywodense, tenían un trasfondo conservador de “viva la familia” por demás evidente. Cintas como “The Lady Eve” (P.Sturges,1941), o “La costilla de Adán” (“The Adan rib”, G. Cukor, 1949) y “La comezón del séptimo año” (“The seven year itch”, B. Wilder,1955) también estelarizada por Monroe, apenas planteaban la modificación de roles en el matrimonio, la liberación femenina y los peligros de la infidelidad. Al final el amor verdadero y el sentido de la familia triunfa, en un obvio y previsible final feliz.   

Pero esa premisa fue cada vez más difícil de mantener y es así que llegaron a la pantalla también entre los 90 y en adelante, comedias de enredo matrimonial que a pesar del divorcio y la infidelidad mantienen el final feliz. Un buen ejemplo de ello es “A él no le gustas tanto” (“He´s just not that into you”, K. Kwapis, 2009) que enarbola la posibilidad de seguir buscando, de esperar un nuevo final feliz y de no perder la esperanza.   

Pero comentarios sobre este género estarían incompletos sin nombrar a Woody Allen que a fuerza de constancia logra crear un estilo propio, cargado de ironía y humor negro y que ha construido discursos en los dos estilos antes mencionados. Tanto la búsqueda como la separación, son dignas -tanto para Allen como de su numeroso séquito de admiradores- del escarnio de colectivo. Woody Allen se aventura a romper la regla -hay finales ambiguos en cuanto a ser clasificados como felices en sus películas- pero a fuerza de repetirse, también este discurso se va volviendo predecible con el tiempo.   

Y quizás es injusto solo mencionar como ejemplo un puñado de cintas, porque la producción cinematográfica ha sido basta en este rubro. Carreras enteras de actores y actrices se han forjado gracias a estas cintas, como la de Meg Ryan, por ejemplo, que es incluso garantía de taquilla y una de las actrices mejor cotizadas de nuestros tiempos.   

Pero, ya sea por el deseo de vivir a plenitud y encontrar el amor verdadero, o de mantener -.pese a todo- el que ya hemos encontrado antes, la verdad es que este tipo de historias son atractivas y taquilleras por plantear una cuestión fundamental: el amor siempre existe como una verdadera y brillante posibilidad, y eso, no es algo que solamente suceda en el mundo irreal y ficticio de las películas.