Por Samuel Lagunas
Desde Morelia
A diferencia de las dos ediciones anteriores a las que he asistido, este año la competencia de cortometraje animado del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) no permite apostar por una sola película. En 2016 “Taller de corazones” (León Fernández, 2016) conmovía por su capacidad de contar una historia tierna, dolorosa y aleccionadora con un stop-motion tan delicado como eficiente. Con “Cerulia” (2017) Sofía Carrillo dejaba en claro su altísima capacidad para hacernos parte de sus pesadillas. En ambos años no hubo película que las igualara.
En este 2018, sin embargo, las impresiones son contradictorias; si bien es cierto que técnicamente hay una consistencia mucho mayor que en años anteriores en los logros de cada una de las cintas, ninguno de los 11 cortos posee suficiente contundencia para volverse inolvidable. Algunos quedan muy cerca de ese punto pero la mayoría se encasilla en sus propios límites (técnicos, temáticos o narrativos). Enlisto en orden de preferencia cada uno de ellos:
“La máscara de Velia” (Elsa Martínez y Elizabeth Vallejo, 2017)
3 minutos fueron suficientes para que Elsa Martínez y Elizabeth Vallejo consiguieran un debut más que satisfactorio. La combinación de stop-motion con digital para caracterizar al personaje central es acertada. En una sociedad donde las máscaras se han vuelto de uso común, Velia ha roto la suya. Durante un viaje en autobús recibe de un niño una lección que la cambia por completo. Las buenas intenciones de “La máscara de Velia”, su afinado trabajo de animación y su exquisita capacidad de despertar en tan poco tiempo una empatía con sus personajes la sitúan en una de las favoritas de la categoría.
“Todo sucede mientras duermes” (Adrián Quintero Mármol, 2018) y “Viva el rey” (Luis Téllez, 2017)
La sucesión de imágenes que nos presenta Adrián Quintero asoman una capacidad notable no sólo para generar trazos que conmocionan sino para alterar nuestra percepción del mundo. Que “Todo sucede mientras duermes” no posea un hilo narrativo preciso puede actuar en su contra al quedar reducida a un catálogo de imágenes y frases alucinantes. “Viva el rey”, en cambio, es excesiva en su dramatización. Estamos en una partida de ajedrez mucho más emocionante que la que pudimos ver en la primera entrega de la saga de “Harry Potter”. El tablero pende sobre un vacío y hacia allá van cayendo las piezas una a una. Al final una reina y un peón se baten por la corona restante. Como es lógico, este cortometraje intenta hablar de la guerra, de su atrocidad, de su locura, aunque ese mensaje queda empolvado entre tanto espectáculo efectista.
“Reverie” (Philip Louis Piaget, 2018) y “Kvazar” (Alan Girón y Eric Rodríguez)
Dos historias de pérdidas en contextos tremendamente diferentes. En “Kvazar” un hombre busca a su esposa a través del universo. Aunque resulta predecible desde el principio, nos mantiene en tensión gracias a la cuidada caracterización de sus escenarios. “Reverie” nos asoma al duelo de un jovencito al saber que la muerte merodea a su hermano. Estamos en algún sitio rural de México donde el mito y el sueño se conjugan para ayudar al personaje a enfrentar su destino. Aunque ninguna ofrezca una perspectiva sorpresiva sobre el duelo, el valor de ambos trabajos radica en su capacidad para generar atmósferas desoladoras y al mismo tiempo mágicas o misteriosas.
“Gina” (David Heras, 2018) y “Primos” (Federico Gutiérrez Obeso, 2018)
“Gina” es una historia de aceptación. Bonita. Adecuada. Una niña nace adherida a una botarga de gallina. A causa de eso, es molestada constantemente por sus compañeros y titubea en cumplir sus sueños de bailar danza folklórica. Sólo una tragedia la despertará de ese letargo y la ayudará a sacudirse todos los prejuicios de los demás. No hay mucho más que decir salvo que como parábola antibullying resulta modélica. “Primos” es también una parábola pero con otras intenciones. Un grupo de changos se embarca en una lucha por el poder que se resuelve solamente cuando logran recordar sus orígenes. Ese llamado a la reconciliación lleva la fábula a buen puerto. Nada más
“32-Rbit” (Víctor Orozco, 2018), “Lo que importa es lo de adentro” (Eduardo Altamirano, 2018) y “Dejarse crecer el cuerpo” (Andrea Gudiño, 2018)
Estos tres cortometrajes son limitados desde su origen. Empeñados en sostener un argumento ideológico bien definido (sea la crítica a las tecnologías, hablar sobre los desperdicios orgánicos o visibilizar la diversidad), se conforman con ilustrarlo. El trabajo hecho por Eduardo Altamirano, heredero del estilo HuevoCartoon deja una lección y vislumbra una tarea: hay que producir más caricaturas mexicanas. Talento hay.
“Aguacera” (Cecilio Vargas, 2018)
Muy poco que decir sobre este cortometraje. La idea es buena: hablar sobre los ciclos de la vida y la muerte a partir del ciclo del agua. Hablar sobre el tiempo mítico de la naturaleza. Pero el plano elegido por Cecilio Vargas para retratar la escena nos aleja de la historia y su intención se pierde desde el principio.