* De El Exorcista al cine de Carlos Enrique Taboada
Por Lorena Loeza
¿Nunca se ha preguntado porque en el cine de horror son más frecuentes las mujeres poseídas que los hombres? La pregunta puede parecer ociosa, pero en realidad encarna una muy antigua – y seria- discusión sobre la condición femenina y el prejuicio acerca de la propensión a caer en la tentación y sucumbir al mal.
El origen de la cacería de brujas en Edad Media, se basaba en la aceptación de que para el diablo es mucho más sencillo convencer de hacer el mal a las mujeres que a los hombres, como queda de manifiesto en la historia bíblica de Adán y Eva. Las mujeres eran consideradas como débiles de espíritu, propensas a la seducción y sin escrúpulos condición suficiente para lograr la perdición de los hombres, vía la corrupción y la lujuria. No es de extrañar que miles de mujeres fueran quemadas en la hoguera tomando como base este misógino criterio.
Con el tiempo, es claro que las historias de brujas y aquelarres quedaron vigentes en el imaginario popular y nunca desaparecieron del todo. La idea de que las mujeres son más propensas a los ataques demoniacos sobrevivieron a las eras tempranas de la modernidad y se perpetuaron en la historias fílmicas que quedaron incrustadas en el imaginario colectivo aún en la actualidad.
El mejor exponente de este asunto es sin duda El Exorcista (The Exorcist, W. Friedkin, 1973) un clásico del género que resulta todo un fenómeno cultural. Se dice que pocas personas se imaginaban de verdad como sería un poseso, hasta que vieron la película. Y se dice también que William Peter Blatty – autor del libro en que se basa la película- se inspiró en un caso real que leyó en una nota de periódico, al que le hizo algunas modificaciones. Entre ellas, cambiar el género del protagonista: la historia contaba como el demonio había poseído a un adolescente varón de 13 años. Otra cuestión importante es que al parecer el niño en cuestión, tenía familia compuesta por padre, madre y una tía que fallece antes del evento. Para la versión de Blatty, el universo es completamente femenino: una madre soltera, una ayudante, una ama de llaves y un mayordomo ya mayor, es el ambiente donde el demonio decide hacer su aparición.
A partir de El Exorcista, la fórmula se repetiría en distintas ocasiones. En muchas de ellas conservando el asunto de que sea una mujer la que resulta poseída por el demonio. No se trata de una regla general, pero si de una tendencia constante. Y si bien existen cintas donde el poseído es hombre, como sucede en la historia de Amytiville, (Amytiville horror, S. Rosenberg, 1979) ahí hay una variante interesante: los hombres poseídos son más violentos, cometen crímenes y asesinatos a causa de que el diablo despierta en ellos su lado más salvaje y asesino, cosa que no sucede con las mujeres que reciben el mal –en general- de manera pasiva.
Otros dos buenos ejemplos de cómo es diferente el tratamiento del tema de las posesiones en hombres que en mujeres son El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, S Derrickson, 2005) y La posesión (Requiem, H. C. Schmidt, 2008) Ambas tratan el asunto de la posesión ligada a enfermedades neurológicas – epilepsia en este caso- poniendo en el centro de la discusión que a pesar de todo, todavía es posible que un fenómeno de este tipo pueda explicarse tanto como posesión o enfermedad, sin que sea posible dar una un respuesta concluyente del todo.
En ambos casos hablamos de mujeres jóvenes, de familias provincianas que se enfrentan solas por primera vez a la ciudad, y a un ambiente universitario, provenientes de familias con una sólida fé católica.
Y por último hay que señalar que curiosamente el contexto femenino de las posesiones y lo sobrenatural, encuentra excelentes ejemplos en el cine nacional, sobre todo en las películas de Carlos Enrique Taboada, considerado por muchos el único director sólido del género en la industria mexicana.
Teniendo el universo femenino como escenario de lo sobrenatural, Taboada filma Más negro que la noche, (1974) donde un grupo de cuatro jòvenes llega a vivir en una casa donde todavía ronda el fantasma de la tía de una de ellas. En El libro de piedra (1968) la elegida para ser el contacto de Hugo -un niño atrapado entre los vivos y los muertos a causa de un conjuro de su padre- es también una niña preadolescente. En Veneno para las hadas, (1984) la situación terrorífica – que no sobrenatural y eso quizás haga la excepción en el tratamiento del tema- se desarrolla entre los juegos de dos niñas alejados del mundo adulto y la realidad.
Pero acaso sea en Hasta el viento tiene miedo, que el director encuentra la mejor manera de embonar el ambiente femenino con lo sobrenatural y en específico con la posesión.
Hasta el viento tiene miedo es filmada originalmente en 1967. La trama es una historia clásica de fantasmas que se desarrolla en un internado para señoritas, donde el alma de una interna que se había suicidado varios años antes ronda a una de las alumnas, en un extraño de caso de posesión para poder llevar a cabo su venganza.
El ambiente es oscuro, la historia es de un estilo poco realizado en México, que hasta ese momento había concentrado la producción del género a historias de leyendas – como la Llorona y los vampiros- y monstruos, principalmente pensados para las películas de luchadores. La película explota una forma de terror psicológico basado en la propia fuerza de la historia, y los ambientes donde se desarrolla. Siendo la producción tan modesta –prácticamente carece de efectos especiales o de maquillaje – y con algunas actuaciones no muy bien logradas, la verdad es que sigue siendo recordada como una de las mejores del género hecha en México-
El interés por la película sigue tan vigente, que a 40 años de su filmación, se hace un remake (Hasta el viento tiene miedo, G. Moheno, 2007) de la historia con mejor producción que la versión original. Parte de la trama se modifica, porque en este caso no se trata de un internado de señoritas, sino de una institución dedicada a atender a adolescentes con problemas de conducta antisocial. Ello quiere decir que para la nueva versión se mantiene el asunto de lo escalofriante que puede ser un ambiente femenino cerrado, aún y cuando el asunto se ligue a enfermedades neurológicas y trastornos del comportamiento.
Ello mantiene hasta cierto punto la máxima popular de que cuando Dios se hizo hombre, ya el diablo se había hecho mujer. Parece que el demonio –por lo menos en el cine- también tiene sus propios prejuicios de género después de todo.