Por J. J. Flores Hernández
El malestar en la cultura, dijo Lacan lector de Freud, es el deseo. Que haya un deseo afuera del propio, por extraño que parezca, es insoportable. Eventos como el pasado 22 de mayo en el bar Madame en Xalapa, Veracruz una balacera que dejó cuatro muertes y doce personas heridas, tal vez más, y el 12 de junio en el bar Pulse en Orlando, Florida la masacre de cincuenta personas y cincuenta y tres heridas así como el día a día de los feminicidios que no son reconocidos como tales reiteran la tesis de los psicoanalistas. No es de hoy: la otredad y la diferencia son un mal que es preciso negar y aniquilar. Las fobias ligadas a las preferencias, gustos y elecciones de amor son siempre infames no sólo por lo que condenan sino por lo que visibilizan. En “American Beauty” (1999) de Sam Mendes hay un padre que odia a su hijo porque en el fondo lo que no se soporta es no tener el valor propio para asumirse distinto y correr el riesgo: en un mundo donde los roles de género vehiculizan las relaciones interpersonales aceptar la diferencia es inconcebible, hasta inaceptable; mejor matar que morir (real o metafóricamente). En un sentido contrario Pride (2014) de Mathew Warchus es un filme entusiasta, con corazón. El orgullo al que alude el título no sólo se refiere al hecho de ser sino sobre todo al de pertenecer y hacer comunidad sin importar las elecciones de amor. En su forma de contar hay un empuje esperanzador sin ser condescendiente ni moralista, le valió en su momento la Queer Palm en Cannes. Hace unos días, el 25 de junio, a propósito también de la marcha del orgullo en la Ciudad de México, Roberto Fiesco escribía en El País una reflexión acerca del cine y las diversidades sexuales titulado “La pantalla cuir”.
En el cine nacional ha habido, dice Fiesco, hasta Julián Hernández y “Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor” (2003), el empuje por un cine con perspectiva homosexual en donde el amor entre hombres o es culposo o de feria. Mil nubes cambió eso y, reitera, persistirán en el intento. Para contrarrestar el malestar en la cultura hace falta denunciarlo y, por supuesto, tener como correlato la celebración de las diferencias. Dicho en voz alta: los géneros, Beatriz Preciado gracias a Judith Butler lo escribió mejor, son performatividad y eso debería saberlo también el cine y las demás artes.
“Club Amazonas” (2016) de Roberto Fiesco cuenta la historia de Jessica Mavissa Barrera Aguirre, otrora Oscar Josué, y Anyela Sharlot Zúñiga originarias de Honduras que huyen de su país en busca de una vida posible por el hecho de decidir ser mujeres aún cuando nacieron en cuerpos de hombres. Es, dice Fiesco, una historia de éxito porque al final, papeleo mediante, lograron el refugio humanitario en México. Ambas, tras tres días de viaje, quedan varadas en Tonosique, Tabasco y ahí la historia. No es un cortometraje más sobre la migración de Centroamérica a México o no es sólo eso. Es además una película que centra su mirada en la migración por razones de identidad y elección de amor, se inscribe en una tradición al pensar las diversidades sexuales. Pero va más allá, es probablemente el primer (¿lo es?) cortometraje documental en reflejar, vía las voces y la crónica, el periplo de dos jóvenes transexuales migrantes. La transexualidad es un tema que sin duda dialoga con “Quebranto” (2013), aquel inolvidable debut. “Club amazonas” está coescrito con Julián Hernández y surge como proyecto ganador de la convocatoria de la Red de DH Migrantes y la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.
Un paréntesis. Dos instantes en la vida de Roberto Fiesco que son cinematográficos y además cifran las coordenadas del futuro que es hoy. De noche, frente al televisor, el joven Fiesco se dedicaba a ver cine, puro cine mexicano de ese que una televisora adquirió, con cierta oscuridad, los derechos. Si lo hacía era por dos motivos. Primero, porque el padre del niño-joven Fiesco era un gran cinéfilo y, dos, porque a través del cine y la noche esperaba el regreso del trabajo del padre quizás sólo para platicar una vez más sobre tal o cual escena a la que ambos habían quedado prendados irremediablemente. Ver ahí a Fiesco, frente al televisor, es sumamente evocador e ilustrativo de la persistencia. Segundo instante. A los diecisiete años la casa de papá y mamá de Roberto Fiesco, en la calle Donceles en la Ciudad de México, era sede de la filmación de la película “La mujer del puerto” (1991) de Arturo Ripstein, ahí se conocieron de frente. Fiesco supo de inmediato la fuerza que esa escena tenía para alguien que ya sabía de cine pero que comenzaba sus estudios en el CUEC. Años después, produciendo “Las razones del corazón” (2011), Ripstein se acordará de la casa pero no de Roberto: el olvido es una de esas razones a las que hace alusión el título de la película. Ya en ciernes algo de alquimia con el uso de los recuerdos y la voz. Cierre de paréntesis.
Una obra maestra lo es por su trascendencia. Roberto Fiesco, director, tiene al menos una: Quebranto. En él Coral Bonelli, otrora Fernando García Ortega alias Pinolito, nos lleva de la mano junto con su madre Lilia Ortega, Doña Pinoles, a través de sus memorias, sus éxitos, fracasos y actualidad. En una de las tantas escenas que son entrañables cuanto desgarradoras Coral, al lado de su madre, cuenta cómo fue que decidió ser mujer al tiempo que Doña Pinoles agrega que no la quiere ver sufrir, que eso no quiere para su hija, después de haber estado en grandes sets de filmación hay que empezar de nuevo. En “Quebranto” Roberto Fiesco tuvo el acierto de hacer pasar por fortuitas algunas escenas que, por el contrario, habían sido montadas para la película, por ocurrencia o performatividad del género. Fiesco conjugaba las imágenes alquímicamente. Pero no sólo eso. Acertó doblemente al entrar en la vida de una actriz que fue también actor y que estaba acostumbrada a la presencia de las cámaras. Coral Bonelli resplandece con generosidad hasta en los momentos más oscuros. Todo eso sumado hace de “Quebranto” una obra maestra. Se leerá exagerado pero el tiempo se encargará en demostrarlo. En “Club Amazonas” siendo congruente con, ahora sí, su propio estilo hay cierta sensación de recreación y reconstrucción. Lo que en “Quebranto” había sido asombro en “Club Amazonas” es reconocimiento. Más claro: en “Quebranto” todo se siente natural, en “Club Amazonas” hay escenas que se sienten fabricadas. Lo radical es que pese a ello el cortometraje tiene una fuerza inusitada y sí, se le debe a su brevedad. La alquimia es precisamente una especulación encantadora. Hay algo de diferencia y también de repetición. En “Orlando” (1928) de Virginia Woolf hay una escena frente al espejo en donde el personaje homónimo del título se descubre mujer: hay una transmutación, transubstanciación, es transgénero. Tal momento estaría en la historia de la literatura universal por lo inusitado y radicalmente novedoso. Queriendo o no la escena se extiende también a “Più buio di mezzanotte” (2014) de Sebastiano Riso: Davide despierta en el hospital, se levanta. Se mira al espejo y grita, con la voz marchita, desesperadamente en silencio. Vasos comunicantes: Orlando, Anyela, Coral, Jessica, Davide, yo, tú, usted.
Jessica cuenta que de ser hombre “normal” nada de esto le habría pasado. No es novedad. Christian Poveda en “La vida loca” (2008) ya había mostrado que en países como El Salvador, y se replica en los demás países de centroamérica, hay dos opciones: o pertenecer a las pandillas o emigrar. Nuestro miedo, agrega Jessica que le decían su mamá y papá, no es que seas así es que a las personas como tú les pasan tantas cosas. Repetición y diferencia: esa voz es un correlato de la voz y el sufrimiento de Doña Pinoles. La escena de presentación de Anyela es un momento magistral. Anyela prevalece como voz en off mientras, en cama, revisa su celular. Es un instante de esplendor por la cámara y el uso del color. Anyela es Perito Mercantil y Contadora Pública, con título, pero “desde el momento en que te vistes de chica ya dejas prácticamente de tener todos tus derechos”. “Club Amazonas” incluye dos testimonios más. Fray Tomás González director de “La 72” hogar-refugio para personas migrantes en Tonosique y de Alan Contreras, presidente del “Club Gay Amazonas” de donde viene el título del cortometraje pero reformulado.
De ambos un detalle. “La pobreza en centroamérica ha destruido absolutamente todo, incluso los valores trascendentales de un pueblo, y ha abonado a otros males como la discriminación”, dice Fray Tomás, “por encima de nuestras creencias religiosas, por encima de la iglesia católica este es un lugar donde se promueve y defiende la humanidad”, concluye. “La 72” catapulta la imaginación y expande la realidad. 72 fueron los y las migrantes masacrados masacradas en Tamaulipas. 72 es el título de un cortometraje de Jorge Michel Grau de 2011. Todo eso sumado estalla por evocación. El Club Gay Amazonas, dice Alan Contreras, surge en 1984-85 en un afán de prevención entre amigos homosexuales por el VIH-SIDA. La intención es que la comunidad sepa que quienes están ahí son homosexuales: que se reconozca en fraternidad la diferencia. Tonosique es según estadísticas una de la ciudades con menos discriminación a razón de diversidad sexual.
La forma en la que Roberto Fiesco permite pensar el cine es arte puro: un documental que se filma como ficción, una ficción que hurta del documental. Eso es más o menos lo que hacía la alquimia: jugar en serio. La diferencia entre ficción y realidad, se sabe, a veces es mínima cuando no inexistente. Fue cierto aquello que Fuentes afirmó: en México la realidad supera a la ficción. Pero, diríamos con Fuguet, que nunca-tanto. Replanteamiento: en México hay más realidades que ficciones. Replanteamiento: en México hay más ficciones públicas que realidades manifiestas. Replanteamiento: en México necesitamos que las realidades se manifiesten y que las ficciones estén a la altura. Y así alquímicamente etcétera.
Los planos detalle son siempre una construcción de atmósferas y a veces de estados de ánimo. Sucede en “Trémulo” (2015) se repite en “Club Amazonas”. El primer plano, el que abre la narración, es un espectacular que da la bienvenida, después, otros letreros que muestran la divergencia de destinos, hacia un lado Guatemala en el opuesto México. Y después la frontera que sólo es para quien no puede, para quien sabe que ahí está el límite y lo demás son sueños. La presencia de un niño frente a las rejas de una frontera no podría ser más precisa ni más contundente. Son metáforas y además son realidad. Dos instantes más. Jessica y Anyela caminan por un parque, es de noche. En off cuentan los motivos de su salida, el odio que se les tiene por ser, por vestir, por existir. En San Pedro (Honduras), dice Jessica, mataron primero a cinco amigas prostitutas, luego a dos gay y después a tres, todo en la misma semana. Antes de venirnos los mareros nos habían pedido nuestros números, concluye. La escena es desoladora pero también trae esperanza porque ellas dos, Jessica y Anyela, caminan juntas y aún sonríen. Hacia el final del cortometraje aparecen leyendas, números y cifras que son un golpe más. Entre 2009 y 2014, versa, se han logrado documentar en Honduras más de 170 crímenes de odio, que no está tipificado como crimen, y la mayoría son contra las mujeres transexuales: vigencia del malestar en la cultura.
Si Roberto Fiesco hereda el talento de la alquimia es porque trata la vida y la desdobla, la expande, la revitaliza. El orgullo de esa última mirada de Jessica, el último plano, es porque estamos vivas vivos y así nos queremos.
@JJFloresHdz
Veintiocho y veintinueve de junio de dos mil dieciséis.
Centro de la ciudad, Querétaro, Qro.
“Club Amazonas” – Roberto Fiesco TRAILER from theopenreel on Vimeo.