Por Sergio Huidobro
Desde San Cristóbal de las Casas
El caudal de relatos escritos y fílmicos en torno a la vida rural, de México o de cualquier parte, son un caldo de cultivo para los lugares comunes. No es culpa de nadie: las industrias culturales, predominantemente ajenas a los circuitos no urbanos, tienden a reproducir por inercia las visiones traducidas, aportadas por terceros, acerca de las vidas ligadas a la tierra.
Pero es la saludable ausencia de este “extranjerismo de clase” lo que más me atrae de dos de las películas presentadas ayer en el Festival Internacional de Cine de San Cristóbal de las Casas, ambas con un visible éxito en la audiencia. El documental “Llévate mis amores” y la estupenda ficción “La tirisia”, fueron exhibidas como una dupla involuntaria o casi accidental. La lectura entre líneas de ambas fue un recordatorio de las mejores posibilidades que ofrece un festival de cine.
Llévate mis amores
“Llévate mis amores” llegó después de haber ganado el premio México Primero del FIC Los Cabos. Se trata de un acercamiento periodístico íntimo a un extraordinario grupo de mujeres: Las Patronas de Veracruz, madres, hijas y nietas de escasos recursos materiales, amas de casa todas, que durante veinte años han movilizado voluntades en su comunidad para preparar decenas de almuerzos empaquetados que ellas mismas se encargan de “aventar” hacia los migrantes que cruzan a toda velocidad sobre el lomo de La Bestia.
“Llévate mis amores” podrá ser acusada de ser un trabajo convencional en la forma y poco arriesgado en tono o estructura, pero su atronador poderío emocional no tiene nada de maniqueo ni gratuito: es producto de un relato bien contado y de la distancia exacta que logra establecer con sus personajes, mezcla de respeto, curiosidad y admiración. El director, Arturo González Villaseñor, también productor y colaborador de Proceso, exhibe buen dominio del ojo documental y no le cierra las puertas a la emotividad como herramienta periodística. Para algunos, esto será un elemento cuestionable; a mi me parece un elemento saludable.
No creo ser el único. A la mañana siguiente de la proyección, durante el desayuno, intercambié comentarios con Arcelia Ramírez, quien no está involucrada de forma alguna en la cinta, pero era una de las asistentes más emocionadas al final de la función. Registro aquí sus impresiones porque dan fe de aquello que “Llévate mis amores” provoca en las audiencias: “Es una película poderosísima y es una lección de vida. Estas mujeres que están alimentando a sus hijos, son madres universales, son algo así como la madre tierra, y surgen de la tierra para alimentar a sus hijos. Es una bendición esta película, es un homenaje.”
La tirisia
Como “Llévate mis amores”, “La tirisia” es otro largometraje que acierta en su evasión de las imágenes más fáciles de la provincia. Este segundo largometraje de Jorge Pérez Solano (el primero, “Espiral” (2008), sigue esperando al público que se merece) posa la cámara en la frontera árida entre Puebla y Oaxaca para contar una historia de maternidades difíciles y solidaridad inesperada.
Dos mujeres (Adriana Paz, Gabriela Cartol, excelentes en dos tonalidades distintas) han quedado embarazadas: una, esposa de un hombre que fue a buscar suerte a Estados Unidos, lleva el hijo de su amante; la otra, adolescente, es abusada sistemáticamente por su padrastro. Uno y otro son el mismo hombre: Gustavo Sánchez Parra, quien recibió el Mayahuel en Guadalajara por su interpretación silenciosa de este macho cuyo repudio a la paternidad no le impide regar hijos por doquier, dentro o fuera de la familia.
Con la ayuda de un entrañable personaje, Canelita (Noé Hernández) irónico arquetipo del “homosexual del pueblo”, las mujeres van tejiendo una especie de amistad. En el camino se intercalan chispazos de comedia costumbrista, crítica a la vida política del entorno rural, miradas elocuentes y silencios poderosos. La cinta está dividida en cuatro meses o cuatro capítulos, pero su atmósfera pétrea y arenosa parece negar el paso del tiempo.
“La tirisia” da un par de tropezones en su último tercio, pero su voluntad, su talento y sus virtudes son claras en todo momento. El inerte paisaje de esta historia está inundado por contraluces, formas, ángulos y sombras elocuentes. Están fotografiadas por César Gutiérrez Miranda, el secreto mejor guardado de las lentes mexicanas que ya dio fe de una marcada y original personalidad visual en “Workers” de Jose Luis Valle. El excelente trabajo de fotografía logra que la imagen de un parto sobre piso de tierra sea tan arrebatador como una línea interminable de cactus sobre el atardecer.
“La tirisia” ganó el primer premio en Tesalónica, el de un jurado joven en Ginebra y generó buenos comentarios en unos diez festivales más, pero se topó con las dificultades habituales al encontrar distribución mexicana. Jorge Pérez ha firmado recientemente con una distribuidora joven que podría darle veinte o veinticinco copias en el transcurso de este año, quizá a finales del verano o durante el otoño. Valdrá la pena estar atentos a su corrida comercial.