Por Carlos Bonfil *

Hace ya catorce años, en 2004, Rafael Aviña anticipaba en su libro “Una mirada insólita: temas y géneros del cine mexicano”, lo que podría ser el ambicioso proyecto de rescatar una buena parte de la memoria del cine nacional a través del estudio acucioso de sus géneros emblemáticos. En aquella obra analizaba, de modo somero, pero siempre bien documentado, lo mismo el melodrama que la comedia ranchera, el western nacional o cine de caballitos y el cine de rumberas, el cine de luchadores y el cine horror, el cine fantástico a la mexicana y, naturalmente, el cine negro policiaco serie B. En su trabajo más reciente, “Mex Noir: cine mexicano policiaco”, Aviña parece dar el pistoletazo de salida a una posible y deseable sucesión de estudios, a partir de una historiografía rigurosa y detallada, sobre los géneros fílmicos nacionales que tanto le apasionan. De ser así, y más de un cinéfilo desea sin duda que así sea, el autor de tantos otros libros entusiastas sobre cine mexicano, habrá de contribuir, como antes lo hicieran Jorge Ayala Blanco, Emilio García Riera, Gustavo García, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, entre otros autores, a que al fin se configure y consolide, de modo perdurable, en este nuevo siglo un sólido canon del cine mexicano.

Rafael Aviña sería el investigador ideal para afrontar esa tarea enorme que hoy parece insoslayable. En cada libro él se dirige a una generación nueva de cinéfilos y lectores, que contrariamente a los que leyeron por vez primera a los escritores antes mencionados, ahora requieren de claves de interpretación más novedosas, de un enfoque diferente, atento ya a los cambios radicales que en su experiencia cotidiana han impuesto, por un lado el cambio tecnológico, y por el otro, la imposibilidad de disfrutar las cintas, objeto del estudio, en los formatos y en las salas cinematográficas a los que originalmente fueron destinadas.

El perspicaz crítico de cine que es Rafael Aviña sabe perfectamente que los espacios que la prensa escrita reserva o concede para hablar de cine, y de modo especial, de cine mexicano, es y será cada vez más reducido. Que la mercadotecnia y la promoción de la novedad y del talento efímero, eclipsarán por completo cualquier esfuerzo por preservar la memoria del cine clásico mexicano. Que por muy valiosas que sean las labores de instituciones culturales como la Filmoteca de la UNAM o la Cineteca Nacional, sus esfuerzos por preservar y hacer más dinámica la difusión de ese cine ya casi olvidado, serán a la postre insuficientes si no se cuenta, de un sexenio al siguiente, con el respaldo suficiente y el compromiso de conquistarle audiencias nuevas a un cine nacional que por el momento parece ninguneado y en no pocas ocasiones francamente despreciado. Consciente tal vez de todo ello, Aviña acomete la tarea infatigable de producir libros, uno tras otro, rebasando así, burlando de esta manera, los obstáculos y las limitaciones a diario le impone la prensa escrita y la escasa o nula visión de sus criterios editoriales.

El autor de “Mex-Noir” es, en sus libros y en sus crónicas radiofónicas, en sus múltiples presentaciones de libros y en su labor de organizador de ciclos de cine, el mejor divulgador del cine mexicano clásico. El más sereno y serio, y sin duda el que con menor carga de fobias y prejuicios actualiza a diario sus conocimientos, poniéndolos después al alcance de los público más diversos, desde cinéfilos de la tercera edad hasta jóvenes entusiastas que quieren saber todo sobre nuestro cine. Todo ello en un lenguaje claro y preciso. Acercarse a su trabajo más reciente sobre cine policiaco mexicano es tomar una lección del mejor periodismo de investigación, conocer los alcances de un profesionalismo alejado por completo de la frivolidad imperante en nuestro medio, de la tiranía de lo novedoso y lo llamativo, de la frecuentación afanosa de las redes sociales, y de las críticas al vapor improvisadas en los cafés y las tertulias.

Crepúsculo.


Para una mayor ilustración de ese empeño singular, atiéndase a la rigurosa organización del presente libro. En diez capítulos, el autor procede a una revisión exhaustiva del cine policiaco en México, desde la época de “El automóvil gris”, cinta de 1919, hasta “Ensayo de un crimen”, de Luis Buñuel, filmada en 1955. Desfilan por el libro todos los realizadores sobresalientes que, de una manera u otra, incursionaron en el género policiaco, desde el chileno José Che Bohr hasta el español Juan Orol, afincados en México; desde Adolfo Best Maugard, autor de “La mancha de sangre”, hasta Alejandro Galindo, realizador de “Mientras México duerme” y de “Cuatro contra el mundo”, títulos indispensables para la comprensión del género, para culminar con el maestro de las atmósferas turbias y gran cronista de la noche alemanista que fue Roberto Gavaldón en cintas como “A la sombra del puente”, “El socio”, “La diosa arrodillada”, “La otra”, “En la palma de tu mano” y “La noche avanza”.

Para adentrar mejor a sus lectores en esas atmósferas que con deleite él denomina enrarecidas, el autor traza previamente la cartografía urbana del delito y de los conflictos pasionales. Para volverlas todavía más palpables, les describe los arrabales y el emblemático puente de Nonoalco que una y otra vez figura en el cine negro nacional. Recrea de nueva cuenta el México nocturno descrito por los escritores Luis Spota y José Revueltas, la petulancia y las miserias de una burguesía citadina cuya descomposición moral registran, impiadosamente, cintas como “En la palma de tu mano” o “La noche avanza”. Y a esta visión de conjunto la completa el estudio minucioso de cintas como “Distinto amanecer”, “El suavecito”, “Crepúsculo”, “Que Dios me perdone”, “Revancha”, “Vagabunda”, “Casa de vecindad” o “La sombra vengadora”, a lo que también se añade la revaloración de los actores imprescindibles en el género como David Silva, a quien en 2007 Aviña dedicara ya una notable monografía, o Arturo de Córdova o Leticia Palma o Víctor Parra o José María Linares Rivas, sin olvidar a la devoradora mujer fatal que fue María Félix en varias cintas del género.

Posiblemente lo más novedoso y fascinante en esta nueva incursión del autor en el cine policiaco hecho en México, sea su conocida afición por el periodismo de nota roja. No sólo resume Aviña con habilidad las tramas de las cintas estudiadas, sino que varios títulos tienen el complemento de la crónica policiaca de los hechos reales detrás de muchos crímenes. En el capítulo dedicado a la delincuencia en México, el autor describe profusamente la presencia de la nota roja en el cine policiaco y elabora algo que semeja una auténtica letanía del hecho delictivo:

“Delitos, abusos, latrocinios. Acuchillados, suicidas, redadas de prostitutas y aventureras, hampones y “lilos” en actos criminales atrapados in fragranti. Hoteles de paso, clínicas clandestinas de abortos, comisarías de policía, morgues. Acusados y procesados, jueces, ministerios públicos, policías de a pie, agentes encubiertos, camilleros, médicos forenses, amantes, queridas, delincuentes, raterillos, abusadores de menores, niños extraviados, ‘manfloras’ y sodomitas. Lágrimas y borbotones de sangre roja y oscura, expuestas en imágenes sepia y  blanco y negro. Veneno para ratas, sosa cáustica, cuchillos cebolleros, machetes, navajas, casquillos de balas de pistolas calibre 22, 45 o 38 especial. Inocentes despedazados por el tren, atropellados, decapitados, mutilados y tasajeados. Sobre todo, hombres y mujeres cubriéndose el rostro ante los ‘fogonazos’ de las cámaras o, en su defecto, decenas de semblantes desencajado, no tanto por el miedo o la consternación, sino por el morbo y el placer de ser testigos de toda aquella convulsión social”.

Si Rafael Aviña hubiera elegido describir las rutinas laborales del fotógrafo Enrique Metinides, célebre por su trabajo periodístico en nota roja, no habría procedido de otra manera. Pero el autor es ante todo un crítico de cine —disciplinado, tenaz y obsesivo— empeñado en recrear, con los colores primarios de una prosa enfebrecida, lo que él considera más valioso en el cine mexicano, lo que más entusiasma a sus seguidores, lo que más desconcierta a sus detractores. Y si las películas ya no están al alcance de muchos de sus espectadores potenciales, o si las copias que penosamente sobreviven (como “A la sombra del puente”, de Roberto Gavaldón), se encuentran ahora en un franco deterioro, él procede, a manera de una compensación literaria, a relatar sus tramas y a recrear y a darle brillo a sus atmósferas deslavadas con el obsequio generoso de su investigación y de su escritura, como el celoso guardián y promotor que ha elegido ser de ese cine mexicano que es su vicio secreto y su pasión pública, y que en esta ocasión tiene a bien compartir con nosotros.


* Texto de Carlos Bonfil para la presentación del libro en el Museo del Estanquillo, celebrado en días recientes. CorreCamara agradece al autor por su autorización para publicarlo.