Por Lorena Loeza

El cine  es interesante de analizar desde muchas  perspectivas, siendo una de ellas lo que representa como espacio físico y expresión  arquitectónica. Los últimos años hemos visto como las cadenas exhibidoras han convertido grandes salas en complejos atiborrados de pequeñas salas con proyectores digitales y automáticos, que  no son más que una muestra de lo diferente que es para el espectador actual la experiencia de apreciar una película, comparada con el modo en que esto sucedía en el siglo pasado.

Los cines han cumplido, por lo menos en nuestro país, funciones varias que tienen que ver con la exhibición de espectáculos para el gran público y la creación y recreación de espacios para el consumo cultural. Las grandes salas de cine de los años veinte también albergaban espectáculos teatrales y musicales refinados, en muchas de las ciudades medias mexicanas. Y no solo dedicados al arte, estos espacios también servían como escenarios para peleas de box o lucha libre. De hecho el diseño y construcción de las salas de cine, estaba ligado a ciertas formas de segregación de clases: los lujosos espacios se destinaban a los cines a los que asistían las clases adineradas, mientras que la carpa y el pequeño teatro se destinaban a las clases populares.

Muchos de los edificios que albergaban cines grandes o lujosos fueron desapareciendo paulatinamente de las ciudades medias, proceso que tardó un poco más pero que también llegó a la Ciudad de México. Muchos cines fueron convertidos en tiendas departamentales – La cadena de tiendas Electra compró muchos de esos cines para convertirlos en tiendas- pero también cadenas exhibidoras compraron cines para dividirlos en muchas – e incómodas- salas pequeñas y convertirlos en modernos complejos, donde el cine es funcional pero deja de ser un espacio fastuoso.

No todos se perdieron, algunos sobrevivieron sin ser comprados, aunque nunca recuperaran las glorias de las que fueron escenario. Tal es el caso de Cine Ópera, ubicado en la colonia San Rafael de la Ciudad de México, un exponente destacado de la arquitectura en nuestro país.

El Cine Ópera  fue diseñado por el arquitecto Félix T. Nuncio y construido por el ingeniero Manuel Moreno Torres. El suntuoso vestíbulo fue creado por el catalán Manuel Fontanals, exiliado en México a raíz de la Guerra Civil española, y quien se convirtió en uno de los más grandes diseñadores de arte y escenógrafos durante la llamada “Época de Oro del Cine Mexicano”. La función con la que se inauguró el edificio fue con el estreno de la película “Una familia de tantas” en 1949,  cinta dirigida por Alejandro Galindo y protagonizada por Fernando Soler, David Silva y Martha Roth.


El edificio destaca por su estilo art decó y las dos  enormes figuras talladas en piedra que adornan una fachada monumental. La sala tenía 3 mil 600 butacas, una gigantesca pantalla, todo decorado con una sofisticada candilería de bronce y cristal, espejos en las paredes y otros lujos, como alfombras y otros detalles de escultura y cristal.

El cine todavía daba funciones en los años setenta, aunque no hay una fecha oficial de su cierre. Hubo algún intento de reabrirlo como sala para conciertos y tocadas, pero finalmente cayó en desuso y quedó abandonado desde los años 90.

Pero parece que el sofisticado espíritu que lo habita, se niega a ceder su espacio a las ofertas de las tiendas Electra o cosas peores. Es así que en el 2011 hubo buenas noticias para el Cine Ópera y para quienes se resisten a pensar que la combinación de cine y lujo es una causa perdida.

De acuerdo a una investigación realizada por el Diario El Universal, El 3 de junio pasado, El INBA hizo oficial que el edificio queda a su resguardo para su conservación y mantenimiento. Se supo entonces que el Gobierno Federal compró el inmueble en 1993, pero que hasta este 2011 hay un  verdadera plan para conservarlo y mantenerlo.

Un segundo acontecimiento hace pensar que el destino del Cine Ópera podría ser optimista. En agosto del  2011, el cineasta Michael Nyman visitó la Ciudad de México, anunciando su interés en colaborar en la restauración de tan majestuoso edificio. Es así que presentó en el Museo del Chopo un proyecto visual compuesto de varias fotografías con el objeto de llamar al atención de las autoridades para salvar al Cine, que dese hace mas de 20 años ha permanecido en el  completo abandono.

El Cine Ópera además también fue usado en el 2011 en un comercial de Whiskey Ballantines, ilustrando justamente el sueño de un joven que piensa en devolverle al edificio sus glorias pasadas.

Tanta notoriedad parece haber rendido buenos frutos. Este año, la Cámara de Diputados aprobó como parte de las aportaciones que en diferentes rubros se otorgan al Gobierno de la Ciudad de México, 2 millones de pesos para la Conservación del Cine Ópera. Ello queda detallado en el Decreto de Presupuesto de Egresos de la Administración Pública Federal para el ejercicio fiscal 2012.  

No queda del todo claro, porqué el Gobierno Federal transfiere dinero al Gobierno del D.F, -si finalmente el inmueble es propiedad de INBA- quien afirma que tiene en marcha un proyecto específico para su conservación y mantenimiento. Tampoco queda claro si el dinero que particulares como Nyman aporten formará parte de un fideicomiso o algo y si es así, quien será el encargado de administrarlo. Tampoco queda claro quien es responsable de conducir y autorizar y supervisar las obras que resulten necesarias, y finalmente. de dónde sale el cálculo de la cifra de 2 millones de pesos, o qué es lo que se espera poder financiar con eso.

Quizás sean demasiadas preguntas pero no son tan del todo gratuitas. En un país como el nuestro con tan pocos mecanismos que llamen a la rendición de cuentas, y con tan pobres y cuestionables políticas culturales, la verdad es que hasta está permitido y justificado tener un poco de desconfianza.

Sin embargo, no pierdo la esperanza de que este sea el inicio de la efectiva recuperación de un espacio que much