Por Lorena Loeza 

La mercadotecnia en la industria cinematográfica es hija de la ingenuidad. Experimentos genuinos marcaron tendencias que hoy son explotadas a gran escala. Tal es el caso de los calendarios de estrenos cinematográficos que trabajan con especial esmero para conformar la cartelera del verano. 

Los estudios reservan para la época del verano lo mejor de sus producciones, sabedores que hay dos condiciones importantes en este periodo que llevan a miles de espectadores al cine: las vacaciones escolares y la necesidad de hacer algo en lo que se involucre toda la familia. Ir al cine sigue siendo la salida familiar por excelencia cuando los niños son pequeños, y también el recurso adolescente para compartir con los amigos la tarde. Ni más hay que agregar: la mayoría de los estrenos de la temporada están dirigidos principalmente a estos dos sectores. 

La idea tiene su origen en una película considerada hoy un gran clásico de uno de los directores más taquilleros de la industria. Tiburón (Jaws, 1975) dirigida por un entonces muy joven Steven Spielberg, puede considerarse como el primer gran éxito del verano. Es de hecho la primera película que rebasa en taquilla la cifra de los 10 millones de dólares durante su primera semana de estreno, y por algún tiempo fue imposible quitarle el primer lugar entre las más taquilleras de toda la historia. 

Pero ¿cuáles son los elementos que hacen posible este fenómeno? Son varios a saber: El propio Spielberg confiesa que la película le reveló los recursos que después lo convertirían en uno de los directores más taquilleros en todo el mundo. En primer lugar, aprendió que al público le gusta ser sorprendido. La película presenta un par de momentos en que el tiburón aparece súbitamente. La primera vez, el público casi sufre un ataque de pánico, pero la segunda y tercera vez el recurso se agota. Es por ello que debe escogerse con cuidado el primer momento en que el público se lleva un buen susto. Por otro lado, la película se lleva un Oscar por la música de John Williams. La mancuerna trabaja hasta la fecha en la creación de los ambientes auditivos  y visuales más recordados dentro de la industria. El éxito de Williams en esta película es haberle dado al tiburón una personalidad musical que es inconfundible. La música anticipaba al espectador que el tiburón andaba cerca, lo preparaba – por así decirlo- para el ataque. 

Spielberg también toma otra serie de decisiones importantes para considerar en futuros proyectos. El libro en el que se basa la película incluía un triángulo amoroso entre los dos protagonistas y la esposa de uno de ellos. Había pues infidelidad y escenas de sexo relatadas dentro de la trama. Spielberg decide que el drama pasional le restaría interés a la historia del tiburón, y además no podría ser -en ese entonces- clasificada como apta para adolescentes y adultos (así, salvando las distancias, Spielberg aproxima la trama hacia un clásico de la literatura y el más grande de los monstruos marinos: Moby Dick). El éxito posterior confirma que las películas más taquilleras son las de clasificación familiar, y el propio Spielberg tendría oportunidad de corroborarlo en futuras producciones. 

Otra decisión importante es el diseño del tiburón mecánico. Tenía que verse lo más real posible con los recursos de la época. Ni más hay que decir acerca de la importante lección de que el gasto en efectos especiales siempre reditúa en taquilla. Incluso el famoso “Bruce” -como le llamaba la producción al tiburón mecánico- se convierte también en celebridad, al grado de recibir un merecido homenaje en Buscando a Nemo (A. Stanton, 2003) cuando lo vemos en terapia de grupo, tratando de dejar de ser una amenaza. 

Pero el  asunto más relevante, es que la película reafirma y actualiza todo un subgénero dentro del terror, que sería explotado después a gran escala: el del thriller o suspenso animal. Aquí la amenaza es real e incomprensiblemente instintiva. No hay psicópatas, eventos sobrenaturales, vampiros, brujerías, muertos vivientes, ni nada por el estilo. Es un tiburón blanco el que decide que las vacaciones dejarán de ser momentos familiares y tranquilos. Acerca de ello, los ambientalistas acusan al film de haber provocado un miedo irracional hacia los tiburones y haber sembrado en la cultura popular muchos mitos falsos alrededor de estos animales, contribuyendo así a su caza indiscriminada y a ponerlos en peligro de extinción.  

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La tendencia se reprodujo rápidamente, dado que quedaba comprobado que se trataba de una fórmula asegurada. En México – por ejemplo- se filma ¡Tintorera! (R. Cardona, 1977). La película explota buena parte de los elementos que hacen exitoso al Tiburón de Spielberg. Dos cazadores de tiburones, (Andrés García y Hugo Stiglitz) se encuentran en Cancún conquistando turistas, cuando extrañas muertes empiezan a suceder. Es entonces que empieza la acción tratando de acabar con la amenaza, una salvaje tintorera. La película fue una gran éxito taquillero y en realidad una producción que se hizo con cuidado, contratando a Ramón Bravo para hacer una trabajo destacado en lo que ha fotografía submarina se refiere.  

Después de Tiburón, y sus secuelas los estudios se dedicaron a explotar la fórmula de manera indiscriminada. Vimos ratas, arañas, pirañas, osos grizzli, abejas, orcas, doberman, cocodrilos alimentados en las alcantarillas, entre otros, atacando sin razón lógica y aparente al ser humano a lo largo de toda la década.  

Quizás el único ejemplo de evolución del género esté marcado por  Mar Abierto (Open Water, C. Kentis, 2003) donde los tiburones son una amenaza real que no necesita parecer más monstruosa de lo normal para inspirar un terror profundo. Con muy pocos recursos técnicos, visuales o sonoros, la película explora la indefensión del hombre ante la naturaleza, recreando una situación verdaderamente atemorizante.  

En general, de que las lecciones fueron aprendidas por Spielberg y toda la industria ni duda cabe. Nunca más un verano tranquilo mientras haya monstruos acechando. Y dicen que se aproxima el estreno de Piranha en 3D…puede que tratándose de cine como de muchas otras cosas, aplique la grandiosa frase de Gabriel García Marquez: “ El tiempo no pasa, da vueltas en redondo”.